Un señor de Málaga
Doña Cuaresma
Estoy sorprendida, con la humanidad y conmigo misma. Tengo que reconocer que me he reído con un tema de lo más sórdido y hasta escatológico, aunque me ruborizo al confesarlo. Por supuesto ha sido una risa recatada, en la que mis labios no han dejado de estar sellados. Y cuando veo que la sonrisa rompe, mi tía sor Eugenia me enseñó un truco que no falla para que nunca, nunca, se te pueda ver la campanilla a mandíbula batiente en carcajadas –una ordinariez que la gente se permite el lujo impúdico de vanagloriarse de hacer en plena calle en Carnaval–. Con un abanico siempre en el bolsillo, cualquier pretensión de que se desmadeje una risa por algún desliz o tentación mal reprimida, pues se tapa una la boca hasta la altura de los ojos y solo se le nota el fruncir de los ojos, y “quedas hasta simpática”, me dijo. Total, que ahí voy un día de perros como hoy con abanico en el bolsillo por si acaso. También te digo que solo tengo que sacarlo una o dos veces al año, no más. Ah, ¿que por qué me he reído? No te lo vas a creer. Me enseña Anselmo, mi sobrino, un audio (has visto que moderna) de un señor de Málaga que berrea de un modo satánico, dice cosas horrorosas y que se le pega no sé qué parte pudenda a no sé donde; mira esa parte no la oí. Pero luego me pone todo lo que la gente, gaditanos de a pie y hasta de fuera, han dicho por las redes sociales esas… No he podido reprimirme. Ahora llevo rezando el rosario en bucle desde ayer, también te digo. Virgencita, qué soez todo pero qué ocurrencias.
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