Juan Rodríguez Garat | Almirante retirado

… Pues va a salir con barba

El autor sostiene que, en un rato de charla telefónica con Putin, Trump demostró la impotencia de Europa mucho mejor que él mismo en mil páginas

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump. / WILL OLIVER (Efe)

16 de febrero 2025 - 07:00

NO hace muchos días traté de entretener a los lectores desocupados con un artículo en el que comparaba la impotencia de la Unión Europea –por desgracia cada día más lejos de los foros donde se debaten los problemas que importan a la humanidad– con la aparente resignación de aquel pintor que explicaba su arte con el más humilde de los argumentos: “si sale con barba, san Antón; y si no, la Purísima Concepción”.

Hoy, sin embargo, siento que me he precipitado. Si hubiera esperado sólo dos semanas más no habría tenido que molestarme. En un rato de charla telefónica con Vladimir Putin, Donald Trump acaba de demostrar la impotencia de Europa mucho mejor de lo que yo habría sido capaz de hacerlo aunque escribiera mil páginas.

Nos guste o no a los europeos –por el momento, nadie se ha interesado por nuestra opinión– la guerra de Ucrania va a salir con barba. La misma barba que Putin cree tener derecho a afeitar a quienes tienen la desgracia de vivir en la zona de influencia que él mismo quiere atribuirse. Y en eso, por desgracia, parece coincidir con Trump, por más que este último prefiera instrumentos mucho menos cruentos –indudablemente, son mejores los aranceles que los misiles– para tratar de afeitar a Canadá, México, Panamá y, quizá, un largo etcétera.

No le ha temblado el pulso a Donald Trump para dejar a Europa a un lado a la hora de intentar resolver, mano a mano con Putin, un problema que el presidente republicano dice que es nuestro. Quizá nos hayamos merecido este desprecio. Pero ahora no es momento de lamentarse ni de rogar. Toca esperar pacientemente hasta conocer qué es lo que unos y otros van a poner sobre la mesa y, si no se llega a un acuerdo suficientemente satisfactorio para el exigente dictador ruso –como todavía parece probable–, decidir qué es lo que vamos a hacer los pueblos de Europa para contribuir a resolver el conflicto. ¿Ayudaremos a nuestros vecinos ucranianos a salir del apuro en el que están metidos o nos limitaremos a poner nuestras barbas a remojar?

Trump ha dejado de lado a Europa para intentar resolver un problema que, dice, es nuestro"

Habrá quien crea que la paz lo justifica todo, pero ni siquiera quienes piensen así deberían echar las campanas al vuelo. Lo que Putin y Trump parecen haber acordado no es un plan de paz, sino la apertura de una negociación. Una negociación que comienza mal para Zelenski, porque Trump ya ha dejado ver todas sus cartas –ha dicho que no está dispuesto a poner ni dinero ni tropas, lo que en el terreno de la estrategia militar equivale a admitir que va de farol– y porque Putin se siente arropado en lo que constituye el eje central de su política exterior: Rusia, como gran potencia, tiene derecho a imponer su voluntad sobre las naciones próximas, que sólo pueden aspirar a lo que Brézhnev llamó “soberanía limitada”.

A pesar de la desaparición del comunismo, Putin –y no el pueblo ucraniano o la propia OTAN– exige ser el árbitro que decida si se aprueba o no el ingreso de Ucrania en la Alianza Atlántica. Y lo mismo, aunque ahora no se diga, ocurrirá con la UE. Si en esta ocasión decidimos mirar para otro lado, será la ley del más fuerte, y no la Carta de las Naciones Unidas, la que regulará las relaciones entre la poderosa Federación que él preside con mano de hierro y sus vecinos más débiles.

Es, ciertamente, una dura realidad, pero no hay motivo para que nos extrañemos de todo esto. La de Ucrania no es la primera guerra de Putin, y Trump ya ha demostrado en otras ocasiones que la Carta de la ONU no está entre sus lecturas favoritas. Si ya en 2019 decidió reconocer la anexión de los Altos del Golán a Israel en aplicación del hoy proscrito derecho de conquista, ¿por qué no hacerlo con Crimea, el Donbás y el territorio que Rusia ha logrado ocupar en tres años de guerra… más, ya que estamos, el que podría conquistar en los próximos tres?

Con todo, yo no apostaría demasiado por el éxito de las negociaciones entre Trump y Putin. Zelenski necesita la paz pero, cuando se le diga que debe abandonar sin combatir la ciudad de Jerson o la de Zaporiyia, la de Kramatorsk o la de Sloviansk; cuando se le exija que permita que el Ejército ruso atraviese el Dnieper y se acuartele en torno a Odesa, sueño dorado del imperialismo ruso; cuando se le imponga la desmilitarización sin más contrapartida que la palabra de Putin de que, esta vez sí, respetará la frontera acordada; o cuando se le intente obligar a someterse en Rusia a un juicio por terrorismo… ¿Seguirá pensando que merece la pena?

¿Aceptará Zelenski una rendición incondicional sin ser derrotado? ¿A cambio de qué?"

Todas las condiciones que usted acaba de leer figuran entre los objetivos de la operación especial, que sólo hace unos días el ministro Lavrov declaró sagradas. ¿Aceptará Zelenski el equivalente a una rendición incondicional sin siquiera haber sido derrotado? ¿A cambio de qué? ¿De la misma promesa de un exilio dorado que convenció a Prigozhin, el jefe de la compañía Wagner, antes de su asesinato?

Me parece probable que, más que la rendición incondicional de Ucrania, la estrategia negociadora de Putin en el proceso que va a comenzar busque cansar a Donald Trump hasta que el voluble magnate se aburra, abrace otra causa cualquiera –la urbanización de Gaza se ve que le gusta– y abandone a Kiev a su suerte. Si así ocurriera, sólo quedaría Europa en el lado del pueblo ucraniano. Sólo estaremos nosotros para defender ese mundo basado en reglas por el que tantos norteamericanos derramaron su sangre en dos guerras mundiales.

¿Puede la UE darle a Ucrania lo que necesita para seguir resistiendo hasta que Zelenski pueda negociar la paz en una posición de verdadera fuerza? Vaya por delante que no se trata de un problema económico, sino de voluntad y de liderazgo. La compensación a Ucrania por la traición de Trump no costaría más de un tercio de lo que supondría subir los presupuestos de defensa al 3% del PIB, como pide Rutte a los socios de la OTAN, y sólo un décimo del 5% que nos exige el presidente norteamericano después de demostrarnos su desprecio. Si destinásemos a Ucrania esa fracción del chantaje al que nos somete Trump, además de contener a Rusia y ayudar a Kiev, nos ganaríamos el inmenso placer de poner en su sitio a algunos de los mayores abusones del patio de nuestro recreo y ¿por qué no soñar con lo mejor? Quizá también un asiento en la mesa de los mayores.

No sé lo que pensará el lector pero, si fuera por mí, creo que merecería la pena.

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