Teatro en El Puerto: Marat, Sade y la revolución de la locura

El teatro municipal Pedro Muñoz Seca acogió la obra 'Marat-Sade', a cargo del grupo Atalaya

Doce espectáculos en la temporada de otoño del teatro Pedro Muñoz Seca

Una imagen de la obra representada en el teatro Pedro Muñoz Seca.
Una imagen de la obra representada en el teatro Pedro Muñoz Seca.

La pieza se escribió a mediados de los sesenta del siglo pasado, una década prodigiosa para algunos, pero que a la luz de sus acontecimientos sugiere, sin embargo, calificativos de diferente pelaje semántico: irreverente, contestataria, iconoclasta, convulsa, antisistema. El mundo empezaba a estar harto de una Guerra Fría que llegó a estar peligrosamente caliente; en el corazón del bloque capitalista, la gente se plantó frente a una contienda bélica en Asia patrocinada, como casi todas, por ricos para que muriesen demasiados pobres, mientras que unos pocos países de la órbita soviética se atrevieron a salir a las calles buscando el rostro humano del comunismo, que resultó carecer de rostro humano alguno. Se desmembraron las últimas colonias importantes a golpe de sangre y fuego, y una juventud decepcionada con sus mayores anduvo entre el París del mar bajo los adoquines y el ácido lisérgico con banda sonora de rock progresivo. Ante tanto calambre revolucionario no era raro que el arte volviese la mirada hacia la Revolución de las revoluciones, la francesa de 1789, aquella de la que, en tiempos de estudiantes, se nos quedaron dos cosas muy claras: la facilidad para memorizar el acontecimiento gracias al orden ascendente de sus tres últimas cifras, y que el evento fue un carajal de mil demonios lleno de sangre, revueltas, traiciones y cabezas rodantes. Tamaño embrollo fijó para la Historia la frontera de la edad que aún vivimos, la Contemporánea, y cambió para siempre la forma de entender al individuo y a sus relaciones con el poder.

En esos lejanísimos años sesenta del siglo pasado, íbamos diciendo, el dramaturgo alemán, nacionalizado sueco, Peter Weiss estrena La persecución y asesinato de Jean-Paul Marat representada por el grupo teatral de la casa de salud mental de Charenton bajo la dirección del Marqués de Sade, felizmente abreviada para los restos como Marat-Sade, que en versión del grupo Atalaya inauguró el exiguo abono otoñal del Teatro Pedro Muñoz Seca el sábado, 30 de noviembre. Los sevillanos de Atalaya pasan por ser una de las compañías más en forma del panorama patrio –fueron Premio Nacional de Teatro en 2008-, tienen varios montajes en cartel, a cual más celebrado y estuvieron aquí, por cierto, hace casi tres años con un Avaro de Molière en clave musical bastante solvente. Sus espectáculos siempre alcanzan una magnífica factura: cuarenta años de oficio los contemplan. Fue, precisamente, al cumplir los cuatro decenios cuando decidieron celebrarlo con el Miura de Peter Weiss, un reto de narices, bajo la dirección del también adaptador del texto Ricardo Iniesta, incombustible y polifacético. El esmero puesto en el proyecto rezuma por los poros de este Marat-Sade, en atrevida versión musical que da otro aire a la obra original sin traicionarla, y coloca en la más hirviente actualidad el duelo entre Marat, uno de los ideólogos de la Revolución – coautor de la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano- y el escéptico marqués de Sade, o, lo que es lo mismo, la visión de una transformación social colectivista o individualista. La dramaturgia firmada por Iniesta permite entender los tres planos temporales de la acción: el momento del asesinato de Marat, la representación que quince años después monta su contrincante en un psiquiátrico y la época actual. Esta propuesta de teatro dentro del teatro funciona con acierto gracias a una escenografía tan sencilla como efectiva, a base de fluidos cortinajes, unido a una logradísima iluminación y a un maquillaje que impacta por su expresividad como lo hace el vestuario, lleno de simbología. Pero destaca, sobre todo, el trabajo de los actores-cantantes, con emocionantes interpretaciones y un esforzado trabajo corporal que confieren verosimilitud a la atmósfera opresiva de lo que debieron de ser los hospitales psiquiátricos de hace más de doscientos años, cuando el latido del mundo cambió para siempre tras las revueltas parisinas. Aplauso final de un público que no llenaba la sala y reconocimiento, con una estatuilla conmemorativa, de Atalaya Teatro al Ayuntamiento portuense por haber apoyado al grupo desde sus inicios.

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