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¿Y a quién le importa Siria?

Para el autor, los españoles podemos contribuir a que lo que quiera que salga del avispero sirio se sienta más cómodo en la comunidad internacional

Un hombre iza la bandera de la oposición siria en el edificio de la embajada en Baabda, en el Líbano. / WAEL HAMZEH (Efe)

15 de diciembre 2024 - 07:00

NO quisiera aburrir al lector insistiendo en las lagunas que existen en la cultura de defensa de los españoles. Tenemos en nuestro propio patio algunos asuntos importantes –y otros no tanto– de los que preocuparnos. Nadie debería sorprenderse de que el último ataque de Israel a Irán, que en otras latitudes avivó el temor a una nueva guerra mundial, fuera desplazado de los titulares de los medios nacionales –sobre todo los audiovisuales, más centrados en lo inmediato– por la explosión del caso Errejón. Tampoco el aparente órdago de Putin a Occidente con el Oreshnik, su misil milagroso, recibió la atención inmediata que se le dio en otros países porque –¡ya es mala suerte!– coincidió con las declaraciones de Aldama en la Audiencia Nacional.

Si todo aquello pasó casi desapercibido a pesar de los negros augurios publicados en algunos medios –¿cuántas veces tendremos que oír ese “¡Vamos a morir!” de los de siempre antes de dejar de prestarle atención?– es lógico que la caída del régimen de Bashar al Asad no merezca un minuto de nuestro tiempo. Después de todo, ¿qué se nos ha perdido en el avispero sirio?

Para tratar de contestar a esa pregunta, permita el lector que le recuerde una divertida escena de la película La vida de Brian. Los militantes del Frente Popular de Judea se preguntan qué le deben ellos a los romanos y su líder establece la posición común con estas palabras: “Bueno, pero aparte del alcantarillado, la sanidad, la enseñanza, el vino, el orden público, la irrigación, las carreteras y los baños públicos, ¿qué han hecho los romanos por nosotros?”

Volvamos a Siria. El movimiento islamista radical que ha protagonizado la caída del régimen es el HTS, heredero del Frente al Nusra, filial de la misma Al Qaeda que tiñó de sangre la estación de Atocha. Caído Al Asad, el peor enemigo del HTS dentro de Siria es el Daesh, que dejó 15 muertos en las calles de Barcelona y sólo por la incompetencia de los terroristas no consiguió multiplicar esa cifra. Rusia, aliada del derrotado Bashar al Asad, mantiene en Tartús su única base naval en el Mediterráneo y en Latakia una base aérea que utiliza, entre otras cosas, para apoyar a sus mercenarios en el Sahel. Bueno –y disculpe el lector que plagie a Monty Pithon–, pero aparte de la masacre de Atocha, los atropellos de Barcelona, los millones de inmigrantes que han buscado refugio en nuestras calles, la frecuente presencia de buques rusos en nuestras aguas y la derrota de Occidente en el Sahel, ¿qué nos importa lo que pase en Siria?

Cuando los pueblos depositan su confianza en muros y no en valores, su suerte está echada"

Es sabido que, después de los desastres del 98, una España llena de complejos se replegó en sí misma y dimitió de sus responsabilidades en lo que entonces se llamó casi despreciativamente “el concierto de las naciones”. Más de un siglo después, hay todavía muchos españoles que se sienten así. Españoles que tienen miedo al mundo y defienden que lo mejor que podemos hacer para estar a salvo de todo peligro es construir unas altas murallas en Ceuta y Melilla, fortificar las islas Canarias y esperar que nadie quiera atravesar los Pirineos. Y si, mientras tanto, se desmorona el planeta a nuestro alrededor… ¡qué le vamos a hacer!

Esos españoles, muchos de ellos bienintencionados, se equivocan. La historia nos demuestra una y otra vez que cuando los pueblos pierden su empuje, cuando se acobardan, cuando depositan su confianza en sus muros y no en sus valores, su suerte está echada. Hay que salir al mundo y aportar soluciones cuando se puede –en Ucrania y en el Líbano todavía es posible– y paliativos cuando, como ocurre en la Palestina ocupada por Israel, no parece que exista una cura para los males de la humanidad.

Siria se encuentra hoy en una encrucijada. Volvamos a La vida de Brian. En otra de sus grandes escenas, los militantes del Frente Popular de Judea le recuerdan a Brian qué es lo que los une: el odio común a su enemigo. ¿Los romanos? No. El Frente Judaico Popular. ¡Disidentes! Si se impone esta dinámica, que sólo es divertida en la ficción, Siria habrá caído de la sartén al fuego. Se repetiría la historia de la Libia de Gadafi. Si exceptuamos a los pocos privilegiados que hereden el poder, el pueblo sirio seguirá sufriendo; y nosotros, todos los habitantes del planeta pero sobre todo los que compartimos el Mediterráneo, habremos perdido la oportunidad de apagar uno de los fuegos que nos deshumanizan.

Excepto los pocos privilegiados que hereden el poder, el pueblo sirio seguirá sufriendo"

Y ¿qué es lo que los españoles podemos hacer por Siria? Por lo menos, deberíamos tratar de entender lo que ocurre y aportar pragmatismo. Presumimos de ser un pueblo más empático que muchos de los occidentales, y a menudo lo somos. Sin dar lecciones a nadie –como, por desgracia, hemos querido hacer en Gaza– y optando siempre por el mal menor –que en eso está el pragmatismo– podemos contribuir a que lo que quiera que salga del avispero sirio se sienta más cómodo en la comunidad internacional.

Tenemos, sin embargo, precedentes que no invitan al optimismo. Nuestro Gobierno, condicionado por los votos o la ideología, apostó muy fuerte por el bando perdedor en Oriente Próximo. El aplauso de Hamas –seguramente no buscado–nos convirtió en parte del problema en lugar de contribuir a la solución. Veremos como salimos de ese apuro pero, si en Siria vuelve a ocurrirnos lo mismo, no deberíamos echar la culpa a nuestros líderes. Seremos nosotros, los españoles, los que habremos fracasado. Y, cuando lo entendamos así, la cultura de defensa dejará de ser nuestra asignatura pendiente.

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