Rafael

Tribuna Libre

Rafael Gómez Ojeda.
Rafael Gómez Ojeda, frente al Ayuntamiento de El Puerto. / Andrés Mora
Pilar Peruyera - Vicepresidenta del Foro por la Memoria

31 de mayo 2024 - 20:47

El Puerto/“Si muero dejad el balcón abierto”

(Federico G.Lorca)

Cuando todo resulta ser nada, que diría Blas de Otero la palabra milagrosamente permanece. Su consuelo rescata para la vida la memoria y la sonrisa, recobrando el sentido que por un momento parecía haber perdido para siempre.

Es difícil hablar en pasado de lo que hasta ayer fue presente, difícil hablar de una realidad que los años fueron convirtiendo en costumbre, como difícil es pensar y pensarse sin sus palabras y sin su compañía.

Rafael era un todo de vida y militancia. Fue el amigo, el camarada, el padre o el hijo que cualquiera hubiera deseado tener próximo a su vida.

Y es ahora al decirlo cuando me doy cuenta que el afecto y la admiración que cosechaba por doquier, tenía mucho que ver con ese don, percibido por la mayoría y transmitido por todos. No recuerdo un solo día, en la calle (y son muchos los días) que no recibiese un reconocimiento, una muestra de afecto. Siempre creí percibir, en cada saludo de cada portuense, un sentimiento de orgullo colectivo, Rafael no había sido el Alcalde había sido "Su Alcalde y por lo tanto el mejor”.

Soy testigo de un afecto transmitido por generaciones: “D Rafael déjeme darle un abrazo soy el nieto de…” D: Rafael mi familia siempre fue muy Rafaelista… “D. Rafael soy el hijo del guardia de jardines cuando usted estaba de Alcalde. D Rafael tiene usted que volver al ayuntamiento aunque sea de conserje” le dijo un día un gitano mayor cerca del cementerio.

La calle era su orgullo, un espejo que le devolvía la mejor imagen de si mismo.

Recordaba a todos y recordaba la razón de su afecto, la pequeña o gran historia de cada cual, admirablemente contada (porque Rafael sabía contar y embelesar contando) y cuando se iban siempre la misma frase: “Mi vida es modesta pero este es mi patrimonio que no cambio por nada”.

Se veía siendo niño en la calle Meleros, jugando casi siempre solo y reflexionaba en todo lo alcanzado: la Alcaldía la Presidencia de la Plaza de Toros... y todavía ahora al final de su vida parecía sorprendido de que hubiese sido posible.

Era comunista, un comunista orgulloso de serlo. Su vida nació marcada por una guerra que injustamente le arrebató a su padre para no volverlo a recuperar nunca. Su identidad se forja a partir de la pérdida, a partir de la razón de la sinrazón de un fusilamiento cruel; el partido le saldrá al encuentro y hará de él el militante comunista que fue durante toda su vida.

Como tal, ejerció su cargo público, y su firmeza sin aspavientos, su integridad sin ostentación, su humildad sin cobardía, y su lealtad sin límites acabaron por convertirle en un referente.

Fue el primer alcalde que no desfiló en procesiones, porque entendía que lo institucional no debía mezclarse con lo religioso y acertó en pensar que el pueblo valoraría su coherencia puesto que no era creyente y siempre se definió como ateo ¡Que tiempos!

Sus anécdotas más queridas están en relación a momentos públicos y militantes para él inolvidables. La Pasionaria cantando a su vera en un congreso del partido, o el ramo de romero que una gitana regaló a su

esposa Milagros cuando entregó a la gente las viviendas del Penal.

Nunca supo o no quiso saber de desencantos. Mantuvo siempre la lucha allí donde la lucha le requería. Puso su imagen y su palabra al servicio de cada acto público hasta el último día de su vida.

Fueron los gitanos su debilidad, el carnaval su pasión. Admirador albertiano. Caracolero en el cante, Paulista en los toros, amante de la esencia y de la pureza a partes iguales, paladeaba despacito el Palo Cortao y sostenía como nadie una copa de vino, porque la elegancia y la sencillez siempre formaron parte de su patrimonio.

Rafael forma parte ya de la Memoria por la que luchó, la misma Memoria de su padre, con el que compartió el compromiso por la libertad convirtiéndose en un ejemplo.

Se ha ido tal como vivió sencillamente. La dimensión pública y laica de quien fue patrimonio de todos los portuenses es una deuda pendiente que más pronto que tarde será saldada, ofreciéndole a la ciudadanía la oportunidad de honrarlo con su afecto una vez más.

Hasta Siempre Camarada. Que la tierra te sea leve.

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