Emilio Flor, Santo Domingo y Balbo

Tribuna Libre

Emilio Flor, viendo cómo un camión se llevaba las pertenencias de Balbo del IES Santo Domingo.
Emilio Flor, viendo cómo un camión se llevaba las pertenencias de Balbo del IES Santo Domingo.

Toda una vida. Tal como leen, ni más ni menos. Justo el tiempo que el catedrático de Latín Emilio Flor y el teatro Grecolatino andan enredados. Más de 40 años -desde que fundase el Grupo Teatro Balbo, lleva mi buen amigo Emilio predicando (a veces en el desierto), a los cuatro vientos, los principios y las enseñanzas del arte de Talía. Sembrando y recogiendo entre sus alumnos.

El fin de semana pasado acompañé a Balbo. El XXV Festival de Teatro Grecolatino de Asturias, acogió a estos embajadores portuenses en el teatro Jovellanos de Gijón. Allí representaron las obras Edipo Rey, de Sófocles y Aulularia, de Plauto.

Ni qué decir tiene que disfruté -en el viaje y en sala- de la magia de Emilio y su grupo de jóvenes estudiantes. Ellos enarbolan -por donde van- la educación, tolerancia, compromiso, respeto y cultura. Es la manera de entender el teatro. De transmitir el teatro, como defendía el gaditano Lucio Cornelio Balbo (Balbo el Menor).

Y traigo a este hueco no sólo mis sensaciones (que fueron muchas), sino mi grito desesperado ante tanta injusticia, falta de respeto y desconsideración para con Emilio Flor. Artífice, sin duda, de que nuestra ciudad y los jóvenes que le siguen recibiesen premios nacionales e internacionales, por difundir los valores del respeto, la consideración y la justicia.

Así las cosas, no entiendo la educación de nuestros jóvenes como al parecer la concibe el actual director del instituto Santo Domingo, que argumentando, a mi modo de entender, excusas peregrinas, invitó al Grupo Balbo a que abandonase el salón de actos del instituto y que se llevase de allí su utilería y atrezo. El teatro y lo que transmite importan bien poco.

Parte del atrezzo y vestuario del grupo, en el salón de actos del instituto.
Parte del atrezzo y vestuario del grupo, en el salón de actos del instituto.

Debo reconocer que no soy neutral. El instituto Santo Domingo significa la vida laboral de mi padre, como profesor; mi formación académica y la memoria y los recuerdos más entrañables, de profesores y alumnos a través de los años.

¿Cómo se puede apremiar la salida de Balbo de un centro educativo, tras 36 años ininterrumpidos utilizando el salón de actos del Santo Domingo? Que por cierto lleva el nombre de Emilio Flor.

Ya se pueda poner como se ponga el señor director, a la hora de tomar una decisión hay que tener en cuenta la historia de una ciudad, los pormenores de un instituto y las hornadas de profesores y estudiantes que pasaron por sus aulas. Borrar de golpe y porrazo -argumentando estériles normas administrativas, en desuso-, una parte importante de la idiosincrasia del instituto que dirige es, para decirlo fino, desacertado. Para muchos, una falta de respeto a un hombre bueno, que imploró y mendigó, durante meses, para que Balbo permaneciera entre sus muros.

Desde La Puntilla trato de entender todo este desaguisado y reflexiono sobre lo que busca Emilio a través del teatro: “evocar las palabras de reencuentro con el pasado, que hagan esponjar piedras y rocas antiguas con el aire de la brisa gaditana”. Me quedo con su máxima: “hay que mirar la palabra y oír el cuerpo”. Y, sobre todo, con que algún día prevalezca la cordura.

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