Fracasa la tregua en Ucrania. Ahora ¿qué?
Tribuna de opinión
El camino hacia la paz aún no está trazado y la entrada en escena de Trump sólo ha servido para romper algunos de los puntales que ayudaban a Kiev a resistir el huracán ruso. ¿Cómo terminará entonces la guerra?

Oculta entre palmadas de júbilo por el anuncio de una pausa de 30 días en el ataque a las centrales energéticas –mínimo gesto que se empequeñece aún más si se recuerda que la campaña para rendir al pueblo ucraniano por el frío pierde sentido cuando llega la primavera– aparece desnuda la voluntad del dictador ruso de continuar la guerra. Putin, es verdad, no ha engañado a nadie. De hecho, es el único de los protagonistas del esperpento por entregas que hemos presenciado en el último mes que no se ha movido un centímetro de su posición inicial. Ha sido Trump quien se ha engañado a sí mismo o, quizá –sólo él lo sabe– nos ha engañado a todos los demás.
Es obvio que el actual presidente norteamericano no es un estadista, pero sí pasa por ser un hábil trilero. Y, para disimular ante sus votantes el fracaso de la tregua que él mismo impuso a Zelenski de muy malos modos, cualquier truco es bueno. Si hubiera hecho falta, Trump se habría felicitado –siempre ha sido bastante generoso consigo mismo– de que Putin le había prometido no volver a tirar piedras a los pájaros durante un mes… y habría obtenido los mismos aplausos de sus ruidosos fieles.
El camino hacia la paz en Ucrania aún no está trazado. Por desgracia, la entrada en escena de Trump, como si fuera un elefante en la cacharrería, sólo ha servido para romper algunos de los puntales que ayudaban a Ucrania a resistir el huracán ruso. Las generosas concesiones a Putin únicamente han logrado enfrentar a los EEUU con Europa, dañar la moral del pueblo agredido y dar un respiro al agresor. Pero, ¿cómo terminará entonces la guerra? He leído muchas veces que todas terminan en la mesa de negociación. Como todas las generalizaciones, esta también es falsa. Permita el lector ocioso que le presente algunas posibilidades.
Victoria militar
En primer lugar, la guerra puede terminar con la victoria de uno u otro bando. En el caso más extremo, como ocurrió en la Segunda Guerra Mundial, se llega a lo que se llama rendición incondicional. Cuando esto ocurre no hay nada que negociar porque es el vencedor quien impone su voluntad.
Sin embargo, la situación de Ucrania no se parece en nada a la de la Alemania nazi. Los bombarderos aliados no sobrevuelan sus ciudades día y noche, ni hay dos millones de soldados del Ejército Rojo a las puertas de Kiev y otros ejércitos aliados avanzando rápidamente desde el oeste. Los ataques de los misiles de largo alcance –alrededor de 9.000 lleva lanzados Putin– matan civiles ucranianos casi cada día, pero son solo una gota de agua comparados con las 200.000 bombas que arrasaron Dresde en solo dos días del mes de febrero de 1945.
En el frente terrestre, que será el decisivo, la superioridad numérica del Ejército de Putin se ve diluida porque los drones –un arma nueva en la que hay paridad entre ambos combatientes– lo dominan todo. Su presencia en el cielo dificulta el avance ruso tanto como las trincheras de la Primera Guerra Mundial frenaban a los alemanes… pero, afortunadamente para el pueblo ucraniano, a un coste muy inferior para el defensor. Baste decir que, pese a los constantes anuncios que hace el Kremlin –y difunden felices sus portavoces en Occidente– sobre rápidos avances en el Donbás, las tropas de Moscú llevan ya trece meses acercándose a Pokrovsk.
Agotamiento de las partes
La victoria en la guerra también puede llegar por el agotamiento de una de las partes. Empecemos por los aliados de Kiev, el eslabón débil de la defensa de Ucrania para la mayoría de los portavoces del Kremlin en Occidente. Es cierto que, si se confirma la neutralidad de los EEUU, Europa tendrá que poner el dinero y las armas que hasta ahora aportaba Washington. Puede que acabemos cansándonos de hacerlo… pero tardamos 20 años en retirarnos de Afganistán y, aunque ahora se nos exija un mayor esfuerzo económico, allí había vidas europeas en juego. Además, tememos mucho más a Putin que a los talibanes.
¿Podría rendirse por agotamiento la propia Ucrania? Ellos ponen la sangre pero en absoluto están en una situación desesperada. Baste decir que la edad mínima de movilización todavía está en los 25 años. Los reclutas rusos no van a la guerra –aunque se aprovecha su servicio militar para presionarles para que firmen un contrato profesional– pero son mucho más jóvenes. Es verdad que, como en todas las contiendas largas, hay numerosos casos de deserción, pero también son muchos los ucranianos que aman la libertad, y aún más los que sienten que, si Rusia gana la guerra, no tendrán donde ir.
Queda, por último, Rusia; pero, mientras viva Putin –que tiene 72 años y, a pesar de los rumores, parece gozar de buena salud– no cabe esperar manifestaciones contra la guerra como las que forzaron la retirada norteamericana de Vietnam. Diez años de cárcel son una buena mordaza para la ciudadanía rusa y, si llegara a ser insuficiente, nada impide que Putin los aumente a veinte.
Una paz negociada
Si no se ve un final militar para esta guerra, ¿hay posibilidades de una paz negociada? Si el objetivo de Putin fuera, como algunos todavía fingen creer, garantizar la seguridad de la federación rusa, sería posible encontrar un punto de acuerdo. Una Ucrania fuera de la OTAN pero amparada por la protección de Occidente podría satisfacer las aspiraciones de ambas partes. Pero, por desgracia, no es así.
Una y otra vez se le ha ofrecido a Putin la renuncia de Kiev a la Alianza Atlántica para obtener la misma respuesta negativa del dictador, que en la prensa doméstica anuncia sus verdaderas condiciones para la paz: reemplazo de Zelenski por un hombre dócil a Moscú como el bielorruso Lukashenko, más territorios de los que puede soñar con ocupar militarmente en los próximos años y desmilitarización de Kiev para alcanzar más adelante su objetivo final. ¿Y cuál es ese objetivo? ¿La desaparición de Ucrania como estado independiente? Ojalá fuera ese. El verdadero objetivo de los tiranos es el poder. La guerra es solo un fin para conseguirlo. ¿Cómo iba Putin a dejar que Trump se lo arrebate?
Una paz impuesta
Queda entonces, como única alternativa, la paz impuesta. Los acuerdos de Dayton pusieron fin a la guerra de Bosnia sin satisfacer las demandas de los contendientes. Pero el mundo ha dado muchas vueltas desde entonces. La comunidad internacional ya no está unida y, por mucho que les iguale su desprecio por la vida o la libertad, Putin no es Milosevic.
¿Puede repetirse lo ocurrido entonces? Quien puede hacerlo –el chino Xi Jinping– no quiere, porque la guerra le beneficia económica y estratégicamente. Quien quiere –el presidente Trump– es obvio que no sabe. Quien sabe –la débil Europa, que sí que entiende los que está ocurriendo– no puede. No es posible, pues, ser optimista.
El armisticio
La guerra, pues, continuará por el momento. Parece probable que, en algún momento de un futuro aún lejano, se llegue a un armisticio que, sin reconocer conquista alguna, separe a las partes como ocurre en Corea. Se creará así un nuevo telón de acero en Europa destinado a caer en su día del lado que ofrezca a sus ciudadanos mejor calidad de vida y libertades más amplias. Con la ayuda de todos, ese lado será el de Europa. Así, aunque demasiado tarde para paliar el sufrimiento de los dos pueblos obligados a luchar por la ambición de Putin, se hará justicia.
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