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Alga asiática: el alien de las mil caras

medio ambiente

La invasora cuenta con un alto grado de polimorfismo basal, que le otorga una cualidad camaleónica

La desembocadura del Guadalquivir sirve de barrera a la expansión, que ha llegado hasta Motril

La playa de Tarifa, el pasado mes de julio, llena de arribazones. / A. Carrasco Ragel (Efe)

El caso de la Rugulopteryx okamurae, el alga parda asiática, es un caso “único en el mundo”: su asentamiento y eclosión en la zona del Estrecho y ya, en el Mediterráneo, sólo puede calificarse de explosión. José Carlos García Gómez, el biólogo y catedrático de la Universidad de Sevilla que coordina el proyecto de investigación sobre el alga invasora, apunta que la primera vez que se detectó en aguas de Ceuta ya lo hizo “de forma absolutamente anormal”. No había dado la cara en rastreos ni análisis previos y, de repente, colapsó con más de 5000 toneladas las playas ceutíes: “Una especie exógena pasa generalmente por una fase críptica, escondida en el nuevo medio, esperando su oportunidad. De hecho, hay muchas especies que pudieran tener potencial invasor en el Estrecho –explica el especialista–. Pero lo que es completamente inusual es que una especie nueva reviente el sistema”.

La Rugulopteryx okamurae es capaz de desarrollar, además, un alto grado de polimorfismo basal: “Dependiendo de donde esté, se expresa de modo diferente. La okamurae presenta, en el mar de Japón, tres morfotipos diferentes: grueso, fino e intermedio –continúa García Gómez–. Pero aquí estamos viendo otros: es decir, está presentando morfotipos desconocidos por la ciencia, tiene cualidad camaleónica, es el invasor de las mil caras”.

¿Qué ha provocado esta proliferación? Un factor determinante es el aumento de la temperatura del agua a consecuencia del cambio climático, pero el origen de su presencia en el Estrecho –que parece apuntar a las aguas de lastre– aún no está claro, y es uno de los aspectos en los que están trabajando García Gómez y su equipo: “El calentamiento global está provocando cambios en los ecosistemas de todo el mundo, subiendo la cota y haciendo que muchas especies se muevan –continúa el investigador–. Encontramos en todas partes gran número de especies de exóticas, pero otra cosa es que una especie se declare invasora y lo haga con esta virulencia”.

En sus cuatro años de reinado, la okamurae se ha asentado en la zona del Estrecho y ya ha conseguido colarse en el Mediterráneo: “Yo he identificado la especie en la costa de Granada, en la zona de Motril”, apunta José Carlos García López. La franja atlántica tiene, sin embargo y en opinión del científico, una cierta barrera de seguridad frente al alga invasora: toda la desembocadura del Guadalquivir, que proporciona un sustrato arenoso “cuando esta especie necesita roca”. Otra de las cualidades del alga parda es, precisamente, su capacidad de enganche: a una plancha de acero, a la cubierta de una rueda, a cristal,a un trozo de plástico: “Tiene una capacidad competitiva brutal –continúa García Gómez–, pero en la Bahía de Cádiz, según lo que yo he observado, lo tiene difícil para prosperar. Desde que salió de la isla de Tarifa y Bolonia, donde ha reinado, se ha metido en Zahara de los Atunes y ya en cabo Trafalgar, con el punto límite de distribución suratlántica, empieza a pasarlo mal, no está cómoda, digamos, desde el límite de Conil hacia arriba, porque encuentra el agua más turbia por los sedimentos del río”.

“No estaba en la zona del Barco del Arroz, en la punta frente a Chipiona, ni en las rocas de escollera del exterior de su puerto –desarrolla–. Para el litoral de Huelva, no la veo: todo lo que he visto en la costa onubense han sido ejemplares de arribazones de especies locales, que es muy normal”.

El alga invasora actúa “con una superioridad competitiva por el espacio brutal, se mete en las piedras y empieza a crecer eliminando lo que tiene al lado”. Si no, se coloca encima de las otras algas y las asfixia: “Los fondos están absolutamente tapizados por ellas”. Los bosques de algas son el hábitat de gran variedad de especies marinas: el alga parda ha eliminado o desplazado algas como la Cystoseira mediterranea, clave en los fondos submarinos y, por el momento, ha puesto en jaque al erizo de mar. Las poblaciones de coral naranja en Tarifa han sido arrasadas.

El problema es “enorme”, y exige análisis y soluciones multidisciplinares. Por eso, García Gómez lidera un estudio ecológico y de impacto ambiental de cuatro años de duración (finalizará en 2022), que cuenta con las aportaciones de las universidades de Málaga, Sevilla y Cádiz; así como de la Consejería de Desarrollo Sostenible y del Ministerio de Transición Ecológica. La iniciativa tiene financiación de la Fundación Cepsa, Red Eléctrica, Endesa y Acerinox.

El objetivo de la investigación es tanto detectar el origen del problema como “mitigarlo”, ya que no hay “vuelta atrás”: el alga parda tiene una fase asexual “casi microscópica. Los procesos de dispersión no se pueden interrumpir, así que habrá que hacer de la necesidad, virtud”. Por ello, se intenta “calibrar si el alga puede servir para biodiésel, analizar su toxicidad para farmacia y biomedicina, la Universidad de Extremadura trata de ver su utilidad como compost...”

Las perspectivas son tibias y dependen, básicamente, de la propia naturaleza: “Que haya algún tipo de reacción sistémica, que en alguna ocasión se ha dado en el Estrecho –comenta el científico–. No es la primera vez que una invasión de macroalgas se extiende en una zona, pillando desprevenida a la biota local, acostumbrada a su dinámica... Y, de repente, hay una reacción y todo vuelve a una cierta normalidad: el invasor no desaparece pero no resulta un elemento perturbador”.

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