Plurinacionalidad: la cosa y el nombre
Con la solución del Estado autonómico, la Constitución de 1978 dejó abiertos los problemas de encaje de algunos territorios
1cuando se define a España como una plurinacionalidad o como nación de naciones es evidente que si carecemos de un concepto unívoco de nación, el concepto se mueve en un plano nominalista, de por sí arbitrario e infructuoso. El nombre, ¿a qué cosa se refiere?
2Miremos algunos hechos frontalmente: Si España no tuviera un grave problema histórico de encaje de algunos territorios en la estructura política del Estado, y muy en especial de Cataluña, la Constitución de 1978 no habría hecho la distinción entre nacionalidades y regiones. Por mucho que se quiera retorcer el texto, en su origen reflejaba la conciencia de aquel problema, y para resolverlo, el constituyente optó por un modelo abierto, confiando que el desarrollo del Estado autonómico lo cerrara. En lógica consecuencia, el Estado autonómico no fue nunca visto por los nacionalistas catalanes o vascos como un diseño final, y en su aceptación, no poco a regañadientes (recuérdese el resultado del referéndum constitucional en el País Vasco), había mucho de obsequio a las limitaciones de la transición política. La posterior generalización e igualación competencial de las Comunidades Autónomas no ayudaba al cierre del modelo territorial, desde la perspectiva de aquellos nacionalistas. Lo que sucede es que el enorme progreso económico y social de España hasta la Gran Recesión determinaba que las turbulencias territoriales fueran, en la mayor parte de los casos, de baja intensidad. La Gran Recesión ha sido la prueba de estrés que el Estado de las Autonomías no ha soportado.
3Nación es un concepto que vive en un imaginario simbólico, definido por el consenso sobre el mismo de una comunidad entera o de parte de ella. Nación es lo que los nacionalistas de uno u otro tipo consideran que es una nación, y los hechos diferenciales o unitarios, con su mejor o peor fundado soporte histórico, sólo lo son en cuanto se encuadren en aquel consenso.
Habría que olvidar los juegos de artificio: la virtualidad política del concepto de nación es su capacidad para servir de soporte a un sujeto político diferenciado, con capacidad originaria en sí y tendencialmente ilimitada, que puede o bien compartir o 'devolver' sus potestades , de acuerdo con las más variadas formas de Estado compuesto, o bien autoafirmarse como Estado unitario. El concepto de nación cultural es un concepto políticamente inútil, salvo que sea una especie de substrato del concepto político de nación.
4No hay debate posible sobre la configuración y existencia de una nación española (aún concebida como nación de naciones, signifique ello lo que sea) a la que se puedan sumar los partidos nacionalistas, porque el núcleo esencial de su discurso es la negación de la pertenencia a aquella nación del pueblo al que dicen representar en su respectivo territorio.
5Por ello mismo, la fórmula de la plurinacionalidad, combinada con la afirmación de la soberanía única en España, esto es, en términos democráticos, atribuida al pueblo español en su conjunto, resulta ser una contradicción en sus propios términos.
En realidad, no es más que el fruto de un lenguaje político ambiguo, cuya utilización final puede ser el reconocimiento de sujetos políticos diferenciados dentro del territorio del Estado, lo que significaría que tal soberanía única no existe.
Nadie puede decir con rigor que se trata de conjugar soberanía única con particularidades, porque o esas particularidades tienen una dimensión política diferencial o la tan traída y llevada plurinacionalidad es una reedición acicalada del famoso café para todos.
6 En el fondo, y aquí y ahora, el concepto de nación es inútil, porque en última instancia, lo que se trata es de estructurar un Estado o varios Estados en el actual territorio español. Hablemos pues de Estado o Estados, y saldremos de la evanescente plurinacionalidad. El método es claro, siempre que se desee que España sea una única entidad política en ciertos aspectos, y al día de hoy nadie puede pensar en otra cosa que un Estado compuesto, que no puede ser ya el Estado de las Autonomías, sino el de un Estado federal o confederal.
7Lo que sí debe ser el comienzo de la construcción de ese Estado es la definición de su metodología. Resulta curioso que la reflexión sobre este punto no haya merecido demasiada atención, cuando es crucial, y no menos curioso que se olvide que es la utilizada por la Constitución de 1978 para la instauración del Estado de las Autonomías.
Por razones evidentes, se utilizó un mecanismo devolutivo, esto es la creación de entidades políticas que recibían las competencias del Estado unitario. No se llegaba a un Estado compuesto por la agregación de entidades políticas previamente existentes, que entregaban sus potestades a una entidad que las integraba.
En una futura recomposición de la estructura territorial del Estado, la metodología devolutiva es y será rechazada por los nacionalistas de cualquier territorio, porque significa que las potestades políticas son otorgadas, y no propias originariamente y por lo mismo no consiente el pacto bilateral en que pudieran ser negociadas de igual a igual, único escenario que admitirían.
8Éste es el nudo del problema. Si somos conscientes de ello, hablar de plurinacionalidad o no significa nada o es el soporte de aquel pacto bilateral. Si este es lo que se desea o lo único que se considera posible, dígase, y en qué términos, y sobre todo con quién. Si no es así, y por muy inútiles o inocuas que se crean, ninguna frivolidad con las palabras en política, por favor. Por de pronto, y sin saber muy bien su alcance, quiérase o no, plurinacionalidad legitima discursos secesionistas y ha dividido a los socialistas, fuerza esencial en la necesaria reconstrucción del Estado.
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