Museo de Ciencias de San Luis, en El Puerto: Un museo vivo
La gran colección de historia natural del colegio San Luis Gonzaga, que se atesora desde finales del siglo XIX, se sigue utilizando para enseñar a los estudiantes
Homenaje al legado del padre Luis Conradi con visitas guiadas en El Puerto
Entrar en el Museo de Ciencias Naturales del colegio San Luis Gonzaga es como dar un salto en el tiempo y trasladarse a una de aquellas aulas de finales del siglo XIX en las que los estudiantes aprendían sobre el terreno las diferencias entre las aves, la morfología de los animales, los huesos del cuerpo humano o los principios de inventos entonces aún recientes como la electricidad.
El aula que ahora se utiliza como Museo, en el interior del centro educativo, no es la original ya que el colegio se fundó en 1867 y hacia el año 1900 ocupaba ya una enorme extensión de terreno, cuyos límites se extendían hacia la calle Valdés y hacia la actual carretera de Fuentebravía.
El centro, cuya fundación fue impulsada por familias que buscaban una educación de calidad para sus hijos en España, contaba desde principios del siglo XX con los mejores medios, incluyendo un aula de ciencias en la que se disponía de la mejor tecnología de la época, con objetos traídos desde Londres o Berlín.
Allí recibieron clase de ciencias naturales alumnos como Juan Ramón Jiménez o Rafael Alberti, entre otros estudiantes ilustres, y la coleccion de animales y especies se fue enriqueciendo poco a poco con intercambios que realizaban los misioneros jesuitas cuando participaban en alguno de sus viajes. También hay muchos objetos y ejemplares de procedencia local, que los propios estudiantes y profesores iban aportando a lo largo de los años.
Aquel museo inicial se vio sometido a una serie de vicisitudes, como la expulsión de los jesuitas en los años 30 del siglo XX, posteriormente los estragos de la Guerra Civil, cuando el colegio albergó un hospital, y más tarde la falta de mantenimiento de algunas de las dependencias, lo que hizo que se cayera el techo de ese primer espacio en los años 60 del pasado siglo.
El padre Luis Conradi, de cuyo nacimiento se conmemora ahora el centenario, fue una figura clave en la recuperación de aquellas colecciones y fue quien impulsó la reapertura del Museo en sus actuales dependencias, alrededor de los años 80 del pasado siglo, aunque en un principio tenía un uso interno destinado a que los estudiantes aprendieran las ciencias sobre el terreno.
Durante los años en que el museo estuvo desmantelado, los religiosos se les arreglaron para custodiar las principales piezas , e incluso algunos de los animales disecados durmieron con los sacerdotes en sus habitaciones durante años, mientras que el grueso de los objetos se custodiaron durante bastante tiempo en el archivo municipal.
Poco a poco el padre Conradi se dedicó, a lo largo de su vida, a clasificar y ordenar los fondos del Museo, conservando también todo lo que pudo de las vitrinas originales. Mención especial merece la colección de conchas del museo, que suma más de 3.000 piezas y que ha sido alabada por naturalistas expertos, que no terminan de entender cómo un hombre sin conocimientos en la materia pudo clasificar con tanto esmero una coleccion tan extensa.
Durante aquellos años con problemas de todo tipo fueron numerosos los objetos del museo que desaparecieron, muchos de ellos pasto del saqueo y de los robos. Por ejemplo, de la extensa colección de aves disecadas que se conserva hoy, la mayoría pertenecen a ejemplares hermbras, ya que los machos, con plumajes más vistosos, desparecieron.
También antes de que el museo estuviera de nuevo organizado cuentan algunos profesores que era habitual que los alumnos se colasen en el aula y jugaran al fútbol con la cabeza del esqueleto que aún se conserva.
El padre Luis Conradi, aunque oriundo de Sevilla, tenía muy claro que esas colecciones eran patrimonio de El Puerto, y se marcó el objetivo de reorganizar el Museo y abrirlo a la ciudad.
Todas estas historias las conoce muy bien la profesora Isabel López, que sigue en activo como profesora de Biología en el colegio Safa San Luis. Isabel se convirtió durante muchos años en la mano derecha del padre Conradi a la hora de clasificar los fondos del Museo, y aún hoy le brillan los ojos cuando dirige alguna de las visitas guiadas que se realizan a las instalaciones, como la celebrada la semana pasada dentro de los actos del centenario del sacerdote. Como ella misma explica “al final se ha cumplido su deseo de que este fuera un museo vivo, porque seguimos trayendo a los estudiantes más pequeños a que lo conozcan y a que aprendan sobre el terreno. A los niños les encanta”, asegura.
Además, hace ahora diez años el Museo se abrió al público, aunque solo mediante visitas concertadas, y en los últimos años participa también en la Oferta Educativa Municipal, siendo una de las actividades más valoradas, con la participación de una treintena de colegios.
Entre los objetos que más llaman la atención, además de la colección de conchas, de aves y mariposas de todo el mundo, se conserva aquel antiguo esqueleto donde los estudiantes aprendían anatomía, una primitiva gramola, un microscopio como el que utilizaba en Londres Ramón y Cajal, o los herbarios que realizaban los niños que estudiaban botánica en el colegio a principios del siglo XIX. También hay algunas piezas arqueológicas procedentes de Fuentebravía. “Este museo es también historia de la educación en El Puerto”, señala Isabel López, que a sus 68 años se jubilará próximamente, pero ya ha llegado a un acuerdo para seguir atendiendo el museo como profesora voluntaria.
Una cría de cocodrilo albino metida en un frasco con formol es otra de las cosas más curiosas, lo mismo que una bombilla de las primeras que se fabricaron en Europa, realizada con osmio y wolframio, que era tan buena que no se apagaba nunca, por lo que la firma Osram optó por cambiar uno de los materiales, inventando así el concepto de obsolescencia programada. Efectivamente, la bombilla se sigue encendiendo en cada visita y tiene una potencia sorprendente, más de un siglo después.
Otra de las piezas estrella es un leopardo disecado que donó al Museo Fernando Terry Merello, y son varios los ejemplares que han llamado la atención de los científicos, como un santiaguiño de un tamaño inusual hoy en día -por su temprana captura antes de que crezcan-, un esturión capturado en un río español, o una cigüeña negra, hoy prácticamente en extincion. Incluso hay estudiantes que han realizado sus tesis doctorales sobre los objetos del Museo, en concreto sobre su colección de peces, entre los que se incluye una cría de tiburón que durante años compartió habitación con el padre Conradi.
Hace poco un ex alumno, hoy catedrático en Australia, escribió al colegio para darles las gracias por haber despertado su vocación de científico. ¿Qué mayor satisfacción puede haber para un educador?
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