El Alambique
María González Forte
Contradicciones sociales
El Puerto/Quien piense que Antígona es el añejo cuarto de folio que nos hicieron aprender en el instituto para aprobar el examen de Griego, o una antigualla para festivales de teatro grecolatino, que recuerde ahora a cierto presidente del Gobierno apartado del mundanal ruido durante cinco jornadas para reflexionar, etcétera, a partir del aireamiento de un asunto de supuestas prebendas, más bien comprometedoras para su esposa. O en cierta presidenta de una importante comunidad autónoma rasgándose las vestiduras, y rasgando el careto de quien se le pusiera por delante, una vez se conoció que su pareja intentó regatear a Hacienda y se quedó corriendo sin balón. Aunque ninguno de los dos gerifaltes le llega al talón al poderoso mito que firmó Sófocles, ambos reeditaron, a sus descafeinadas maneras del siglo XXI, el permanente e insalvable enfrentamiento que protagonizaron el implacable rey Creonte y la rebelde Antígona, esto es, la lucha entre el orden y la pulsión, entre la idea más pura de justicia y la parcialidad de los afectos para interpretarla, entre la fría razón, en definitiva, y el corazón ingobernable.
Creonte es la legitimidad de la ley del estado que castiga a los levantiscos, y representa, pues, a la fuerza organizada de la polis. Antígona es símbolo de lucha y determinación, de desobediencia civil: bandera del carácter sagrado de la casa y la familia. Por eso el latido de la tragedia de Sófocles golpea con vigor dos mil quinientos años después de su nacimiento y desde aquel 442 antes de Cristo ha estado presente en visiones y revisiones de Anouilh, Brecht, Yourcenar, Salvador Espriu, María Zambrano. Y ha dado para una ópera de Carl Orff y otra de Tomasso Traeta, y la encontramos oponiéndose al nazismo, y luchando contra la Guerra de Vietnam, y anudándose el pañuelo blanco de las madres de la Plaza de Mayo, y entre los exiliados víctimas del franquismo. Antígona vive y revive. El giro más temerario, y al que no creo que se haya atrevido antes nadie, era trocar lo trágico en cómico y atreverse con una versión más para la carcajada que para la catarsis, aceptando, también, que la risa tiene mucho de liberación de emociones. Este arriesgado salto sin red lo han llevado a las tablas los portugueses de la Companhia do Chapitô, quienes han versionando con éxito clásicos en clave humorística y tienen en su currículo, entre otros, una Electra, un Edipo y un Macbeth.
El montaje Antígona (3 x 3,5) es una creación colectiva que subió al escenario del Festival de Teatro de Comedias el sábado, 10 de agosto, e hizo las delicias del público que llenaba el patio porticado de San Luis Gonzaga. Y no era para menos, porque los actores Pedro Diogo, Susana Nunes y Tiago Viegas se agotan en un tour de force impecable entre el mimo y el happening, tratando de levantar el proyecto, en un más difícil todavía, sobre una superficie de linóleo de tres metros por tres y medio, de ahí su subtítulo. Sin apenas escenografía, avanzan estos tres solventes intérpretes con un trabajo gestual puntilloso y perfectamente cronometrado de ritmo, donde no están ausentes ni el espacio sonoro ni, desde luego, el attrezzo, porque de hecho es la inteligente y ocurrente manipulación de objetos una de las clave de esta propuesta.
Entre escenas graciosamente encadenadas con maneras de slapstick transcurre la hora y poco de esta infrecuente Antígona, encomiable y original, pero que no llega, ni de lejos, a la hondura conceptual de la obra de Sófocles, ni logra alzar ante nuestros ojos el combate dramático que bulle en el texto primigenio. Seguramente no aspirara a eso la Companhia do Chapitô, que recibió el aplauso agradecido de un auditorio que, seguramente, tampoco estaba para mucha tragedia.
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