Cevaco: Todos los vientos contrarios
Certificación de los buques de la Armada
El Centro de Evaluación y Certificación para el Combate de la Armada somete a los navíos de guerra a rigurosas calificaciones
Rota/El Infierno madruga. Antes de clarear, los expertos del Centro de Evaluación y Certificación para el Combate (Cevaco) de la Armada en la base de Rota ya están trabajando. Unos “diablos” que se lo van a poner difícil a la tripulación de la fragata Almirante Juan de Borbón (F-102). Los tripulantes del buque de guerra sabrán qué es tener el viento en contra. Todos los vientos.
En la sala de reuniones del Cevaco, una pantalla muestra los detalles de la operación en la cual se atarea la fragata. Los evaluadores ultiman así el “averno” que reservan al navío de combate: una ardua cadena de adversidades, que el buque debe afrontar en las próximas horas y que sólo los examinadores conocen. A la dotación del barco, todo le va a caer encima de improviso.
Rompe el día y también las hostilidades. Los infantes de Marina de guardia en el perímetro exterior de la fragata avistan un grupo de gente que se aproxima lanzando gritos intimidatorios. Cevaco acaba de “inyectar” un supuesto de acción terrorista.
En la Juan de Borbón suena una alarma; mientras la megafonía de la fragata lanza mensajes en inglés, francés, y español, informando de la nacionalidad e intenciones pacíficas del buque. También se pide a los manifestantes mantenerse a 25 metros de distancia del navío.
No es momento para nervios a bordo. A la fragata se la supone atracada a un puerto costero de la franja del Sahel africano. El equipo operativo de seguridad (EOS) de infantes de Marina embarcados y otros dos más de marinería en funciones de guardia de puerto, se despliegan con armas y material antimotín.
Los manifestantes ignoran los requerimientos de seguridad y se acercan al buque. Los tripulantes bloquean la escala de acceso, randándola para bloquearla (una randa es un cabo de maniobra que se enlaza a lo largo de los pasamanos de la escala. Al tensarlo, iza sirgas de cuerda rígida que vetan el acceso). Se lanzan incluso chorros de agua, para intimidar a los renuentes, mediante dos mangueras de alta presión que manejan cuatro tripulantes. Esa disuasión parece surtir cierto efecto.
Un líder de los concentrados se llega hasta el buque. Reclama a gritos hablar con un oficial y asegura que sólo desean alimentos, pues padecen una hambruna. La capitán Noelia Iñiguez comparece en su calidad de responsable de Intendencia. Pero entonces dos evaluadores del Cevaco –especialistas en Seguridad e Inteligencia Contraterrorista–, dan al cabecilla una orden radiofónica, que éste ejecuta de inmediato: “Yo no hablo con mujeres. Exijo hacerlo con un hombre”.
Simulacro de una amenaza real
La situación no es ficticia. Se calca una experiencia vivida por un navío de la OTAN en circunstancias análogas. Los manifestantes se encrespan. Nueva advertencia con las mangueras de alta presión y la tensión cede un tanto. Un oficial masculino atiende al portavoz y se compromete a repartirles alimentos si se alejan de la nave. Los manifestantes acceden pero, de repente, una mujer cae desmayada al suelo. Sus compañeros requieren a gritos ayuda médica. (En el caso real, la “desvanecida” ocultaba bajo sus ropas una bomba de metralla que causó serios estragos).
Cinco miembros del Equipo Operativo de Seguridad escoltan a la teniente Isabel Rojas, oficial de Sanidad del buque, para atender a la víctima. Antes de recibir asistencia clínica, la paciente es escaneada con un detector de explosivos. Resultado negativo y la oficial sanitaria interviene.
Durante todo ese tiempo, una hilera de tripulantes armados y listos para intervenir, guarece la cubierta. El segundo comandante de la fragata, capitán de corbeta Álvaro Pery, confirma el recuento hecho por este medio: “Sí, son once infantes de marina del EOS y treinta marineros de un par de equipos de la guardia de puerto. Es lo que se activó en función del estado de alerta que los informes de inteligencia recibidos preveían para este puerto”.
Cambio de escenario
Culmina el primer ejercicio y el escenario operativo cambia diametralmente. Ahora la fragata debe abandonar un muelle situado en aguas donde son previsibles ataques hostiles. “Babor y estribor de guardia”, ordena la megafonia. Las piezas de artillería en los alerones del navío se dotan con servidores en uniforme de combate, listos para repeler cualquier agresión.
En ese interín, el comandante de la Juan de Borbón, capitán de fragata Gonzalo Leira Neira, desciende al Centro de Información y Combate (CIC) del navío para asistir a una reunión de planeamiento. El CIC es el cerebro neurálgico de todo buque de guerra y se ubica en el lugar más resguardado de la ciudadela.
Sin embargo, el capitán tiene hoy invitados muy especiales: el propio Comandante Jefe del Cevaco, capitán de navío (coronel) Ignacio Céspedes Camacho; y el Jefe del Evadiz (órgano evaluador de Cádiz), capitán de fragata (teniente coronel) Gabriel Rodríguez Ruíz. Es decir, los máximos responsables de la evaluación.
Durante la reunión, los responsables de las distintas secciones del navío dan cuenta de toda información relevante para la misión en curso. Desde la meteorología hasta los mensajes de Inteligencia. Y precisamente, el “patrón de vida” de estos últimos resulta inquietantes: en horas previas, la OTAN ha alertado de ataques a buques coaligados con lanzamiento de misiles antibuques e intervención de cazas supersónicos rivales.
Apenas concluye la reunión del en el CIC se desencadena otra adversidad. Resuenan alarmas y la megafonía avisa que la fragata ha perdido impulsión y deberá ser remolcada.
Antes de esta maniobra, los examinadores del Cevaco mantienen una reunión con los tripulantes de cubierta para informarles que “no hay constancia de la buena disposición por parte del navío que dará remolque” a la fragata española. Eso complica aún más la de por sí dificultosa maniobra en alta mar.
Por barlovento, arriba el buque logístico Mar Caribe de la Armada, que figura al remolcador en cuestión y comienzan los trabajos, navegando a una velocidad de cinco nudos. Concluida esta fase —y en general tras cada supuesto operativo—, los examinadores vuelven a sostener una segunda reunión de análisis con los miembros de la dotación, para señalarles aciertos y fallos observados. La suma de estos decidirá la calificación final del buque y establecerá los aspectos a mejorar.
Nueva calamidad
La jornada avanza y también las calamidades. No es mediodía y una nueva alarma: “¡Hombre al agua!”. La Juan de Borbón, a las órdenes del capitán Gonzalo Leira, reacciona ejecutando una impecable butakov (la Butakov es una maniobra de emergencia consistente meter todo el timón a la banda por donde se haya precipitado el náufrago. Cuando la nave caiga 70º respecto del rumbo primitivo, se cambia nuevamente el timón al lado contrario. El buque traza así un amplio círculo y, al completar la virada, el caído debe ser fácilmente avistable por proa). Se bota la semirrígida de auxilio, cuyos tripulantes rescatan al caído en cinco minutos, cuatro antes del tiempo límite, que es de nueve.
Así transcurre la jornada, hasta que casi de anochecida se ordena regresar a tierra. Pero el Cevaco aún guarda otra sorpresa: la Juan de Borbón debe franquear aguas minadas, con riesgo de recibir un torpedo.
Todo muy conforme al lema del referido Centro: “Nos adiestramos para combatir como nos adiestramos”.
La mirada rigurosa de un equipo evaluador de los “chapas rojas”
Los evaluadores del Cevaco —apodados “chapas rojas” por su distintivo pectoral— inspecciona exhaustivamente la competencia de los tripulantes de un buque en cada faceta. El equipo examinador de la Juan de Borbón lo encabeza el EVADIZ (jefe de la unidad de Evaluación de Cádiz), capitán de fragata Gabriel Rodríguez Ruiz. Los examinadores que lo integran se dividen los apartados a evaluar. Los supervisores de Energía y Propulsión son el capitán de corbeta Carlos De Riva Solla; el teniente de navío Miguel Poch Anelo; los subtenientes Pena Rodríguez y Benito Reguera; así como el brigada Pérez Sobrino. El de Navegación lo evalúan el teniente de navío Leal Aranda y el brigada Perdones Ortiz. El capítulo de Maniobra lo inspeccionan el capitán de corbeta Avilés Cabrera, el subteniente Otero Parrado, y el brigada Pérez Ravira. Finalmente, como inspectores del Cuerpo de Sanidad embarcan el capitán Fernando Blas García y el comandante médico reservista Julio Quintero Quesada, quien se ha desplazado a la base gaditana desde Antequera (Málaga), su residencia habitual.
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