Juan Rodríguez Garat | Almirante retirado

Si Europa tuviera un martillo

Al autor le inquieta ver como un presidente democráticamente elegido empuña el martillo contra el débil con el aplauso de sus conciudadanos

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, muestra una orden ejecutiva firmada en el Despacho Oval.
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, muestra una orden ejecutiva firmada en el Despacho Oval. / AL DRAGO (Efe)

09 de marzo 2025 - 06:50

Tratando de relajarme un poco en tiempos que, por desgracia, no invitan mucho a hacerlo, volví a escuchar hace unos días las melódicas canciones de Peter, Paul and Mary, un trío que tuvo mucho éxito en los años de mi juventud. Casi todos los que tenemos edad de ser abuelos recordamos que al principio de la década de los 60 se vivían tiempos de cambio en Estados Unidos. Las letras del trío, como las de Bob Dylan o Joan Báez, eran de lo que entonces se consideraba socialmente comprometido. Una de las más conocidas, If I had a Hammer (Si yo tuviera un martillo) llevaba al entusiasta grupo a empuñar nada menos que el martillo de la justicia y a hacer sonar la campana de la libertad sobre toda la tierra.

Quizá sea la nostalgia, pero no pude menos que preguntarme cómo los jóvenes norteamericanos que en su día vibraron con letras así –desde luego ingenuas, pero generosas– han terminado alumbrando el mundo de Trump. No negaré que una buena parte de la culpa la habrá tenido el exceso de buenismo. Se puede pecar de injusticia en las dos direcciones, contra las minorías y también contra las mayorías. Pero, por justificado que pueda estar el cambio social, me inquieta ver como un presidente democráticamente elegido empuña el martillo contra el débil con el aplauso de tantos de sus conciudadanos, mientras toca la campana de la libertad para encubrir sus felonías –robarle la cartera a Ucrania mientras lucha por su vida contra el gigante ruso sin duda lo es– sin provocar en Estados Unidos un nivel de contestación social como el que, por mucho menos, sacaba a la gente a la calle hace medio siglo.

Lo cierto es que las sociedades humanas evolucionan de forma impredecible. Cada vez que creemos que ha triunfado la civilización… suena el despertador que nos anuncia que no hace tanto tiempo que nos hemos bajado de los árboles. Ésa es la razón que, a mis ojos, sigue justificando la vocación militar en nuestro siglo. Cualquier ideología –comunismo, nazismo, fundamentalismo religioso, supremacismo nacionalista o, simplemente, esa ley del más fuerte que siempre está detrás del imperialismo– puede convertir a los seres humanos en bestias salvajes. Ha ocurrido en Alemania, en Rusia, en Irán, en Camboya, en Yugoslavia, en Ruanda… para qué seguir.

¿Podríamos ver un cambio así en Estados Unidos? No lo creo. El país tiene instituciones poderosas que le defienden de los excesos de sus líderes. Pero nadie puede estar seguro y es demasiado lo que está en juego. Los europeos hemos confiado muchos años en nuestros aliados del otro lado del Atlántico pero, tal como están las cosas, ¿apostaríamos nuestras vidas o nuestra libertad al resultado de una dinámica social en la que ni siquiera tenemos el derecho al voto?

Desde esta perspectiva, me parece particularmente inquietante lo que, sin el menor pudor, nos han mostrado estos días las cámaras de televisión norteamericanas. No se me ocurre ninguna razón que pueda explicar de manera satisfactoria por qué Trump y Vance atacan despiadadamente al presidente democrático de un país invadido, que sólo pide garantías de seguridad como parte de cualquier acuerdo de alto el fuego, y respetan al dictador que ha dicho repetidas veces que no aceptará ninguna pausa en los combates. ¿Se estarán repartiendo Ucrania Putin y Trump –para uno el territorio, para otro los recursos naturales– como en su día se repartieron Polonia Stalin y Hitler?

Hace unos meses me habría reído con la idea. Hoy ya no. Y lo más duro es que tanto Putin como Trump justifican sus acciones con la palabra paz. ¿Llegaremos a oír al magnate republicano defendiendo que es mejor que los daneses le cedan Groenlandia porque si no lo hacen habrá una guerra y morirá mucha gente? No lo creo, pero sí estoy convencido de que, si Trump llegara a insinuarlo, muchos de sus partidarios –algunos de ellos españoles– seguirían pensando que tiene razón.

Con las anteojeras que los seres humanos solemos ponernos para crear una realidad propia donde nos sintamos cómodos, no tiene nada de extraño que rara vez escarmentemos en cabeza ajena. Nos quedamos en la anécdota en lugar de reconocer patrones históricos, Así, el debate legítimo que se ha abierto sobre lo que se ha dado en llamar cultura woke, la inmigración, los aranceles o el valor geoestratégico de Groenlandia para Estados Unidos impide que muchos se den cuenta de cuál es el problema de fondo. Hoy, por desgracia, son Putin y Trump los que tienen un martillo, que no es precisamente el de la Justicia. Son Putin y Trump los que pondrán cadenas a la campana de la libertad de forma que solo puedan tocarla quienes tengan la fuerza necesaria para imponer su libre voluntad.

¿Qué cabe concluir de todo esto? Que vienen tiempos difíciles en los que si Europa no hace de tripas corazón y se dota de su propio martillo –y, con ser importante, no es sólo el dinero que acaba de aprobarse en Bruselas lo que hace falta para ello, porque de nada servirá si no creamos en los ciudadanos europeos la voluntad de defendernos juntos– o mucho me temo que las generaciones que nos sigan tendrán un serio problema. No sólo vivirán peor que sus padres –quizá sea la primera vez en la historia en que eso vaya a ocurrir– sino que, además, puede que tengan que hacerlo de rodillas.

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