El agujero (III)

Tribuna Libre

El autor recrea el paseo imaginario de un turista por la calle Larga, cuyo número 35, una finca ocupada, sigue siendo un foco de insalubridad y una muestra del más absoluto abandono

Una imagen del edificio ocupado ubicado en Larga, 35.
Una imagen del edificio ocupado ubicado en Larga, 35. / D.C.
Joaquín Moreno Marchal

14 de julio 2019 - 07:00

Siéntase turista durante unos minutos en El Puerto de Santa María, querido lector.

Sienta que sale tranquilamente del Hotel Monasterio, con su pareja, a dar una vuelta y conocer El Puerto al atardecer. Sienta que enfila Larga, que admira el verde ordenado de los naranjos y esas casonas, a las que calculará más de cien años; observe distraídamente algunas personas que pasan por la calle. Ciudad amable y sosegada, pensará, mientras avanza hacia Plaza Peral por la acera de la izquierda.

Pronto se encontrará, a la altura misma de los ojos, con un cuadro eléctrico abierto y torturado, contactos quemados, cables al aire. Signos de algo forzado, deduce, que habrá devuelto en forma de incendio o cortocircuito la peligrosa manipulación. Quizás se extrañe, aunque no le de mucha oportunidad a esa primera sensación. No tardará, solo unos segundos, en que esa percepción de extrañeza se le refuerce; ya nota los malos olores que salen de algo parecido a una gruta o a una madriguera, solo unos metros más adelante, en el mismo edificio. La sorpresa, mezclada con altas dosis de asombro y decepción, será ya un sentimiento estable, perfectamente nítido en su consciencia.

Asomará la cabeza un poco, con tímida precaución, a través del negro agujero entre bloques de hormigón. Rápidamente volverá su mirada a la calle, inseguro de lo que allí hay o esconde, espantado de la nauseabunda cochambre que observa en el patio. Se parará, mirará la casa, el número de la casa, el 35. Asombrado cruzará a la otra acera, mirará hacia arriba y verá, en lo que adivina que fue una bella fachada, el espectáculo mismo de la miseria, la dejadez, la permisividad y la infravivienda. Quizás vea a alguien saltar adentro de la mierda y de la penumbra, e imaginará de forma involuntaria alguna de sus posibles actividades.

Charlando en algún bar, aquí es fácil entablar conversación, preguntará y le contarán del abandono del centro histórico. Si habla con algún policía, probablemente le dirá que conocen el tema, que intervienen en Larga 35 de vez en cuando, que una vez hubo un incendio, que se tapió la entrada, y que luego se inauguró, sin mayor pompa ni agasajo, el agujero.

Dicen los aficionados a la música que en una cadena de sonido el eslabón más débil define la calidad del conjunto. Algo de este principio se puede aplicar a la comprensión de las ciudades. Empezará entonces a entender esta ciudad, entre dosis de pena y cierta vergüenza, con pinceladas de abandono, ocupación, decrépito y vacío. Poderoso efecto de lo que deviene en simbólico. Se preguntará acerca del papel de las autoridades. Le quedará un regusto incrédulo ante el interrogante sobre cómo es posible que se llegue a esta dejadez. Probablemente empiece a sentir algo híbrido entre el cabreo y la rabia. Porque en el fondo, y hasta le cuesta trabajo reconocerlo ahora, la ciudad le gusta. Siente que esta ciudad y sus habitantes no se merecen esto. Ni tampoco él, turista entregado y entusiasta -pero no tonto-.

El número de viviendas ocupadas en el centro histórico no para de crecer

Ahora soy yo el que paseo por Larga; como hace tantos años. Seguramente me he proyectado en nuestro querido turista. También lo veo así. Observo que el número de viviendas ocupadas en el Centro Histórico no para de crecer. Ustedes, queridos lectores, pueden visitar si lo desean más edificios como el descrito. Se supone que están abiertos a todo el que quiera.

Vayan como turistas; con mentalidad amplia, como el que llega, con toda la ilusión del mundo, por primera vez, a tratar de captar la esencia de una ciudad. Recuerden, los famosos cinco primeros minutos en el que la profundidad oscura de una relación se establece (y que tanto cuesta luego cambiar). También existen los primeros cinco minutos en la relación con una ciudad.

Tenemos más ocupaciones en calle Larga; unas cuantas más en calle Cielo (no se pierdan el número 31), algunas de nueva creación. Y otras más. Habría que hacer un inventario. Ya saben del efecto llamada.

¿Quiénes son los propietarios? ¿Cuál es la responsabilidad de la propiedad? ¿Tiene responsabilidad el Ayuntamiento? ¿Somos responsables los vecinos? ¿Hay que tener una asociación para que esta situación se aborde? ¿No hay ninguna solución al problema (porque es un problema)?

Hay ciudadanos vecinos que comentan, asombrados, la degradación social y urbana que suponen las ocupaciones, y la sensación de inseguridad e insalubridad que las rodea. Magnífico entorno para poner un negocio, aprovechando los locales de los que se han ido. Y además piensan en sus hijos, y les recomiendan como volver a la calle Larga por la noche. Parece mentira, “con lo que la calle Larga fue”. Desgraciadamente no me lo estoy inventando.

Lo último

stats