Pilar Cernuda
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EL renovador. Felipe VI inició ayer su reinado con un discurso sustentado en la regeneración de la institución que encabeza, la Corona, o para ser más concretos, de la monarquía parlamentaria, a la que citó en varias ocasiones y en la que basó su identidad: "Comienza el reinado de un Rey constitucional". Su padre, Juan Carlos I, llegó sin Carta Magna, y juró ante unas Cortes de un régimen autoritario que no representaban a la soberanía nacional, puesto que ésta residió en él mismo, y antes en el dictador, hasta que se aprobó la Constitución de 1978. Ésa fue su entrega. Su gran párrafo en la Historia.
Todo es muy distinto 39 años después, una España mejor, más próspera, justa e igualitaria, pero desafecta de las instituciones, los partidos y, por tanto, de la propia Corona. Muy consciente de ello, buena parte del discurso de 26 minutos del nuevo Rey estuvo dedicado a reivindicar la utilidad de la monarquía parlamentaria para este país y la necesidad de renovación de ésta. O de regeneración. Mejor que Felipe VI, el Renovador, sería, si cumple con lo anunciado, el Regenerador, porque no sólo hay un cambio de formas, personas y edades, sino una voluntad de limpiar, ser más transparente y, en definitiva, más ejemplar.
La notoria ausencia de su hermana la infanta Cristina en todos los actos de estos días, desde la abdicación de Juan Carlos I hasta la proclamación del nuevo Rey ayer en las Cortes, evidencia el cambio al que se refirió Felipe VI. Un cambio que engarza con los motivos que su padre dio el día que anunció su renuncia por televisión. Nuevos tiempos, nuevas generaciones. "Una Monarquía renovada para un tiempo nuevo", sentenció Felipe VI en esta frase bautismal que será recordada como aquella de su padre en el que prometió ser el Rey de todos los españoles. Su padre, ausente también para realzar la presencia del Monarca en las Cortes, y que desde marzo de 2012 quedó contaminado de la desafección institucional de los españoles, una caída en popularidad que comenzó con el tropiezo de Botsuana.
Felipe de Borbón y Grecia parte, a sus 46 años, con una excelente nota para reinar un país que clama por una regeneración integral. Ése es su reto. Y el otro, el de la unidad del país ante las derivas independentistas de Cataluña y el País Vasco, será, en cualquier caso, compartido, pues bien advirtió el Rey que sus funciones son las que le marca la Constitución, la de arbitraje, y no más.
Regeneración. Y lean el siguiente párrafo: "La Corona (...) -afirmó Felipe VI- debe velar por la dignidad de la institución, preservar su prestigio y observar una conducta íntegra, honesta y transparente". Porque sólo así, siendo íntegra, honesta y transparente, "será la acreedora de la autoridad moral", imprescindible para ejercer sus funciones. En efecto, sin la ejemplaridad de sus miembros, por muy constitucional que sea, la Monarquía tendría los años contados en un país que en las postrimerías del juancarlismo comenzó a asomar su pulsión republicana. "Hoy más que nunca los ciudadanos demandan, con toda razón, que los principios morales y éticos inspiren, y la ejemplaridad presida, nuestra vida pública". Y el Rey debe ser el primer referente. Sin esa condición, dicho queda, la institución será caducifolia, no perenne. Y de ahí, la más que notable ausencia de la infanta Cristina y su marido, Iñaki Urdangarín, protagonista del caso Nóos.
Felipe VI fue proclamado Rey ante un Parlamento compuesto por los diputados y senadores, más una bancada de autoridades políticas, entre las que se encontraban todos los presidentes de las comunidades autónomas. También los tres ex presidentes vivos -González, Aznar y Zapatero-, y la reina Sofía, su madre, que fue dos veces aplaudida: la primera, cuando la elogió el presidente del Congreso, Jesús Posadas, y la segunda cuando Felipe VI, "como Rey y como hijo", elogió su "dignidad y sentido de la responsabilidad". El discurso fue interrumpido por aplausos en seis ocasiones: cuando se refirió al Rey -ausente por voluntad propia-; a la reina Sofía; a la Princesa de Asturias, Leonor, sentada al lado de su madre, la reina Letizia; a las víctimas del terrorismo, y cuando citó a cuatro escritores para llamar la atención sobre la pluralidad cultural de España, la otra gran cuestión a la que se enfrenta el país a causa de la deriva independentista de Cataluña.
Y nombró a Antonio Machado, Salvador Espriu, Alfonso Castelao y Gabriel Aresti, dos de ellos, el primero y el tercero republicanos y fallecidos en el exilio del régimen de Franco. Como en otras ocasiones, y aunque no lo expresó del mismo modo, el Rey mostró su "fe en la unidad de España, unidad que no es uniformidad", y abogó por un país el que "cabemos todos". "Caben todos los sentimientos, porque los sentimientos no deben nunca enfrentar, dividir o excluir, sino comprender y respetar, convivir y compartir". Y si citó a los cuatro escritores de los cuatro idiomas del país fue por algo que sí es nuevo, porque habló de "especial respeto y protección" de estas lenguas. No hubo más.
Regeneración de la institución e integridad del país, y aún hubo algo de tiempo para dibujar los retos de esa nueva España, en cuyo paisaje colocó al "conocimiento, la cultura y la educación". Felipe VI proclamó que el siglo XXI "será también el del medio ambiente" y subrayó la necesidad de evitar "las discriminaciones" y afianzar "el papel de la mujer". Eso sí son mensajes nuevos para un nuevo Rey, del que los independentistas, o los que quieren que otros le apaguen el fuego una vez vertida la gasolina oyeron la voluntad de seguir siendo una única nación. "Somos una gran nación, creamos y confiemos en ella", señaló casi al final. Él lo hará, y tal como se siente orgulloso de los españoles, espera que el país se sienta orgulloso del su nuevo Rey. Una nación, y plural, y con una despedida tetralingue acabó su primer discurso como rey: "Muchas gracias, molte gràcies, eskerrik asko, moitas grazas".
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