El Barrio arribó en El Puerto con la fuerza del levante
Música en El Puerto
Por segundo día consecutivo la Plaza de Toros de El Puerto colgó el cartel de “no hay billetes”. El respetable disfrutó de un espectáculo cargado de pasión, fuerza, alma y sentimiento.
El Barrio mantiene vivo su idilio con El Puerto
El Puerto/La noche de ayer dio para mucho. Para todo, diría yo, cuando la luz de la luna -en una noche sin luna-, se instaló sobre el albero de una plaza de toros como la de El Puerto, cargada de simbolismo, sangre, sudor y lágrimas. Y es que la gira que El Barrio está llevando a cabo por toda la geografía española, con su nuevo disco Atemporal, hizo parada en El Puerto. Más que parada, sirvió a 'Selu' y su impresionante banda de rampa de lanzamiento, de aprovisionamiento. El amor entre José Luis Figuereo “Selu” y nuestra ciudad viene de largo. Imagino que una ola que entró por la bahía, rebotando en el Baluarte de la Candelaria, llegó por el Guadalete y se quedó para siempre. Al menos ese espíritu del músico que sabe lo que quiere y que no se vende al mejor postor. Ese es uno de sus argumentos cuando se sube al escenario.
En la filosofía, el término “atemporal” se utiliza para describir ideas o conceptos que son eternos e independientes del tiempo. Y ese, y no otro es el parecer de “Selu” y sus composiciones. Y no solo los conceptos. Entre el público, jóvenes y no tan jóvenes pusieron de manifiesto esa manera de entender la vida.
En una noche que trajo a El Barrio a través del Guadalete, con la fuerza del viento de levante, los espectadores -cómplices y barrieros- fueron felices durante las dos horas y media que duró el concierto. Con mucho corazón supo hilvanar el mar y la sal de la bahía. Las palmas, las gargantas y la alegría se dieron de la mano. De eso se trata. De sonreír ante las adversidades y disfrutar de esos momentos musicales que te transportan y te evaden de lo cotidiano.
El Barrio, sorprendió a propios y extraños. Dio de si todo lo que sabe -que fue mucho-, y salió por la puerta grande. Soy uno de los privilegiados que conoció y trató a José Luis Figuereo. Por casualidad (o causalidad) precisamente en el coso portuense. Hace de esto más de una década. Compartí con su padre y su familia algunas tardes taurinas. En la distancia corta descubrí, que tras esa imagen pública de artista, se esconde un hombre de bien. Con las ideas claras, que trasmite allá donde va, sin alharacas ni aspavientos. La sencillez es uno de sus principios. Me conto esa anécdota que no olvido y que le hace grande: “Enrique, me decía, sabes lo feliz que soy cuando, tras bajarme del escenario y estando de gira, puedo pasear por las áreas de servicios de las carreteras, e incluso ir al aseo sin que nadie me reconozca”. La libertad en estado puro. Eso es lo que trasmite, porque se lo cree. Tal cual.
Por entonces me contaba que necesitaba aislarse para escribir y componer canciones que le rondaban en el corazón. Y así fue, y así volvió con más ímpetu, con más brío, con más verdad.
El concierto de anoche resulto de lo más variado. Nos sorprendió acompañándose en el escenario de Paco Cepero, uno de sus guitarristas referentes. E incluso se atrevió a entonar en himno del Cádiz C.F., nada menos que de la mano del jugador Fali. Ya les digo, magia pura. Improvisación cargada de nostalgia y pasión. Hizo camino al andar…
Un recorrido, arropado de imágenes bien escogidas nos llevó, entre muchas, por La fuente del deseo, Me voy al mundo, Ángel malherido, La voz de mi silencio, Pa Madrid, Hijo del Levante, A veces, o Somos los Barrieros. Hizo un homenaje en toda regla a sus inspiraciones más cercanas: Triana, Medina Azahara, Manolo Caracol, Alameda. Su mundo, el mundo que imaginó y que ahora traslada por los escenarios.
El embrujo del Guadalete, nuestro río del Olvido, trajo una ola salada, cargada de fuerza. El Barrio ayudado del viento de levante -esa noche en calma- arribó, donde el vapor lo hacía cuando existió y nos regaló una noche de amor y pasión. Conectó y trasmitió. Sin más aditivos.
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