Cádiz y las macrogranjas de Schrödinger
ganadería
A falta de una definición exacta, el baremo para clasificar una explotación como macrogranja es el listado de complejos industriales del Registro Estatal de Emisiones
En él, aparecen tres granjas gaditanas de volumen pequeño-mediano, una de ellas, en cese de actividad
Todos los días se matan en Nueva York,/cuatro millones de patos, /cinco millones de cerdos,/dos mil palomas para el gusto de los agonizantes,/un millón de vacas,/ un millón de corderos/ y dos millones de gallos/ que dejan los cielos hechos añicos. Federico García Lorca recogía en estos versos de Poeta en Nueva York la maquinaria que despliegan las ciudades modernas, esos entes hipertrofiados que existen más allá de sí mismos. Desde tiempos de Lorca, la población de Nueva York, por mencionar un lugar, ha aumentado en casi un tercio, hasta sobrepasar los 19 millones. Y ya mucho antes, para asistir a buen ritmo a la cada vez mayor demanda, los mataderos habían inventado la cadena de montaje. O de desmontaje: fue ese el sistema que inspiró a Henry Ford para revolucionar la industria.
Ya sea por gusto, estatus o facilidad, el consumo de carne en el mundo ha ido creciendo al mismo tiempo que su población. Incluso los españoles, que éramos tan modélicos, con nuestra dieta mediterránea a todas partes y el aceite de oliva en la maleta, hemos sucumbido al modelo. En 2020, nuestro país produjo 7,6 millones de toneladas de carne. ¿Toda para nosotros? Pues no, por supuesto que no. Nosotros sólo nos zampamos dos millones de toneladas, que no es que sea poco. Nuestro principal importador al respecto es, desde hace años, China: también en 2020, el negocio de la carne destinada al mercado chino supuso 3.138 millones euros. Cada año, nuestro país sacrifica 55 millones de cerdos. Sí, la cadena de desmontaje está que no para.
Las declaraciones del ministro Garzón criticando las macrogranjas y sus efectos nocivos en el medioambiente, y la calidad de la carne de estos animales en comparación con el tratamiento que se hace al ganado en extensivo, en lugares como “Asturias, Castilla y León, Andalucía o Extremadura”, encendieron hace días la mecha de un debate muy interesante que no ha tardado en ser politizado.
Para el presidente de Asaja-Cádiz, Pedro Gallardo, estas declaraciones, “que no son las primeras que el ministro realiza contra el sector –afirma, refiriéndose a unos consejos del verano pasado para disminuir el consumo de carne– producen un enorme daño. Habría que recordarle al ministro Garzón que la ganadería tiene el trabajo y el sacrificio de muchas personas detrás, y canales de comercialización abiertos con Líbano y Turquía que ya los quisieran muchos países europeos. Para nosotros, es un ataque malintencionado, y por eso hemos pedido, si no su dimisión, su cese por parte del Gobierno”.
De similar opinión es Manuel Vázquez, tercera generación ganadera de su familia, aunque no sabe si habrá una cuarta. Sus cabezas de retinto se crían en régimen extensivo en Alcalá de los Gazules. Vázquez también afirma que el sector no entiende este “ataque que se realiza desde el desconocimiento absoluto. A mí me parece que no se conoce cuál es el proceso de crianza de un ternero hasta el sacrificio, estoy convencido de que no lo saben. Todos nuestros clientes tienen absoluta confianza en cómo se produce la carne de vacuno española”.
“Nadie compraría un ternero de 14 meses recién salido del campo”, añade Manuel Vázquez, haciendo referencia al periodo de alimentación en intensivo que han de vivir todos los animales que saldrán al mercado. “Al ternero se le desteta con 200 kilos, no puede estar más tiempo porque si no, la madre no vuelve a criar. Hay un periodo en que se habitúa a heno, alfalfa, otras alimentaciones… Y luego, otros meses con piensos contratados controlados por la propia administración, con fórmulas de absoluta garantía”. “Al final de su vida, el animal ha de tener un periodo intensivo o de aporte de pienso, para que siga manteniendo esas cualidades organolépticas que no se consiguen de otro modo”, explica también Pedro Gallardo.
A julio de 2018, la provincia gaditana registraba 181 cebaderos, sólo por debajo de Sevilla a nivel autonómico. No vamos mal. El Estado español fue, de hecho, en 2018, el mayor productor de piensos compuestos de Europa con más de 37 millones de toneladas. En 2019 importó 6,1 millones de toneladas de soja.
“Encuentran un pueblecito en la España vacía y ponen ahí, 4.000, 5.000 o 10.000 cabezas de ganado –continuaba Garzón–. Contaminan el suelo, el agua y exportan carne de mala calidad”. Para Juan Clavero, de Ecologistas en Acción, discutir la conveniencia de las macrogranjas es como discutir si el tabaco hace daño o no: “A nivel de consumo, hemos hecho un gran esfuerzo, por ejemplo, para distinguir la clasificación de los huevos según producción: jaula, suelo, campo y ecológico, y el que quiera, que escoja. Lo fundamental es que el consumidor tenga la información, pero es que ni siquiera se está dando en lo que respecta a la carne –explica el ecologista–. Es un insulto a la inteligencia pero también a los ganaderos de extensiva de calidad, de los cerdos de la Dehesa, a los de la Sierra de Grazalema o las cabras payoyas. La diferencia de calidad está clara. Eres lo que comes, como cualquiera que pueda ver una yema de campo comprueba. Las macrogranjas son el principal enemigo de los ganaderos, porque producen carne barata, sí, pero de mala calidad, con el coste en salud, pero también económico, que esto tiene. En los últimos años, ha crecido el número de enfermedades cardiovasculares y tenemos un 30% de obesidad infantil”.
Es cierto. Tan cierto como que la esperanza de vida ha aumentado en dos décadas y le sacamos de media una cabeza al abuelo, “gracias, entre otras muchas cosas, al aumento de consumo de proteína animal”, indica Pedro Gallardo.
“Hemos crecido más porque no hay hambre –puntualiza Juan Clavero–. A partir de los años sesenta hay una mejor alimentación. Las vacas producen más leche porque se han introducido las frisonas. Ocurre que, como antes la carne era prohibitiva, ahora la comemos a todas horas, como nuevos ricos. La carne barata no es sinónimo de mejor alimentación. un kilo de chuletas de cerdo a tres euros no está pasando los controles de purines, metano… Como tuvieran que pagar el impacto medioambiental, sería tremendo”.
El fenómeno de las macrogranjas ha aumentado en los últimos años en zonas de Aragón, Castilla-León y Murcia. En algunos casos, se planteó como la solución a la despoblación y, para algunos pueblos, ha venido a ser el remate. “Una cosa es tener 50 o 60 vacas estabuladas y otra es tener cien mil cerdos juntos. Es imposible que no huela. Ocurre que aquí somos muy permisivos –explica Juan Clavero–. Quienes están detrás de estas grandes explotaciones no son ganaderos, sino empresarios, y muchos fondos de inversión que han descubierto el negocio de la carne, que consume inmensas cantidades de pienso. Terminan expulsando a la gente del territorio. A las gallinas ponedoras pueden tenerlas sin moverse poniendo huevos todos los días del año, y en vez de tres años, te viven uno; las cerdas paridoras dan de mamar a través de las rejas de una jaula porque tienen tan poco espacio que, si se dan la vuelta, aplastan a los lechones”.
Por otro lado, a nivel medioambiental, “la UE ha denunciado a España por incumplimiento sistemático de la normativa que obliga a los países a tener aguas de buena calidad. Los mayores productores de nitratos son la agricultura y la ganadería intensivas. Con la complicación de que, si es agua que fluye y se reduce el aporte de nitratos, en dos años puede verse mejora. Pero si es en acuíferos o en agua salada, es muy difícil”, añade Clavero, subrayando que todos los acuíferos de la parte baja de la demarcación Guadalete-Barbate están contaminados y, en la costa, con “salinización”.
Desde Asaja no consideran que existan macrogranjas dentro de la provincia, “diríamos más bien que son cebaderos”. Manuel Vázquez asegura no haber conocido tampoco tanto “macro”, un término que “impacta mediáticamente pero que no está cuantificado”. Y es cierto: no hay una estipulación oficial que defina cuándo una explotación pasa a considerarse macrogranja. Como guía, se toma el listado de complejos industriales del Registro Estatal de Emisiones y Fuentes Contaminantes del MITECO. En la provincia de Cádiz, aparecen tres nombres: Granja La Berlanguilla, en La Barca; La Merced, en el termino municipal de Arcos; y Granja Rodríguez, en Conil.
Las tres son explotaciones que se consideran de tamaño mediano-pequeño y, desde la Delegación Provincial de Agricultura, confirman que el listado se elabora a partir de cálculo de emisiones y desechos: no quiere decir que el centro en cuestión tenga miles de cabezas. Así, según el registro del MITECO, La Berlangilla tiene capacidad para 12 verracos, 896 cerdas de vientre,1.800 lechones de hasta 20 kg, 2.000 cerdos de recría de hasta 45 kg y 3.000 cerdos de cebo de hasta 100 kg. Las instalaciones de La Merced pueden albergar 10 verracos, 590 cerdas de vientre, 250 futuras reproductoras, 1.680 lechones de recría destetados, 3.000 cerdos de cebo y 850 lechones mamones. Por su parte, Granja Rodríguez, dedicada a la avicultura, cuenta con un máximo de 15.000 plazas para la cría, 18.000 plazas para la recría o 76.745 plazas de puesta.
Respecto a las emisiones, en 2020 La Berlanguilla registró 38 toneladas de metano, 156 kilos de óxido nitroso y 19,5 toneladas amoniaco; La Merced marcó en 2019 37 toneladas de metano, 145 kilos de óxido nitrosos y 18,2 toneladas de amoniaco; por su parte, Granja Rodríguez registró 9,9 toneladas de metano, 700 kilos de óxido nitroso y 36,8 toneladas de amoniaco. En las autorizaciones de actividad, se especifica que se tomarán medidas destinadas a paliar el impacto medioambiental, como la colocación de tuberías de descarga de purines a nivel bajo o la introducción de sistemas de refrigeración.
Del grupo, la que tiene una historia más curiosa es La Merced. Perteneciente en su día a Expasa-Rumasa, la instalación ganadera ha pasado desde 2013 por distintas titularidades. Según el inventario de Autorización Ambiental de la Junta de Andalucía de febrero del año pasado, estaba a nombre de Suhail Desarrollos Inmobiliarios. La granja consta en cese de actividad desde junio de 2020, según datos facilitados por la Delegación Provincial de Agricultura. Es más, tiene un anuncio en el portal Idealista en el que se lee que se trata de una “espectacular finca de secano”, con granja en “funcionamiento con más de 13.000 m² de instalación ganadera”. También tiene “coto de caza inscrito y autorizado por la Junta de Andalucía” y un pantano “propio de 300.000 m³ de agua”. El terreno está recorrido por cinco riachuelos y las tierras son “aptas para la siembra de olivos y almendros”. También cuenta con posibilidad de instalación fotovoltaica y con un pequeño cortijo. 4.200.000 euros.
Ni La Berlanguilla ni Granja Rodríguez permiten visitas porque quieren mantenerse lejos de un debate “arrojadizo”. Pero la explotación conileña sí accede a comentar la polémica. Granja Rodríguez comenzó a funcionar a partir de la iniciativa del padre de Andrés, con quien hablo, que reunió unas cuantas gallinas en los años sesenta. De ahí, la empresa familiar ha ido creciendo hasta incluir la cría de cerdos y de vacuno en Chiclana: “No somos una gran explotación puntualiza, sino mediana-pequeña para lo que hay hoy en día”. Estima que tendrán unas 80.000 ponedoras; 240 madres en ciclo cerrado en cerdos y 200 cabezas de terneros. “Además –añade–, tenemos campos de siembra y cultivo, que abonamos con el estiércol de nuestras granjas”.
Hoy día, son tres hermanos los que regentan la explotación, que distribuye huevos por toda la provincia a minoristas, mercados, tiendas de alimentación, carnicerías…. “Y huevo pasteurizado para repostería y hostelería”. De carne, producen al año unas cuatro o cinco mil cabezas de cerdo, que terminan en el matadero de Famadesa, en Málaga, y otros se distribuyen en Conil, Cádiz y Vejer, sobre todo.
Para Andrés Rodríguez, la gente no es realmente consciente de cómo funcionan las explotaciones: “Estamos sometidos a controles veterinarios y cumplimos normas muy estrictas, además de controles sanitarios y permisos medioambientales. Puede pensarse –reflexiona– que sería posible que toda la población se alimentara de animales sueltos en libertad, pero lo cierto es que la necesidad que hay de alimentos hace que no se pueda producir como antaño. Tampoco los suministros agrícolas podrían limitarse al huerto: no sería posible sin los invernaderos. Es muy fácil hablar sin saber las consecuencias que eso da lugar. Seguro que hay prácticas que pueden ser inadecuadas, pero no pienso que sea suficiente para que entren todos en el mismo saco”.
“No hay reglamentación porque no está definido. Si definiesen los parámetros según especie de cuándo una explotación se puede considerar macrogranja, entonces uno podría decir que está en contra –afirma Miguel Junquera, el veterinario que atiende a las vacas frisonas de la granja familiar El Pinar, en Guadalcacín–. Si no, pueden terminar pagando justos por pecadores. El ganado vacuno lechero, como el que tenemos aquí, por ejemplo, no puede estar de forma únicamente extensiva, sino alternando con intensivo en una fórmula mixta. Y esto es así hasta en los campos del norte. Luego –continúa– están las auditorías de bienestar animal, que controlan cuestiones como que cada animal cuente con cierto espacio, que haya bebederos y cantidad de comida suficiente, además de los protocolos clásicos de vacunación, desparasitación, etc. A las lecheras, además, les afecta mucho el estrés o las malas condiciones en la producción de leche y en el comportamiento”.
Desde Asaja, Pedro Gallardo insiste en que tenemos un modelo de provincia “muy sostenible, con unas ganaderías que cuentan con un nivel de bienestar animal que ya quisieran otras zonas y una trazabilidad perfecta. El modelo que cultivamos aquí –prosigue– sabemos que tiene éxito, con una alimentación muy buena, donde se ha conseguido utilizar un 50% de antibióticos menos y sin hormonas. Quien compra carne gaditana, sabe que come calidad”.
Para Juan Clavero, precisamente hay que aprovechar la “buena fama de la extensiva gaditana para evitar que se implanten las macrogranjas: Villaluenga no pierde población y los pueblos de la sierra incluso están ganando, en parte porque se ha mantenido la ganadería extensiva”.
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