El Puerto: Javier Ruibal desempolvó las luces del viejo cabaret
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La querencia narrativa de los temas musicales de Javier Ruibal ha sido un rasgo constante desde los albores de la carrera del artista, que pasa por ser un cantante que cuenta: siempre a su modo y jamás desde lo preconcebido o carente de originalidad. Sus títulos más emblemáticos son historias, con todos sus avíos, que se quedaron grabadas e imaginadas en quienes han seguido la huella larga de sus pasos. Así, de su primer trabajo, Duna, se recuerda La canción del gitano, de Cuerpo celeste, el inolvidable ¡Ay, Pelao! y de Pensión Triana, el emocionante corte que daba nombre a la colección. Cuentos entrañables que el receptor visibiliza como lo haría al leer una novela, y donde esta opción estilística no supone, en absoluto, un desdoro de su valor literario, porque nunca falta en esas letras el intenso vuelo lírico del notable poeta que las escribió. Hay algo más, y es su preferencia por personajes casi siempre al margen, o fuera del centro, existencias borrascosas, destinos a contracorriente que acaban pagando su rebeldía con la sospecha, el desdén o el destierro de quienes no se atreverían, ni por asomo, a sacar los pies de ningún plato.
Ahora, a sus casi setenta tacos, y cuando muchos de sus contemporáneos pliegan velas y acumulan recopilatorios, Javier Ruibal se reinventa y vuelve a zarpar con un estimulante proyecto que tiene ya casi un año de vida y el pasado jueves, 14 de noviembre, presentó en el Teatro Pedro Muñoz Seca, sin que ninguna alerta climatológica, del color que fuese, impidiera el lleno de sus paisanos, pese al inusual jueves de la cita. Saturno Cabaret, que así se llama la obra, es una fiesta desde su acertada concepción escenográfica, que rubrican los gaditanos de la firma Ras, en la que todo está brillantemente medido para sorprender al espectador, que sigue asombrándose, más de cuarenta años después, de los ingenios de este veterano. Hay también una oportuna dramaturgia de Bernardo Sánchez y Juan Echanove, ahí es nada, y es que una empresa de estas lides necesitaba dramaturgia, es decir, una base de escritura teatral que cosiese la idea. Porque si es verdad que Ruibal se reinventa, como anotamos antes, no es menos cierto que lo hace desde quien es y ha sido: a partir de su esencia sostenida en el tiempo. Por eso cada una de las catorce canciones es una pequeña historia que se inscribe a su vez en la gran historia que es Saturno Cabaret, que tiene mucho de excelente película y bastante de imprescindible musical. Daikiris y mojitos, El comisario o Yankees Welcome tienen verdad propia y contribuyen, además, al avance de un relato que nos lleva hasta la Barcelona de mediados del siglo pasado, cuando una España cerril y pacata, a un paso del desarrollismo, se dejaba seducir tímidamente por los vientos de la modernidad. La cámara se detiene en uno de esos locales que nacían para desafiar lo férreamente establecido y era, al mismo tiempo, punta de lanza para ir rompiendo la costra podrida -política y moral- del franquismo y un resquicio en el que evadirse del tedio a través del descaro y la provocación. Para ello, nada mejor que una ciudad abierta al mar, paisaje propicio, como tantas veces lo fue Cádiz, para la penetración de nuevos aires. La cabalgata de almas que desfila por ese local de vida licenciosa da origen a temas que merecen estar en lo más alto de la producción de su autor, como La chica del guardarropa, El bien Peinao, Tangueros y flamencos o La cupletera. Se cumple, además, otro rasgo de Ruibal gracias a sus cualidades vocales y a su inagotable afán experimentador: la sugerente variedad de formas, donde encontramos bolero, rumba, cuplé, bugui bugui, zambra, tango, Rock&Roll, pasodoble… El resultado no puede ser más impactante, no solo por quien encabeza el elenco, sino por la calidad de los talentos de los que siempre se sabe rodear. Vuelven a estar los Glazz Javi Ruibal, José Recacha y Dani Escortell, y se suman a la lista Javier Galiana, 'Pirata', Toni Molina, Roberto Lorenzo, Raquel Pavón, Andreas Prittwitz y Amaiur Monreal; la parte coreográfica la ponen Lucía Ruibal y David nieto, dos prodigios de luz en movimiento. Y no hay que dejar de anotar un par de cameos de lujo en la noche portuense: los de Maui de Utrera y Jesús Bienvenido. Todos se hicieron cómplices del delirio cabaretero de un todoterreno talludito que por ahora no parece tener, afortunadamente, fecha de caducidad.
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