Teatro en El Puerto: Cuando el alcalde es honorable y digno
Crítica de 'El alcalde de Zalamea', a cargo de Teatro Corsario, que inauguró la temporada de Invierno-Primavera
20 espectáculos para la temporada Invierno-Primavera 2025 en el teatro Pedro Muñoz Seca de El Puerto
![Una imagen del montaje.](https://static.grupojoly.com/clip/a70bc852-3c0b-4287-8f77-64c4a0bae1c4_source-aspect-ratio_1600w_0.jpg)
Altos cielos dorados del barroco literario español para inaugurar la nueva temporada del Teatro Pedro Muñoz Seca de El Puerto. La programación que viene es extensa y prometedora, a la altura de los auditorios más exigentes. Sábado, 9 de febrero, aforo casi completo, crujen las tablas con el peso del grupo castellano Corsario, más de cuarenta años sumando excelentes montajes y un prestigio internacional ganado con sudor. Los vallisoletanos vuelven al venero seiscentista, inagotable y necesario por no superado tantos siglos después. Oscuridad, susurros, silencio, “apaguen sus móviles” (esta vez sí) y arranca El alcalde de Zalamea, drama de honor en tres jornadas de don Pedro Calderón de la Barca. La escena, acota el autor, es en Zalamea y sus inmediaciones.
La historia de esta joya está llena de controversias, tantas que pasaron años hasta que se le atribuyó a su innegable orfebre. Hay una pieza del mismo título de Lope de Vega, de ahí que este sea el Calderón más lopista. El Fénix nutrió el esqueleto conceptual de Calderón y abrió un ciclo triunfal que el más brillante de sus discípulos cerró con inigualable maestría. Con influencias o no, aquí está el Calderón de la Barca más portentoso, caudal de figuraciones dramáticas inolvidables, arquitecto prodigioso de un mundo poético propio. La España eterna ha ocupado el escenario encarnada en los hondos caracteres que ha creado el muñidor de La vida es sueño para ponernos delante la historia de la violación de la joven campesina Isabel a manos de don Álvaro de Ataide, un capitán del ejército patrio marrullero, cobarde, prepotente y ruin. La obra se sitúa - conviene recordar el marco mental histórico- en el extrarradio mental de la Edad Media, cuando el honor estaba localizado de la cintura para abajo, era privativo de determinado niveles sociales y poco podían los secularmente sometidos contra los abusos desmedidos de los secularmente dueños de lo bueno y lo malo. La obsesión de Pedro Crespo, padre de la chica y alcalde labrador, pivota sobre la restauración de la reputación de su humilde linaje. Importa menos la gravedad del delito y casi nada lo que pueda sentir la víctima. En Pedro Crespo se aúnan el sentimiento de la justicia y el sentimiento vindicativo de la propia ofensa, porque es él quien de verdad se siente ofendido. Desde este febrero de 2025 solo cabe la condena de los hechos, pero estamos, ya lo hemos dicho, varios siglos atrás, y se agradece que la versión de Corsario haya sido fiel al espíritu original del texto, sin actualizaciones biempensantes ni ultracorrecciones políticas, donde nos espante ver qué era el honor entonces, y qué la honra, cómo se administraba la justicia, cómo de inamovibles eran los estratos sociales y cuál era el insignificante y castigado papel de la mujer. En ello acierta este montaje, y en todo lo demás, porque asistimos a un torrente de acciones maravillosamente engarzadas, que impiden apartar la mirada del escenario en el tiempo que dura la trama. Intensidad emocional bien dosificada y elecciones inteligentes que han sabido prescindir de lo accesorio y cargar el trabajo en lo verdaderamente medular. La escenografía es sobria, pero qué inteligente; preciso y logrado es el vestuario; la iluminación funciona de maravilla sin excesos ni alardes: se atenúa o se intensifica subrayando lo justo cada escena, y hay una neblina fantasmagórica preñada de sugerencias. El centro indiscutible del acierto de este Alcalde de Zalamea está en el trabajo actoral de un equipo que funciona en lo coral y brilla en lo individual. No decae el ritmo de las palabras en toda la representación, con la dificultad añadida de ser diálogos en versos octosílabos, pero la naturalidad duramente trabajada regala al oído una cadencia hermosa que dota a las conversaciones de un añejo sabor clásico, limpio y elegante. Entre las cuestiones universales que pueblan el texto –honor, justicia, orden social, dignidad- y las tragedias íntimas de los seres humanos que las padecen se equilibra con fortuna para el espectador este clásico cuyo vigente núcleo temático, el ultraje de un cuerpo sin consentimiento, ocupa estos días los titulares de casi todos los medios de comunicación. Larga ovación merecida para este prodigio escénico.
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