El presidente que no quiere el 'establishment'
Perfil de Pedro Sánchez
Ni es un radical ni está en el ala izquierda del PSOE, pero su suerte le ha colocado frente a los que mandan en el país, en su partido, en los medios y en la empresa
España nunca ha tenido un presidente del Gobierno menos aceptado por el 'establishment' que Pedro Sánchez (Madrid, 1972). Ni el Íbex ni la Iglesias ni los notables del PSOE ni los grandes medios de comunicación han confiado en él. Nunca, a pesar de que su currículum es el de un aseado militante socialista de familia media acomodada, criado en la sede de Ferraz cuando mandaba Alfredo Pérez Rubalcaba y doctorado en Economía por la Camilo José Cela con una tesis sobre la diplomacia económica española. Por cierto, la tesis, que existe pero no es pública por voluntad del autor, se cotiza en estos días de currículms maleados al precio del cotán.
Un chico del barrio madrileño de Tetúan, al que su suerte ha colocado en frente de casi todos. Su ascenso es conocido: Sánchez se le apareció como una paloma blanca a Susana Díaz para evitar que Eduardo Madina sucediese a Rubalcaba al frente del PSOE; se rebeló contra su patrona y quiso ser presidente antes de tiempo porque era su única vía de supervivencia. Ya saben qué ocurrió después: murió (fue defenestrado de la Secretaría General del PSOE), resucitó (ganó las primarias en contra de todas las vacas sagradas socialistas) y ascendió a los cielos: en solo siete días ha ejecutado un jaque mate al presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, incapacitado para el acuerdo y el pacto más allá de las fronteras de su propio partido. Y como perfecto 'outsider', Sánchez se hace presidente con todos los retales antisistemas del Congreso: los podemitas de Iglesias, los separatistas catalanes, los soberanistas vascos y los hijos políticos, y ya pacíficos, del terrorismo etarra. La carta de presentación es tan mala que sólo puede mejorar.
Bueno, esa es una posibilidad. Sánchez no es un radical ni un antisistema ni siquiera está en el ala izquierda del partido, su Gobierno dependerá de sus asesores y de los consejos que reciba. Y sólo se tiene que dedicar a hacer política, eso a lo que Rajoy se ha negado desde el principio. Al saliente no le ha gustado la negociación, ni en Cataluña ni en el Congreso, donde hemos asistido a un triste final con un presidente ausente (ocho horas en un restaurante mientras se discutía sobre él en la Cámara).
En los últimos meses, Sánchez ha sumado a su núcleo de colaboradores a una de esas eminencias grises de la política, poco conocido para el gran público, pero poseedor de una experiencia que vale oro. José Enrique Serrano, asesor en Presidencia de Felipe González y de Rodríguez Zapatero. Es fácil ver su influencia en la jugada maestra de Sánchez: el registro de la moción de censura el viernes pasado, temprana, irruptora, para bloquear constitucionalmente la capacidad de Rajoy para disolver Cortes y convocar elecciones anticipadas.
La petición de dimisión a Rajoy, repetida por el candidato varias veces el jueves, es fruto también de este conocimiento. En caso de dimisión, el PP no tenía garantizado el relevo, el Rey habría abierto consultas y Sánchez hubiese sido el primero en levantar la mano porque es quien más apoyos tiene en el Congreso. Las relaciones con Felipe VI no tienen nada que ver como las que mantiene con el resto del 'establishment', Sánchez se ofreció al Rey después de que Rajoy se negase a someterse a la sesión de investidura en 2015.
Si alguna virtud comparte Pedro Sánchez con Mariano Rajoy es una que, a veces, se revela como negativa para el resto de los mortales: nunca pierden la calma, es más, suelen comportarse casi como amebas cuando el resto entra en estado pánico. En la noche del jueves, cuando ya se supo que sería presidente, Sánchez se reunió en Madrid un rato con algunos de sus seguidores originarios, los apóstoles de una nueva en la que nadie creía, andaluces como el ex diputado gaditano Rafael Román y el sevillano Alfonso Gómez de Celis. Una sonrisa, un abrazo y pulso de 60 toques por minuto, como si el lunes se fuese de vacaciones a Almería, que es donde le gusta estar. Ni un asomo de temor. Y eso es lo que da miedo.
Sólo en una ocasión este cronista ha percibido a Sánchez desnortado, ido, nervioso a su manera, que no es como pierden los nervios los demás, sino estas amebas bípedas: durante el fin de semana en que el comité federal lo destituyó como secretario general del PSOE. Frío, blanco, largo como un día sin pan, aguantó aquellas 12 horas como el cemento de un frontón. Sólo al final de una jornada insufrible para todos, dio su brazo a torcer y abrió al partido en canal.
En canal del PSOE lo abrió él y muchos más. Pedro Sánchez no se lleva con Guerra ni con Bono ni con Rubalcaba. Mucho menos con Susana Díaz. La última vez que se vieron fue en la Feria de Sevilla de este mes de abril. Como siempre en Sevilla, el secretario general del PSOE llegó con su alargada sombra como compañía, más Rafael Román, su esposa Teresa Torres y Alfonsito Celis. Susana Díaz le esperaba en la caseta de la Asociación de la Prensa, la presidenta charlaba en una mesa con la bailaora Matilde Coral, apenas se levantó cuando entró el líder, él se acercó a la pareja, dos besos y hasta luego, presidenta.
Una de esas vacas sagradas sostenía hace apenas una semana que Sánchez había vuelto a perder el control del PSOE, que su problema no era con Susana Díaz, sino con Page, con Lambán, con Ximo Puig y con Javier el asturiano. Cuando quiso reconciliarse con el pasado histórico del PSOE y convocó unas jornadas de aprendizaje en los gobiernos, vetó a Elena Valenciano como líder del grupo socialista en el Parlamento Europeo y todos los profetas del Antiguo Testamento le respondieron con su ausencia. Después, junto a José Luis Ábalos, el verdadero número dos del PSOE actual, dio un golpe de gracia y ajustó toda la normativa interna del partido al poder de la ejecutiva: el comité federal quedó vacío de poderes.
A pesar de su abrupta entrada en Moncloa, Pedro Sánchez cuenta con muchos mimbres para triunfar en su cometido: sólo se debe dedicar a hacer política. Ha asumido los Presupuestos Generales del PP, lo que le deja tiempo y espanta muchos quebraderos de cabeza. Con un ministro de Economía que respete Bruselas, alguien más eficiente que Juan Ignacio Zoido en Interior y buen tino, sólo tiene que dedicarse a abrir una vía de sensatez en ERC y el PdeCAT, parte de los separatistas catalanes también desean deshacerse del huido en Berlín y del atorrante sucesor que ha dejado en Barcelona. Si lo logra, podrá llegar a las elecciones con serios argumentos. Pero el riesgo para él y para España es notable, no puede hacer concesiones en lo territorial. Aunque la teoría de la plurinacionalidad le guste, es una Caja de Pandora para este país.
¿Y las elecciones? Todavía en el Gobierno andaluz había quien pensaba que Pedro Sánchez podía hacer coincidir las generales con las andaluzas, que tocan en marzo de 2019. No, los socialistas andaluces están muy despistados: Sánchez no tiene prisas, esperará a finales de mayo, cuando están fijadas las municipales, europeas y autonómicas. O serán a la vez o esperará unos meses.
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