Romeo y Julieta a la castellana con 'rosso' veronés

Teatro

El Festival de Teatro de Comedias de El Puerto llega al ecuador de su programación

‘Los bandos de Verona’ y ‘El marqués de las Navas’ , este fin de semana en el Festival de Teatro de Comedias 

Una imagen de la obra que se pudo ver en el festival en la noche del viernes.
Una imagen de la obra que se pudo ver en el festival en la noche del viernes.
Ángel Mendoza

17 de agosto 2024 - 11:55

El esqueleto argumental de Romeo y Julieta es más viejo que el sol. Tanto, que cuando Shakespeare hizo popular su obra, la obra ya existía. El origen de todo está en el mito de Píramo y Tisbe, narrado por Ovidio en sus Metamorfosis, y que el Bardo volvería a fusilar en El sueño de una noche de verano. Así pues, se llamen Romeo y Julieta, Tony y María (West Side Story) o Montoyas y Tarantos, los primeros fueron Píramo y Tisbe. En nuestra lengua también hay versiones más que decorosas. Lope de Vega, a quien el sábado tendremos por aquí, firmó Castelvines y Monteses, y Francisco de Rojas Zorrilla, Los bandos de Verona, que se estrenó en el siglo XVII y que llevaba desde entonces durmiendo el sueño de los justos hasta que la productora Secuencia 3 decidió desempolvarla, dejar que se impregnara del aire de estos tiempos y convertirla en un proyecto con el que el viernes, 16 de agosto, el XXXIII Festival de Teatro de Comedias cruzó el ecuador de su programación.

El autor de este enredo de capa y espada es, como ya se ha dicho, De Rojas Zorrilla, que no debe confundirse con el vallisoletano de Don Juan Tenorio. Este Zorrilla nació en Toledo y allí tiene un teatro con su nombre, como aquí nuestro Pedro Muñoz Seca, aunque aquel vivió una existencia más agitada que el portuense, por decir algo. Dos años antes de estrenar la pieza que hoy glosamos se le dio por muerto, pero en realidad el fiambre era su padre. Él tampoco duró mucho, pues a los cuarenta fue acuchillado con alevosía por alguien que, al parecer, se sintió ofendido por verse ridiculizado en un texto del dramaturgo: hay quienes se toman fatal eso de las críticas.

Algo del espíritu gamberrete del castellanomanchego hay en esta versión del cuento eterno de los dos tortolitos condenados a no amarse por asuntos de rencillas familiares, y esa dislocación provocativa otorga frescura a una obra del Siglo de Oro que el autor de la adaptación, Eduardo Galán, ha sabido traer hasta nuestros días no

llenándola de facilonas actualizaciones (aunque alguna morcilla local hubo que tragarse), sino respetando el espíritu atemporal de la obra, acortando la versión original y no renunciando a la versificación, que cuando está en boca de buenos intérpretes fluye con pasmosa naturalidad y vuela en alados diálogos bien encabalgados y hermosos de disfrutar, como ocurre aquí, si bien algunos problemas de sonido, con idas y venidas de las voces y micrófonos crepitantes. deslucieron algo la función. El montaje, en general, es disfrutón por desenfadado: si los protagonistas del drama shakesperiano hacían un dramón de cada uno de los obstáculos que les salían al paso en su pedregoso sendero de amor, los de Los bandos de Verona toman la senda del divertimento ante cada dificultad y se convierten en ejemplos de resiliencia, aunque ese término está más que claro que no existiría en el lejanísimo Siglo de Oro. Esplendidos, por cierto, tanto Elisabet Altube, en el papel de Elena Capelete, como Jean Cruz, que dio vida a Alejandro Romeo Montesco, y no menos esplendidos el cómico Canco Rodríguez, que interpreta con acierto los dos papeles en los que se desdobla. y el veterano Manuel Navarro.

La meritoria dirección ha corrido a cargo de Daniel Alonso de Santos, quien ha pulido la coordinación de una propuesta a la que no le falta un perejil, con engarce perfecto entre las escenas, que contribuye a la fluidez de una historia de acentuada comicidad que se hace corta. Ocurrente también la escenografía, con paneles móviles que acotan los diferentes espacios, además de servir para la proyección de cuadros conocidos que ilustran las diferentes peripecias. El vestuario, atractivo e intemporal, lo ha confeccionado, como no podía ser de otra forma para un final con campanas nupciales, la firma Navascués, muy prestigiosa en el sector de los trajes para novias. La banda sonora la puso Niña Pastori, que actuaba a la misma hora en la Plaza de Toros e inundó el patio porticado de San Luis Gonzaga provocando un curioso híbrido cultural digno de ver y, sobre todo, escuchar.

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