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Los Baker, un legado de cine

30 años del rodaje de "El imperio del sol"

La historia de amor entre John Baker e Isabel Galán es lo único que el viento no se ha llevado tres décadas después de 'El imperio del sol' en Trebujena

Entrevista a John Baker en Trebujena / Fito Carreto
Texto: Tamara García / Vídeo: Fito Carreto

28 de mayo 2017 - 07:49

A las 14.00 horas del día 14 de febrero en el número 14 de la calle Larga, dos personas se encontraron. Esta cita con el destino hubiera pasado desapercibida entre la constelación de accidentes que tejen el día a día, si los protagonistas de la historia no se hubieran conocido en Trebujena en el año 1987. A las 14.00 horas del día 14 de febrero, en el bar El Litri entraba a comer el inglés con unos compañeros españoles en el que sería su primer día en la localidad con la puesta de sol más bonita del mundo para el gran jefe, Steven Spielberg. A las 14.00 horas del día 14 de febrero, en el bar El Litri echaba una mano una belleza local que pudiera parecer que no tenía los colores adecuados para ser inglesa pero que se hizo pasar por una ante la cámara durante seis semanas. A las 14.00 horas del día de los enamorados de 1987 en el Bar El Litri, John Baker e Isabel Galán se vieron por primera vez. Su amor -amén de los atardeceres y los recuerdos de cada uno los cientos de extras que participaron en el filme- es lo único tangible que queda en Trebujena de El imperio del sol 30 años después de su rodaje. ("...Y nunca hemos comprado nada con el 14, ni ún numero, ¿verdad John? ")

¿Para qué? Son ganadores. "John fue el gran triunfador de la película", como le diría Spielberg, pasados los años, al matrimonio de cuyo romance fue testigo y que desembocó en boda un año después de que un pequeño Christian Bale y el resto del equipo dejaran Trebujena. "A mí me invitó Steven a la fiesta del final de rodaje del equipo en el restaurante El Bosque y entonces no llevaba mucho yo con John, pero tuvo el detalle", recuerda Isabel con muchísimo cariño, el mismo con el que rememora cada momento del rodaje de aquella película "de la que vivió el pueblo durante siete meses" y que cambiaría su vida para siempre.

La suya y la del técnico de efectos visuales que ya había dejado para la historia a Harrison Ford perseguido por una gran bola de piedra -de fibra de vidrio para ser exactos- o la destrucción de la temible e inescrutable Estrella de la Muerte. Porque Baker atendió a una condición de la que "nunca" se ha arrepentido. Quedarse a vivir en Trebujena. E Isabel respondió con otra que le ha hecho "vivir experiencias" que "nunca pasaron" por su "mente". Acompañar a John a cada uno de sus rodajes. Juntos por medio mundo.

"Ya mis piernas no están bien, y si las piernas no están bien no se puede trabajar". Con un descafeinado de máquina en mano, y echando de menos el cigarrillo que no se fuma desde el 19 de abril -"estuvo ingresado, un susto, y el médico le ha quitado el tabaco y el alcohol"-, Baker se sienta al fresquito que le regala la plaza de España junto a la puerta de la cafetería Kripton, el bar de su cuñado, antes de emprender el camino a la marisma. "Cuando baje el sol mejor, aunque no sé qué queréis ver allí porque allí no hay nada...".

Lleva razón, y no, John Baker hijo, que con 27 años puede presumir de haberse sentado en la silla de todos los directores con los que ha trabajado su padre y de explotar en la vida real lo que el gran John explotó en las películas. Es ingeniero de minas. No nos engaña el joven porque en los terrenos del Cortijo de Alventu el tiempo se ha llevado todo. Pero ellos, los Baker, están hoy en la callada la marisma del Bajo Guadalquivir como marca inconfundible de que El imperio del sol estuvo allí. "Eso no se va a repetir más, ojalá, pero vamos... Nunca más pasó otra película, ni grande ni chica... Mira, ven, esta verja es lo único que queda, por aquí entrábamos los extras...", muestra Isabel mientras que su marido recuerda que él escuchó "que en el contrato de alquiler de las tierras ponía que al terminar la película" debían de dejar el terreno "tal cual estaba". "Me parece que se quiso dejar el hospital que montamos pero las cosas que se construyen para las películas no son duraderas y al año se hubiera desmonorado", explica con su decir extranjero y tranquilo el hombre de cine.

Cuatro discotecas, muchos bares, "una marcha estupenda". Y dinero en el bolsillo en esos días. Por lo tanto, más marcha y más alegría. Así recuerda Isabel la Trebujena de aquellas seis semanas de rodaje y los meses que las antecedieron y precedieron con el montaje y desmontaje del campo de concentración y aeropuerto de la Shangai ocupada por el ejército japonés. Una ciudad dentro de otra ciudad. Una nueva vida dentro de la vida. Para los futuros Baker y para Eugenio García, para María Josefa Gil o para Ana Silva y su bebé, sólo por indicar algunos nombres propios del rosario de extras que se escondían detrás de un número. Un número que había que guardar pero que muy bien. "Sin número no cobrabas, y allí sin bolso ni nada... Ya cuando tenía confianza con John él me lo guardaba pero antes a cada rato me tocaba el sujetador para revisar que estuviera allí".

Que 5.000 calas al día eran 5.000 calas. Cantidad que se doblaba, triplicaba o cuadriplicaba dependiendo de la escena. "Yo cogí un buen dinerito por tirarme al barro, que no lo quería hacer mucha gente. Ahora, de meterme en el agua ni mijita, eso no consentía yo me dieran lo que me dieran".

Isabel señala la vasta extensión de la marisma y revela una pillería. Cuando rompió adrede los tacones que le endosaron los de vestuario para poder tener unos zapatos planos. "Me lo dijo una compañera, que si se te rompía el tacón te daban otros más bajitos... Es que era imposible andar con eso por la marisma", reconoce. También se deshace en risas al rememorar la escena en la que tenía que llorar ante un cadáver y aquel otro extra, un viejecito de Jerez "muy verde", le decía cosas "para tirarse al suelo". Así no había manera de llorar al muerto e Isabel lo quería hacer muy bien.

"Por favor que me quede, por favor que me quede, por favor que me quede...", repetía la letanía bajito mientras la encargada de producción se acercaba al puesto que ocupaba en la fila. Cada día lo mismo. Los extras trabajaban por jornada y sólo al final se acercaba la productora para indicar las personas que debían volver al día siguiente. Isabel siempre volvía.

"Y yo no tuve enchufe. Que quede claro. Yo no me iba ni a presentar porque como decían que buscaban gente rubia y los ojos claros... Pero Pepe García, el director de casting que iba a El Litri a comer, me animó a que llevara al local de Palomares mi foto y que echara la inscripción, "total, mujer, ¿qué vas a perder?", me dijo, y así lo hice".

Sería la primera película, de muchas, que Isabel Galán viviera desde dentro. La última como extra. "Terminó el rodaje y ya éramos novios. Yo me tuve que ir a Inglaterra a ocuparme del equipaje y de algunas cosas y volví a Trebujena hasta que no me tuve que ir a otra película, una producción pequeña en Sri Lanka pero después llegó Corazones de hierro con Brian de Palma en Tailandia. Le mandé un billete a Isabel para que se viniera conmigo", recuerda el hombre que se compró un diccionario de español a los pocos días de conocerla, el hombre que le pedía a los compañeros españoles de la película que le enseñaran unas cuantas palabras para decirle.

Otras cuantas, pero en inglés, tuvo que aprender Isabel antes de emprender su primer viaje. "Yo que apenas había salido de Trebujena... Estaba muy asustada". Lo pasó "mal" al principio. No lo niega. Pero todo fue recompensado con creces cuando "hasta Brian de Palma, con todo lo especial que es, me ha querido siempre en los rodajes, le decía, "John,manda un coche a que vaya por Isabel", él y todos los directores me han querido porque yo siempre me he sabido comportar, hasta me dejaban hacer fotos porque sabían que yo no las enseñaba a nadie. Y a mi hijo igual, siempre, de chiquitito y todo, no molestaba, al revés, el padre y los compañeros lo ponían a ayudar con los efectos".

Pero antes, siquiera, de intuir cada instantánea de las miles que custodia en casa, Isabel tuvo que pasar por aquel primer viaje iniciático. El día y medio de retraso en llegar a Bangkok sin teléfono, sin tener ni idea del cambio de dinero, ni de inglés, "ni de nada"... De que Mrs Baker -"porque yo me fui con mis papeles arreglados", precisa- no apareciera porque ella respondía al nombre de Isabel Galán Cabrera. De acabar en un hotel "vete tú a saber donde" para descansar, "y yo tenía los ojos como candiles", antes de tomar otro avión a su destino final. "Pero cuando el avión ya iba bajito, bajito, para aterrizar, y vi en la pista la calva, dije yo, ahí está mi inglés...". Y recordó, y nunca se olvidaría, de que todo empezó en el número 14 de la calle Larga, a las 14.00 horas del 14 de febrero de 1987. El primer día en que John Baker llegó a Trebujena buscando el sol de Spielberg y terminó encontrando el suyo.

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