Trump y la desdolarización

Análisis

Trump y la desdolarización

22 de febrero 2025 - 05:45

Se conoce como desdolarización al proceso de reducción de la dependencia de la economía mundial del dólar norteamericano, básicamente como moneda de reserva global dominante y como medio de pago mayoritario en el comercio internacional.

Desde finales de 2016, que es cuando el Fondo Monetario Internacional (FMI) incluye al renminbi chino en su información trimestral sobre la estructuración de las reservas mundiales en divisas, estas se han incrementado desde 10,7 billones de dólares hasta los 12,7 billones del tercer trimestre del pasado año. El FMI no controla la composición de todas ellas, pero sí de la mayoría (93% en 2024), lo que permite apreciar que entre esos mismos años la participación del dólar se ha reducido en ocho puntos, desde 65,4% hasta el 57,4%, mientras que la del euro se ha mantenido estable en torno al 20%, tras superar la crisis de deuda soberana entre 2010 y 2012. La participación del renminbi no ha seguido la estela del conjunto de la economía china en la mundial. El nivel máximo (en torno al 2,8%) se alcanzó en la primera mitad de 2022, pero desde entonces se ha venido reduciendo hasta situarse en el 2,2% actual.

En lo que China destaca por encima del resto es en la acumulación de reservas. En concreto, en torno a 3,4 billones de dólares que representan aproximadamente la cuarta parte de todas las del mundo. Una de las imágenes más sorprendentes e incluso inquietantes del mapa que ofrece Cofer (Composition of Officials Foreign Exchange Reserves, del FMI) es que China sea el país, con diferencia sobre el segundo (Japón, 1,4 billones), que posee más pasivos financieros emitidos por el mayor proveedor de liquidez mundial, los Estados Unidos.

China, junto al resto de los Brics, son los principales impulsores de la desdolarización de la economía mundial, pero la iniciativa no parece avanzar a buen ritmo y su proyecto de creación de una moneda común alternativa como medio de pago generalmente aceptado se encuentra estancado, mientras que el dólar se aprecia en el mercado de divisas, pese a la desdolarización. A esta realidad se suma la amenaza de Trump con represalias de aranceles al 100% contra cualquier pretensión de boicot por parte de los Brics a la hegemonía del dólar como moneda reserva global.

Pero si la iniciativa Brics se estanca, la desdolarización tampoco se detiene. Lo que parece estar ocurriendo, según publicaciones recientes del FMI, es, por un lado, que el dólar se robustece con la fortaleza de la economía norteamericana, las restricciones monetarias frente a la inflación y las tensiones geopolíticas, que refuerzan su papel como moneda refugio, aunque nada de ello impide que se mantenga la tendencia a reducirse su participación en la composición de las reservas mundiales. Por otro lado, que el espacio que pierde el dólar no consiguen ocuparlo ni las monedas Brics ni tampoco las otras tres grandes (euro, yen y libra), sino que se produce un proceso de fragmentación en el que otras monedas no convencionales ganan protagonismo.

Añadamos un tercer hecho relevante. La capacidad de China para provocar tensiones financieras internacionales utilizando como munición sus reservas en dólares, la denominada “destrucción financiera mutua asegurada” en terminología propia de tiempos de Guerra Fría. Sus reservas se reducen en la medida en que la inversión norteamericana en el país asiático lleva años disminuyendo y lo mismo ocurre con los bonos del Tesoro estadounidenses en manos del banco central chino (de 1,3 billones en 2013 a algo más de la mitad en la actualidad.)

La amenaza de Trump a cualquier pretensión de desbancar al dólar responde a las mismas razones que lleva a los Brics a perseverar en sus intenciones de conseguirlo. Por un lado, por los enormes beneficios que proporciona el privilegio de poder imprimir dinero a su conveniencia. Por otro, porque la desdolarización supondría una modificación sustancial del equilibrio de poder e incluso apuntar hacia un nuevo orden mundial, en el que los Estados Unidos tendrían mucho que perder y los BRICS que ganar.

El papel del dólar como moneda reserva global es, sin duda, uno de los baluartes en los que Estados Unidos se ha apoyado para consolidar su prolongado periodo de hegemonía política (desde final de la II Guerra Mundial y Bretton Woods en 1944), que parece mantener toda su fortaleza para seguir prestando el servicio, sin que ninguna otra moneda haya conseguido hasta ahora hacerle sombra. Algunos datos recientes acreditan esta confianza. El 54% del comercio internacional y el 58% de los pagos en moneda extranjera se realiza en dólares, además de ser la moneda en que se emite el 64% de la deuda de gobiernos y grandes corporaciones. Esta confianza se basa en la fortaleza y el tamaño de la economía norteamericana y en la eficacia de las instituciones que regulan su funcionamiento, lo que no significa inmunidad frente a otras amenazas desestabilizadoras.

Entre las más importantes están las tensiones geopolíticas y las lógicas pretensiones de los afectados por las sanciones de los últimos años en minimizar el daño, que lleva a la reorganización de la economía mundial en grandes bloques regionales, con sus consiguientes implicaciones financieras. También el auge de las criptomonedas por su indiscutible capacidad como medio de pago, pese a sus inconvenientes como depósito de valor. Y no menos trascendente pueden ser las consecuencias de las propias políticas de Trump y su declarada intención de interferir en la independencia de las instituciones de su país y en los intereses de todo aquel que se atreva a oponerse a sus intenciones. Las presiones sobre la política monetaria de la Fed son un buen ejemplo, sobre todo ante el temor de que su ofensiva proteccionista en materia de aranceles pueda provocar un repunte de la inflación y la necesidad de elevar el tipo de interés, con la consiguiente convulsión en las finanzas internacionales y el más que probable perjuicio para las economías emergentes.

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