Teatro en El Puerto: Mujeres valientes para genios infames
Crítica de la obra 'Señora Einstein'
La segunda función de abono del teatro Pedro Muñoz Seca llenó el aforo previsto
20 espectáculos para la temporada Invierno-Primavera 2025 en el teatro Pedro Muñoz Seca de El Puerto

Quedan pocas dudas sobre que fue ella la responsable de la demostración numérica de los postulados de la Teoría de la Relatividad, y sobre que su desconocido nombre tendría que haber ido justo al lado del de quien se llevó la gloria en los cuatro artículos científicos que en 1905 cambiaron para siempre la historia de la ciencia, pero Mileva Maric quedó sepultada por la losa del olvido, absorbida por ese agujero negro de la ignominia que se tragó con calculada glotonería a tantas mujeres brillantes. Su marido seguro que les suena: Albert Einstein. Tenemos a Einstein recibiendo el Premio Nobel de Física en 1921. A Einstein abominando de Hitler y exiliándose para huir del ascenso rampante de la esvástica. A Einstein liderando el Comité Internacional de Rescate para asistir a los alemanes que sufrían las políticas nazis. A Einstein sacando la lengua en una instantánea que lo elevaría desde el reducido techo de su círculo universitario al ancho firmamento de la cultura pop. Una de las tres o cuatro personalidades más destacadas del siglo XX, eso fue, además del marido y el padre de los tres hijos de Mileva Maric, quien perdió su apellido, y muchísimo más, al contraer matrimonio. “Seré muy feliz y estaré muy orgulloso cuando concluyamos victoriosamente nuestro trabajo sobre el movimiento relativo”, escribía Albert en una carta juvenil a la que todavía era su novia.
Los unió la física, aunque desde luego también la química, que la hubo a raudales, cuando se conocieron en el Instituto Politécnico de Zúrich, donde ella era la única alumna y despertó los recelos de sus compañeros y profesores. Antes de eso había tenido que esperar un permiso especial del ministro de Educación de su país natal para ingresar en el Colegio Real de Zagreb, que sólo admitía a varones. Solo las muy inteligentes cruzaban esos exigentes umbrales no aptos para chicas, y ella lo era. De sus idas y venidas, del río de su tortuosa existencia nos enteramos por la propia Mileva Maric en Señora Einstein, la vibrante pieza que el viernes, 21 de febrero, pudo disfrutar el auditorio que prácticamente llenaba el teatro portuense Pedro Muñoz Seca en la segunda función de abono de la temporada de espectáculos en vigor.
Con dramaturgia firmada de modo colectivo por el propio grupo responsable de la obra, Teatro Defondo, e inmejorable dirección de Vanessa Martínez, esta reivindicación necesaria de la figura de Mileva Maric ha ido sumando premios desde su estreno y no es de extrañar. El producto no decae en ningún momento, en las casi dos horas de representación, gracias a un esforzado trabajo que sacan adelante seis actores que doblan papeles ágilmente y entran y salen con maestría de cada uno de los roles que asumen. La fórmula elegida para contar la vida de la protagonista no puede ser más efectiva y bien engrasada en sus transiciones. Se inicia con una carta de Mileva a su primera hija, fruto de un embarazo no esperado, que fue dada en adopción y acabaría rotulando un hondo e insalvable surco de dolor en su corazón ya entonces maltrecho. La voz de la científica desaparece para que sean almas cruciales en su devenir quienes la cuenten, casi siempre con pesar y siempre con incondicional amor: Elena, su mejor amiga, y también su hermano, y Hans Albert, su hijo mayor. Sobre una polvorienta pizarra, símbolo del universo numérico de la ciencia, se van sucediendo con perfecta iluminación y sabias soluciones escénicas los capítulos de los setenta y tres años que vivió Maric, alejada de su pasión investigadora para atender a su familia y ser la sombra de su refulgente marido, que, como tantos hombres excepcionales, acabó sacando su lado más abyecto, el de quienes desde la atalaya de su endiosamiento fustigan a los que hicieron posible el ascenso del que disfrutaron. Reconocemos esos perfiles monstruosos en imprescindibles pintores, científicos, escritores o políticos, tan únicos y excelsos en sus disciplinas como vulgares y prepotentes en sus conductas. Sirva esta Señora Einstein para salvar de las garras de la amnesia, con hermosa justicia poética, a quien murió enferma, sumida en la pobreza, y terminó enterrada en una tumba sin lápida para evitar los impuestos correspondientes.
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