Niña Pastori, su esencia caminó entre esteros y marismas, tras su sueño gaditano

Cabaret Festival

La cantante y compositora cañaílla celebró el final de la gira del álbum 'Camino', a su paso por el Cabaret Festival en la Plaza de Toros de El Puerto que colgó el cartel de no hay billetes

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Una imagen del concierto de Niña Pastori en la Plaza de Toros. / María García Álvarez
Enrique Bartolomé

17 de agosto 2024 - 12:16

Llegó, apareció sobre el escenario y se desató la locura. Traje largo "colores de la marisma" y elegancia para rabiar. Jugaba en casa y lo dio todo. Como siempre. Todo empezó con su madre, su ejemplo y su guía. Ya a los 12 años, Camarón de la Isla -uno de sus referentes-, la presento en el Teatro Andalucía de Cádiz y le pidió que actuara con él. Todo un descubrimiento. A los 16 años, Niña Pastori saca “Tu me camelas”, su primer sencillo, incluido en el álbum “Entre dos Puertos”. Paco Ortega y Alejandro Sanz firman la producción. Y luego, suma y sigue.

Mi buen amigo y tocayo Enrique Montiel, en una de sus memorables crónicas sobre la artista, aseveraba: “Escasos son los artistas flamencos que tienen un bautizo de tanto postín como el que han brindado a Niña Pastori. Pero, como se suele decir, algo tendrá el agua cuando la bendicen”. De ahí a la gloria, como se tararea por estos contornos.

Además de Camarón, bebió en otras fuentes del flamenco: Fernanda y Bernarda, Lole y Manuel, La negra...Y una nómina de artistas anónimos en los que fijó. Se define aprendiz de todo lo que le llega a sus sentidos a través de la piel. Y eso es lo que trasmite. Cosas que se encienden, cosas que se apagan...con solo una mirada. Verdad, sin rodeos.

Se siente querida en su Andalucía, enamorada de su Bahía, bien acogida en El Puerto, donde reside. Pero lo que más valora es el respeto muto e interactivo con el público que llena sus conciertos por donde va. Mayores y pequeños, público variopinto bailo y se contorneo sin límite. Sentimientos encontrados. Así da gusto trabajar y el esfuerzo diario merece la pena, se dice para sus adentros.

La Plaza de Toros estaba llena a rebosar. / María García Álvarez.

Su manera de interpretar lo que siente y como lo siente, le ha llevado al reconocimiento en diversos ámbitos. Desde que en 1996 recibiera su primer disco de Oro en el Teatro Falla, pasando por el himno Cai, escrito por Alejandro Sanz; el primer Latín Grammy; el Ave María ante el Papa Juan Pablo II en su visita a España; pregonera del carnaval de Cádiz, acompañada del monstruo David Palomar y Julio Jiménez Borja 'Chaboli', al frete de un buen grupo de músicos; Medalla de Andalucía, un 28 de febrero de 2018; Embajadora de la Provincia en 2019.Pero lo que no olvida es la canción a la Tata Manuela, en la memoria presente, fallecida con 100 años, que con el corazón y el alma se encargo de llevar adelante a su familia, a su gente.

Con la luna enganchada en sus letras, anoche expectante en lo alto, levante en calma, se acompañó de un grupo de músicos con muchos kilates. Entre ellos el compositor Julio Jiménes Borja 'Chaboli', que lleva con ella desde siempre, y que se lanzo con un solo que enganchó. También nos asombramos de la fuerza de María Terremoto, artista invitada. Mucho recorrido, sin duda.

Más de dos horas de concierto. Y no quería irse. Estaba a gusto. Tanto es así que irrumpió en escena con un traje "rojo pasión" para interpretar su Cai, de uno de sus mentores Alejandro Sanz, a quién homenajeó con cortos de sus canciones, que adornaba con esos "quejios" tan personales. El no va más.

Con todos sus sueños libres, muchos por cumplir -que sumaran a los que lleva encima, desde hace años-, defiende la importancia de conocer y entender nuestra raíces, de cómo nuestros antepasados influyeron en quienes somos y adonde vamos. Y se agarra como clavo ardiendo a lo que dijera el poeta:“Arrancaron nuestro frutos, cortaron nuestras ramas, quemaron nuestro tronco, pero no pudieron matar nuestras raíces”.

El viernes fuimos testigos de que la música es su vida. Así fue su concierto. No le demos más vueltas. Se mueve, o así la vimos la otra noche en El Puerto, con la modestia por bandera. “Siempre dentro de nuestras posibilidades y de lo que somos”, llegó a decir alguna vez. Y ese espíritu -bañado por la sal de esta bahía que nos contiene y nos acicala- es el que perdura. Es su buen hacer. Y es que en sus conciertos nunca hubo medias tintas. Eso no va con ella. Y así se puso de manifiesto la otra noche, en este lado de la bahía. Su esencia, la que lleva a gala, caminó entre esteros y marismas

Así paso Niña Pastori por el albero de El Puerto. Más bien se quedó. Al menos, cuando observo el mar desde la Playa de La Puntilla -donde escribo esta crónica-, intuyo en el horizonte, que sus melodías forman parte, por derecho propio, de este paisaje tan nuestro, tan cierto, tan marinero, tan puro.Tan simple como la canela. Un bastinazo.

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