Barbate tras el shock

Turismo para combatir el estigma

El éxito de su semana gastronómica del atún inyecta un chute de autoestima en este pueblo marinero, golpeado por el trágico episodio de las narcolanchas que los devolvió durante días a su injusta leyenda negra

Narcotráfico en Cádiz: Hachís a precio de costo

Atún elegido para el ronqueo, antes 300 espectadores, el pasado viernes en la lonja de Barbate.
Atún elegido para el ronqueo, antes 300 espectadores, el pasado viernes en la lonja de Barbate. / Manuel Aragón Pina
Pedro Ingelmo

05 de mayo 2024 - 07:00

“Qué desgracia. Estábamos tan bien y de repente nos volvieron a colocar el sello”, se lamenta Andrés Barrera, toda una institución en la lonja de Barbate. Se refiere Andrés a esa noche de febrero en la que una narcolancha embistió en el puerto junto al que nos encontramos a una pequeña zodiac de la Guardia Civil, segando la vida de dos agentes. Fue un asesinato retransmitido en directo por decenas de móviles. Las imágenes sobrecogieron a todo el país.

Charlo con Andrés el viernes después de que en ‘su’ lonja se haya ejecutado con gran destreza el ronqueo de un atún de cerca de 200 kilos ante cerca de trescientos admirados visitantes. Porque el viernes el puerto de Barbate era un hervidero. La Semana Gastronómica del Atún estaba siendo un completo éxito. Buen tiempo y una explosión de optimismo. Es verdad que hay mucha gente y muy pocos barcos, pero es el sino de los tiempos. Si no pueden pescar que el dinero llegue del turismo atraído por el gran tótem del Estrecho: el atún rojo, ese animal mitológico y sabrosísimo.

Atún elegido para el ronqueo, antes 300 espectadores, el pasado viernes en la lonja de Barbate.
Atún elegido para el ronqueo, antes 300 espectadores, el pasado viernes en la lonja de Barbate. / Manuel Aragón Pina

El puerto luce festivo. El dramaturgo y durante un tiempo responsable de Cultura del Ayuntamiento Sergio Román exhibe un envidiable bronceado y una elegante indumentaria casual. Porta un palo con una bola amarilla en su cima a la que sigue, como si fuera el cortejo del flautista de Hamelin, un buen número de madrileños extasiados con el tipismo del escenario y atentos a las historias extraordinarias marineras que les relata Sergio. Por ahí te cruzas con el sociólogo Manuel Relinque paseando a su galgo entre las redes, lo que enriquece con aire dandi el ambiente. En uno de los talleres del puerto un artesano modela en madera miniaturas de pesqueros. Son pequeñas obras de arte que inmortalizan los barcos que ya apenas puedes ver atracados. Porque apenas queda nada de la que fue la primera flota pesquera andaluza y la segunda de España detrás de la de Vigo. Pero eso ya sucedió hace mucho, cuando Europa la envió al desguace y el boquerón dejó de ser el santo y seña del pueblo.

Pero no es el momento de lamentaciones. Junto al puerto y la explanada en la que algún día se construirá un hotel con muchas habitaciones se ha montado una pequeña feria. En la gran carpa se desarrolla eso que se llama un showcooking,showcooking preparación en directo de una de las miles de forma de presentar el atún. Los madrileños siguen disfrutando de su asombro.

En la barra despacha cerveza en vasos de plástico el Mojama, una de las mejores voces flamencas que ha dado Barbate en las últimas décadas, un espectáculo cuando se sube a las tablas. El Mojama recuerda la llegada de los ‘chinos’ hace ya cuatro décadas. “A los ‘chinos’ -en realidad, está hablando de los japoneses, pero bueno, todos nos entendemos- sólo les interesaba entonces el tronco. Así que cortábamos la cabeza y la cola y ellos se llevaban lo gordo y nosotros nos quedábamos con lo que ellos no querían. Pero, ah, hicimos de la necesidad virtud y descubrimos para la humanidad el morrillo y la papada, que lo que está más rico del atún. Así que ¿qué han hecho los barbateños por los madrileños? El morrillo, ¿qué te parece?”, teoriza el Mojama.

Está por aquí Pedro Muñoz, Petaca Chico, uno de los empresarios más exitosos de La Janda. Él sí que encarna ese dicho muchas veces tan falaz del hombre hecho a sí mismo. En su caso, no hay trampa ni cartón. Empezó desde lo más bajo cuando era niño y se convirtió con el tiempo en uno de los grandes almadraberos. Hoy gestiona la almadraba de Barbate y centenares de puestos de trabajo.

Pedro aprendió buena parte de lo que sabe de los japoneses. Recuerda a Noguchi, uno de los primeros atuneros que llegaron a Barbate desde el sol naciente. “Serían los primeros años 90 y yo hice amistad con Noguchi, un sabio. Fue él el que me hizo apreciar la delicia inigualable que es el atún en crudo. Yo al principio no me lo podía creer, pero Noguchi cortaba una loncha fina del atún, como si fuera jamón. Pruébalo. Era inigualable, te llenaba el paladar con un sabor tan agradable...” Sí, Pedro debió de ser el primer español en probar lo que ahora se despacha como uno de los grandes hallazgos de la gastronomía andaluza.

Pedro no es de Barbate, es de Conil. Allí empezó con su padre vendiendo los restos de pescado que no se quería en el mercado como carnaza. Con catorce años y un carricoche Pedro venía a por el pescado a Barbate. Eran los años 70. Todavía se encontraba en pie en Barbate El Zapal, un gran triángulo de chabolas que se encontraba en el lugar en el que hoy hay un aparcamiento caótico junto a la principal arteria del pueblo, la Avenida del Mar, la Avenida del Generalísimo hasta hace unos pocos años, muchos años después de muerto el dictador.

Herederos de El Zapal

El Zapal se fue construyendo con latas y cajas de pescado por gente de mala vida que llegaba en aluvión a trabajar en la almadraba en las primeras décadas del siglo XX. Lo que al principio eran una pocas chozas fue creciendo y creciendo hasta convertirse en una especie de favela que describía así un cronista de la época: “En esas covachas, no mayores que una pocilga cualquiera de dimensiones normales, se hacinan sus tristes habitantes, sin distinción de sexos ni de edades, en asquerosa promiscuidad con sus cerdos, con sus asnos, y con los numerosos parásitos que les invaden, llevando en el rostro las taras de la degeneración, las costras y pústulas de las afecciones de la piel, y en sus cuerpos la más espantosa suciedad, consecuencia todo ello de un régimen de vida verdaderamente cruel e inhumano”.

Es importante esta historia porque en 1974 se derribó El Zapal y trasladaron a su población al nuevo barrio alto, al que bautizaron como Carrero Blanco. Aquello era una especie de chabolismo vertical. Lo que hicieron, como en tantas otras localidades, fue crear un gueto. Allí fermentó a finales de los 80 la epidemia de la heroína y de allí salieron muchos de los integrantes de los primeros clanes de contrabando de hachís. Se formaron algunas bandas de cierta relevancia, la de los Antón, los Zuco o, más tarde, El Chispa. Era un narcotráfico que poco tiene que ver con el actual, pero en su tiempo fue la base para crear la leyenda negra de Barbate, la leyenda del pueblo sin ley. Una leyenda que tiene algo de cierto pero que se alimentó de muchos otros factores. El principal, el absoluto abandono de las administraciones.

Poco queda de aquel tiempo. Pasear hoy por el antiguo barrio de Carrero Blanco es desolador. Junto al IES Vicente Aleixandre se manifiesta el resultado de aquel fracaso. Los bloques de Carrero Blanco están descuidados, hay suciedad por las calles y ese atmósfera de silencio en la que sabes que cien ojos te están vigilando. Aquí no gustan los intrusos. Más arriba, en las conocidas como 58 Viviendas, una vecina nos pide que digamos al Ayuntamiento que acabe de una vez con las ratas. El conocido como Portal número 9, que ya no exhibe ni el número ni el portal, es una simple carcasa de edifcio. Aquí estuvo durante años el principal supermercado de droga de toda La Janda. Sus paredes están ennegrecidas. Es un lugar inhabitable, pero está habitado. Cada cierto tiempo la Guardia Civil practica una redada, se detiene a unos cuantos y, según son detenidos, otros ocupan los puntos de venta.

Una fachada de la degradada barriada de El Pinar, antes Carrero Blanco.
Una fachada de la degradada barriada de El Pinar, antes Carrero Blanco. / Jesús Sotomayor

Pero esto no tiene nada que ver con el narcotráfico que se enseñorea en el Estrecho. En Barbate ya no queda ninguna gran organización dedicada al hachís, lo que no quiere decir que no haya gente que no se dedique a ello, pero en sus escalas más básicas. No encontrarás aquí ningún coche de alta gama ni ningún signo de la ostentación que hizo famoso (para mal) al Barbate de los 90. Aquí reside el lumpen del negocio.

Pero todo esto no tiene que ver con el Barbate que se proyecta con éxito y que ha enterrado esa leyenda negra. Barbate no vive del hachís. Si se hiciera un estudio económico seguro que ofrecería que la aportación del hachís al ‘PIB de Barbate’ es residual. Y entonces llegó aquella noche aciaga de febrero. Había que estar allí para entender lo que supuso ese suceso para el pueblo. Yo estuve.

En temporada baja Barbate, como la mayor parte de los pueblos de veraneo, es un lugar fantasmal. De noche apenas hay un alma en sus calles y muy pocos establecimientos abiertos. Es el letargo del invierno en un sitio nada peligroso y bastante aburrido. No extraña entonces que una atracción como media docena de narcolanchas congreguen en el puerto a grupos de jóvenes que no tienen otra cosa que hacer. Esa noche esos chicos preveían espectáculo y desenfundaron sus móviles.

Hicieron algo que siempre se había hecho por los chavales del pueblo: reírse de los guardias. Lo grabaron todo hasta que sobrevino la tragedia. Entonces callaron.

Esas imágenes llegaron a las televisiones y a las redes. Una primera impresión poco reflexiva se amasó en las tertulias de los todólogos: en Barbate se jalea a los narcotraficantes porque ellos lo son. En El Malagueño, una coqueta cafetería del Paseo Marítimo que ofrece magníficos desayunos, me lo comentaba su propietario casi con lágrimas en los ojos: “Están arrastrando por el barro el nombre del pueblo. No es justo”. Y no lo era. Durante los días siguientes el pueblo se llenó de cámaras de televisión, como en aquellos años 90. El ambiente en el pueblo era de aturdimiento, de pesar. Durante algunos días Barbate estuvo KO. Llegaron refuerzos de la guardia civil en una decisión política cosmética porque, en realidad, en Barbate no pasaba nada más allá de que algunos viejos conocidos envalentonados amenazaran a los agentes con amenazas que ni ellos mismos se creían. Los índices de delincuencia en Barbate, de hecho, son muy bajos. Algunos vecinos se quejaron de los malos modos de los agentes importados y otros aplaudieron su presencia.

Lo que estaba pasando es que Barbate estaba tratando de digerir algo en lo que ellos no habían tenido nada que ver. Habían sido sólo el escenario.

Preparación del atún en una de sus múltiples maneras en el 'showcooking' de la Semana Gastronómica.
Preparación del atún en una de sus múltiples maneras en el 'showcooking' de la Semana Gastronómica. / Manuel Aragón Pina

La llegada de la primavera y de los atunes ha devuelto a Barbate su autoestima y vuelve a ser ese pueblo alegre que, como me dice un madrileño de visita a la Semana Gastronómica: “Te dan los buenos días por la mañana con una alegría que te da energía, te sientes bien recibido. No pasa en todos sitios”. Lo corrobora la señora del estanco cuando nos ve con las cámaras y los trípodes: “¿Sois de la tele? Sacad al pueblo que está precioso y decid a la gente que venga, que no van a encontrar un sitio mejor”.

Por la avenida del Mar caminan hacia la feria un grupo de mujeres con flores adornando su pelo: “El atún nos está esperando, amigo. No se lo pierda o se arrepentirá”.

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