Aquellos maestros de San Luis
Tribuna Libre
El otoño estaba por comenzar
cuando carreteras oscuras me trajeron al sur.
Era un impreciso día de septiembre
en que el olor del mar
y el añil de azoteas encaladas
anegaron mis sentidos...
Ese día de septiembre al que hace referencia mi poema titulado El Viaje hay que situarlo en el año 1971, hace nada más y nada menos que cincuenta años. Toda una vida. A un grupo de maestros nos habían ofrecido trabajo en el colegio San Luis Gonzaga a través de un amigo que había comenzado el curso anterior. Su llamada tuvo un gran poder de convocatoria. Todos habíamos terminado la carrera hacía muy poco, incluso ese mismo año y, aunque procedíamos de distintas provincias andaluzas, teníamos en común el haber estudiado en la Escuela de Magisterio de la Sagrada Familia en Úbeda y unas enormes ganas de poner en práctica lo aprendido en los libros. La Ley General de Educación de 1970 (la conocida como ley de Villar Palasí) comportaba muchos cambios y había que ponerlos en práctica. Todas las personas que dieran clase en cualquier centro educativo tenían que ser titulados y se necesitaban profesores.
Comenzaba una ilusionante andadura para este grupo de enamorados de la enseñanza que no imaginaban los derroteros por los que nos iba a llevar la vida ni que desde entonces íbamos a permanecer ligados para siempre a esta ciudad, El Puerto de Santa María. Nuestro primer hogar fue el mismo colegio viejo y destartalado de entonces, ya que el contrato incluía una especie de pensión completa en las instalaciones del antiguo noviciado. Los rectores que dirigían la institución, los sacerdotes José Trobat y posteriormente Luis Conradi, siempre nos dejaron hacer en el ámbito pedagógico y nunca nos pusieron trabas para desempeñar nuestra labor.
Formamos un verdadero equipo que encontró en el alumnado la materia prima necesaria para que nuestro esfuerzo tuviera buenos resultados. Los nombres de muchos de ellos continúan en nuestros recuerdos y cuando nos encontramos con alguno siempre se nota un cariño mutuo a pesar del paso de los años (ya son todos maduritos) y de que en los partidos de fútbol, casi siempre les ganábamos. Ellos nos enseñaron palabras y expresiones entonces desconocidas para los que veníamos de fuera como "mosqueta", "fatiga" o "se ha embarcado un balón". Ellos nos llamaron por primera vez, profes.
No fuimos los primeros. Lógicamente, otros maestros que habían llegado antes que nosotros, daban clase en los diferentes colegios que existían en la ciudad. Ni los únicos. A San Luis siguieron viniendo otros compañeros, muchas veces llamados por nosotros mismos para hacer sustituciones o cubrir puestos de nueva creación. El dato diferenciador es que los que nos llamamos del 71, nos quedamos. Aunque nuestras carreras profesionales han seguido rumbos distintos hasta nuestra jubilación, todos hemos permanecido en esta ciudad que consideramos nuestra, hemos formado familias, nuestros hijos e hijas son portuenses de nacimiento y nosotros de adopción. Falta uno, nuestro Manolo, que siempre estará entre nosotros. Vivimos el proceso de fusión de San Luis con SAFA con todos los avatares que ello supuso y las nuevas creaciones de colegios públicos con el aumento de profesorado que llegó desde diferentes lugares del país. Muchos de nosotros hemos trabajado en algunos de ellos en primaria, secundaria y bachillerato y la cantidad de alumnado que hemos tratado ha sobrepasado la capacidad de nuestra memoria, pero entre todos ellos, hay un grupo que permanece en el recuerdo. Los primeros alumnos de San Luis.
Por ellos y por nosotros queremos celebrar esta vida común que comenzó hace ya cincuenta años. Unas bodas de oro con la enseñanza, El Puerto y nosotros mismos.
El poema que encabeza estas líneas finaliza así:
...Y aquí estoy. Aquí estamos:
porque no vine solo, vinimos muchos.
Unos volvieron y otros nos quedamos
para desentrañar las incógnitas
escritas en el futuro que ahora ya es el pasado.
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