El Alambique
Belén Domínguez
El río que nos lleva
Hostelería
Quién no ha trasnochado alguna vez en el centro de El Puerto y ha vuelto a casa reconfortado después de comerse un sandwich de pollo en el Bar Curva, en la Plaza de la Herrería. Allí estaba Paco, Francisco Grijota, siempre atento para atender a su fiel clientela que ha pasado padres a hijos, viendo transcurrir la vida desde ese privilegiado rincón del centro portuense.
El próximo domingo 3 de marzo será el último en el que el Bar Curva abra sus puertas con Paco al frente, ya que ha llegado a un acuerdo para traspasar el establecimiento a otro propietario, cuya intención es mantener la actividad una vez se acometa una pequeña reforma en el local.
Paco nació en Sevilla pero desde muy joven su vida ha transcurrido entre Cádiz, El Puerto y Jerez. De muy joven vivió en Estados Unidos, ya que se casó con una norteamericana, y de allí se trajo la idea de montar un establecimiento de comida rápida de los que entonces apenas existían en España.
Tras una larga trayectoria ligada al mundo de la hostelería, que comenzó en Cádiz de la mano de La Cabra, en El Puerto pasó también por varios establecimientos, siendo uno de los más conocidos la cervecería El Barril, en la calle Jesús de los Milagros.
Ya por su cuenta montó primero un pub y después el antiguo bar Curva, en un local muy cercano al actual, que compró en principio para regalárselo a su mujer. Durante ocho años estuvieron los dos Curvas abiertos a la vez, hasta que la pareja se separó y solo quedó el Curva actual.
Paco cuenta que cuando abrió esa esquina en la plaza de la Herrería “sabía que me iba a jubilar aquí, esta esquina es oro, por aquí pasa todo”, dice.
En la época en la que abrió el Curva no había McDonald’s, ni Burger King, aunque sí había un negocio similar muy cerquita, el Siroco, con cuyos dueños siempre hubo muy buena relación ya que tenían públicos distintos.
De su carta sin duda la especialidad más celebrada ha sido el sandwich de pollo de tres plantas, aunque también los hay de salmón, de atún o de anchoas, además de hamburguesas y otros platos típicos de las hamburgueserías.
Durante muchos años las pandillas de jóvenes, tras una larga noche de bares, recalaban en este pequeño local de apenas 48 metros cuadrados que en un principio no tenía terraza, sino que atendía a través de las ventanas que daban a sus 19 metros de fachada. También en el interior había un pequeño espacio que siempre estaba lleno.
Paco recuerda que en sus mejores tiempos ha llegado a cerrar a las nueve de la mañana, cruzándose los más trasnochadores con quienes acudían a la plaza de abastos para hacer la compra.
Después vinieron las nuevas normativas municipales, más restrictivas, y ahora los horarios no son ni parecidos a los de entonces, aunque el sandwich de pollo sigue ejerciendo esa función reconstituyente en quienes acuden a terminar la noche con algo sólido en el estómago.
Después de haber estado trabajando sin parar desde los 20 años, Paco se toma ahora un respiro y tiene previsto viajar a Estados Unidos para visitar a sus hijos y nietos. “Mi vida ha girado en torno al Bar Curva, parejas, hijos, amigos, enemigos... pero el balance ha sido positivo”, y termina recordando el que ha sido su lema: “Ponga un sandwich del bar Curva en su vida, será más feliz”.
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