Crítica de teatro en El Puerto: Almas rotas de América

El teatro municipal Pedro Muñoz Seca acogió la representación de 'Tennessee. Dos obras cortas y un entremés'

Este domingo llega la obra 'Poncia', con Lolita Flores

Un momento de la representación.
Un momento de la representación.
Ángel Mendoza

06 de diciembre 2024 - 17:53

En realidad lo bautizaron Tom Lanier, pero los compañeros de universidad empezaron a llamarlo por su Estado de nacimiento, Tennessee, algo muy habitual en espacios tradicionalmente varoniles. Aquí, en el extinto servicio militar, era igual: el Murcia, el Huelva, el Salamanca… Creció en un ambiente tradicional y sexista, hijo de un viajante agresivo y maltratador y de una sometida ama de casa dócil y puritana. Lo encontraron muerto, más solo que la una, a los setenta y un años de edad en un hotel de Nueva York después de atragantarse, supuestamente, con el tapón de un bote de barbitúricos, una de las muchas adicciones que fue acumulando en su complicada existencia. Entre su alumbramiento sureño y su deceso en la ciudad que nunca duerme transcurrió la vida del que probablemente sea el dramaturgo en inglés más importante del siglo pasado, Tennessee Williams, no superado cuatro decenios después de su adiós y repetidamente representado, porque su teatro tiene el nervio de las obras clásicas, esas que viven una eterna actualidad gracias a lo inmarcesible de su tinta. Su vigencia tiene, además, la connivencia del Séptimo Arte, que inmortalizó con creaciones maestras algunas de sus más celebradas piezas. Cómo olvidar al salvaje Marlon Brando en camiseta en Un tranvía llamado deseo, o a la insatisfecha Elizabeth Taylor en La gata sobre el tejado de cinc. A esos títulos se podrían añadir El zoo de cristal o Dulce pájaro de juventud, buen cine de siempre para degustar en cualquier momento.

La actriz Cristina Medina, en un momento de la obra.
La actriz Cristina Medina, en un momento de la obra. / Esmeralda Martín

Seguramente le habría encantado que a los cuarenta años de su muerte una compañía recuperase dos de sus textos breves y titulase la propuesta con el topónimo que adoptó, porque es así como se llama el montaje que el jueves, cinco de noviembre, se subió al escenario del Teatro Pedro Muñoz Seca: Tennessee. Dos obras cortas y un entremés, una coproducción del Teatro Español con Producciones Come y calla. El primero de esos textos cortos es La marquesa de Larkpsur Lotion, escrita en 1941, es decir, antes de sus grandes éxitos - El zoo de cristal se estrena tres años después -. La acción transcurre en una sórdida pensión, de las que el autor fue reiterado inquilino en su juventud, y en una humeante y paupérrima habitación encontramos a una mujer borracha y adicta al insecticida, supuesta marquesa dueña de plantaciones de caucho en Brasil, pero sin un centavo para pagar su estancia. Frente a esa quimera andante, arquetipo de tantos personajes de Williams, pobres de solemnidad con delirios de grandeza, se planta en jarras la exigente dueña del negocio, símbolo de la cruda realidad, continuo bofetón que coloca a las desamparadas almas en pena frente al espejo de sus miserias. El ángel salvador de la morosa es un escritor sin obra, también dipsómano, orgulloso de un éxito editorial tan inexistente como el marquesado de su Dulcinea, y que afirma llamarse Anton Chejov, el dramaturgo ruso del que tanto bebió el autor sureño. Buen trabajo actoral de Cristina Medina, Rebeca Torres y Eleazar Ortiz, que consiguen transmitir en cada palabra, y en sus gestos y movimientos, el desamparo de ese trío de supervivientes. Háblame como la lluvia es de 1957, una valiosa pieza de madurez al filo del momento en que la crítica no perdonara los éxitos de Tennessee Williams y proclamase el final de su aclamado talento. El título ya prefigura un texto cargado de simbolismo, que profundiza en la psicología de una pareja con un pie en la alucinación y, otra vez, con deseos de huida hacia paisajes que sobrevuelen la derrota y la vergüenza. Repiten Eleazar Ortiz y Rebeca Torres, quien borda, casi recitando, una interpretación evocadora en la que la lluvia exterior pone música a su sueño narrado con emocionante lirismo. Un entremés metateatral ocupa el centro de las dos obras cortas, en el que Cristina Medina reivindica con pasión la literatura y la vida de su autor. Aunque roza por momentos el aire de función didáctica para escolares, consigue despegar con el hermoso final de una balada que recuerda el tiempo y el lugar que inmortalizó Tennessee Williams.

stats