Candados en unos apartamentos turísticos en El Puerto.
Candados en unos apartamentos turísticos en El Puerto. / D.C.
Joaquín Rábago - Periodista

07 de agosto 2024 - 11:59

Hay plagas que no matan, pero provocan irritación y grave enojo en quienes por desgracia las sufren, y una de ellas es el actual fenómeno de los pisos turísticos. Que afecta últimamente también de modo especial a El Puerto de Santamaría, sobre todo a su tanto tiempo abandonado y tan necesitado ahora de reformas y cuidados “casco histórico”.

Las más que justificadas protestas de muchos portuenses por lo que llaman “el turismo de juerga y borrachera” ha sido, gracias a la televisión, noticia muy negativa para la reputación de la ciudad en toda España.

Y han coincido con otras protestas vecinales contra el turismo de masas y de cruceros en ciudades como Barcelona, Palma de Mallorca o Santa Cruz de Tenerife, de las que han dado cumplida información los medios de comunicación europeos.

Quisiera, sin embargo, centrarme en el fenómeno que afecta de modo muy especial a cuantos vivimos todo, o al menos parte del año en la ciudad que fue de los Cien Palacios.

No me refiero al alquiler de una vivienda por un período vacacional, por ejemplo, durante los meses de verano, sino a su arrendamiento normalmente sólo para un fin de semana por parte de jóvenes que vienen a celebrar una despedida de soltero o simplemente a emborracharse y pasarlo bien.

Me cuentan vecinos y amigos portuenses cómo esos juerguistas ocasionales transforman muchas veces sus comunidades en un auténtico infierno.

Cómo, por ejemplo, llegan muchas veces ebrios a altas horas de la noche o ya en la madrugada y, al no encontrar la llave de la puerta principal o la cancela, simplemente la fuerzan.

O llaman a los timbres de las demás viviendas y suben luego a la que ellos han alquilado cantando o pegando gritos, que despiertan lo mismo a las familias, muchas veces pequeños, que allí viven.

Es ése un tipo de turismo atraído no tanto por la playa o la náutica cuanto por los bares de copas que proliferan en ciertas calles del centro de El Puerto.

Y por los cada vez más frecuentes festivales de música que promueve un Ayuntamiento que parece haber encontrado la fórmula de “pan y circo”, más de lo segundo que de los primero, para ganar votos.

Es un turismo como escribí antes, de “juerga y borrachera”, que aproxima cada vez más a esta ciudad al totalmente desacreditado “modelo Magaluf” (por la localidad mallorquina de ese nombre).

Un turismo que sólo deja dinero en los bares de copas y prácticamente ninguno en los locales comerciales como haría el tradicional turismo familiar, al que, sin embargo, lógica y preocupadamente ahuyenta.

El fenómeno de los pisos turísticos es simple consecuencia del afán de lucro rápido de algunos, que han encontrado en esa fórmula una manera fácil de ganar dinero con una vivienda de su propiedad.

Y que en la mayoría de los casos ni siquiera pagan impuestos, pues no los tienen registrados, y a quienes nada importa la convivencia, la paz, la seguridad y la limpieza de la comunidad de que se trate.

Los pisos turísticos provocan a su vez fenómenos especialmente negativos, por antisociales, como la imposibilidad de los jóvenes de encontrar viviendas en régimen de alquiler que puedan permitirse.

Es, pues, hora de que el Ayuntamiento tome medidas si es que al alcalde y a sus munícipes algo les importa, no ya sólo la tranquilidad de los vecinos, sino el propio prestigio de El Puerto como ciudad de turismo sostenible.

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