Coronavirus Cádiz: Trabajando con los más débiles
Cinco personas hablan de su labor diaria con los más vulnerables y de cómo afrontan personalmente esta situación tan especial
Cádiz/Trabajan día a día con los más vulnerables en esta crisis sanitaria que ha puesto todo patas arriba. Les unen la vocación y el deseo de ayudar. Chiqui, Mario, Jesús, Xenia y Oliva coinciden en transmitir esa manera de ser que les ha llevado a ocuparse, como profesionales o voluntarios, de los ancianos que viven en una residencia, de las personas sin hogar, de quienes necesitan ayuda en sus casas, de los que deben recurrir a la Cruz Roja y a otras entidades asistenciales. Como muchos otros, están en primera línea y tratan de compaginar lo mejor que pueden el lógico temor a una enfermedad contagiosa con la entrega a una actividad de riesgo que, a todos, cada jornada, les lleva de vuelta a casa emocionados y reconfortados.
Chiqui, residencia de ancianos de Sanlúcar
Auxiliar de enfermería, especializada en geriatría, Chiqui Romero trabaja en la residencia de ancianos de Sanlúcar.
“Nuestro trabajo es vocacional. Muy duro. Y casi siempre muy mal mirado. Pero yo tenía muy claro a lo que me quería dedicar. No me cuesta ir a trabajar. Me cuesta quizá tener que ir a veces y dejar a mi niño malito, o lo mucho que me pierdo trabajando fines de semana y festivos”.
“El día que recibimos un aplauso en la puerta, lloré como una niña chica. Un abuelo me preguntó: ¿por qué aplaude la policía? Le dije: por ustedes, porque tenéis que superar esto como sea. A mi me dio pena, porque se supone que el aplauso era para nosotros, los mal mirados y ahora reconocidos. Yo el aplauso se los doy a ellos, a los ancianos de la residencia, porque son los que lo merecen. Están confinados, sin ver a sus familiares, sin visitas, sin excursiones, sin animación, sin psicóloga, sin fisioterapeuta... Estamos trabajando el mínimo personal. Las trabajadoras sociales, la psicóloga, la fisio..., todos en casa. La dirección decidió que cuantos menos estuviésemos expuestos, mejor para ellos”.
“Trabajamos con mucho miedo. Con temor a llevar el bicho y no saberlo, a contagiar a personas muy vulnerables, a llevártelo a casa... Con miedo a los abrazos y besos que te dan y que... ¿cómo rechazas tú eso? Llevo diecinueve años en esta residencia de ancianos. Ellos son parte de mi y yo de ellos. No sólo somos unos sanitarios más. Somos las ultimas manos que pasan por ellos. No juzgamos ni queremos conocer su vida anterior, hacemos de cuidadoras, de protectoras, de psicólogas, de animadoras..., de todo, ahora que ningunos de ellos está trabajando”.
“La tele no ayuda. Todo el día hablando de lo mismo... a los niños de la guerra, a los que se criaron con cartillas de racionamiento, a los niños del hambre que aún guardan un trozo de pan en la mesita de noche. ¿Imaginas lo que tiene que estar pasando por sus cabezas?”.
“Es curioso, ellos no creen que este follón que hay montado sea en gran parte por ellos. Qué va. Ellos creen que es porque hay que cuidar a los niños. Por eso creo yo que lo llevan tan bien”.
“Muchas compañeras se gastan los megas en videollamadas a los familiares de los ancianos. Sus caras no tienen precio. Algunos no se reconocen a ellos mismos y dicen: ¿quién es este? La unión que hay ahora es brutal”.
“No son pacientes, no. Son una parte de tu familia. Si uno se pone malo, lo sufres. Y si se mueren, no tienes derecho ni a llorar. Ya para eso está la familia”.
Mario, centro de Elcano
Mario Gómez, trabajador social, de 31 años de edad, atiende a las personas sin hogar alojadas ahora en el Centro Náutico Elcano, en Cádiz.
“Ellos pensaban que llevarlos a Elcano era una excusa para sacarlos de la calle. Pero poco a poco han ido entendiendo la situación. Ya están tomando conciencia de que esto va para largo. Están muy preocupados, preguntan que cuándo podrán salir. Se sienten no sólo confinados sino obligados a convivir, porque algunos viven en la calle porque huyen de la convivencia. Pero la mayoría están muy agradecidos por estar allí”.
“He tenido suerte. No he chocado con ninguno. Mi experiencia está siendo muy buena. Cuando salí de la Universidad, trabajé para el Ayuntamiento de Cádiz en el albergue de Capuchinos como conserje de tarde y de noche, con un colectivo muy reducido. He hecho voluntariado en la República Checa, y siempre me ha gustado ayudar a las personas, siempre ha sido una de mis vocaciones”.
“Ahora, gracias a que ya llevamos un tiempo, podemos trabajar con ellos personalmente. Hoy tuve la suerte de tener un par de horas libres y estuve jugando al ajedrez con dos de ellos y puede conocer un poco su historia. Es emocionante porque tienen historias que no te imaginas. Bueno, jugué con uno que es un maestro del ajedrez. Me bailó por donde quería”.
“Nuestra función es hablar con ellos, saber cómo han llegado ahí, por qué han llegado ahí, e intentar ayudarlos en todo lo posible. Y ahora mismo, hacerles la cuarentena lo más llevadera posible. Yo les digo que ahora son unos afortunados por estar en Elcano, con un montón de terreno y un mar espléndido delante”.
“Lo único que llevamos mal es el miedo que tiene todo el mundo a esta enfermedad contagiosa. Estamos con el colectivo más vulnerable, gente que vive en la calle, no sabemos el recorrido que han tenido. Nosotros vamos de allí a nuestras casas. Poco a poco hemos ido normalizando esa situación, con las medidas de seguridad, no teniendo contacto directo”.
“Mis compañeros y yo siempre salimos con la cabeza a cien. Son 21 personas con 21 peticiones cada poco tiempo. Tienen sus miedos, sus conflictos particulares... Por ejemplo, el tema del tabaco es difícil gestionarlo porque es su gran evasión, y ahora no tienen posibilidad de conseguirlo, salvo el que le damos nosotros, que no es mucho. Ahora, cualquier desajuste se carga la convivencia. Los técnicos somos los que tenemos que mantener el equilibrio”.
Jesús, voluntario Cruz Roja
Jesús Barón se ha apuntado como voluntario en la Cruz Roja.
“Estaba preparando la apertura de un pequeño bar restaurante en Cádiz. El coronavirus paralizó el proyecto. Vivo solo, en una casa de doce vecinos, algunos son personas mayores. Puse en el ascensor un cartel con mi teléfono y me ofrecí a ayudarlos en lo que necesitasen. Pasaron diez días y no me llamó nadie. Entonces, como tenía esa inquietud, la de ayudar a personas que lo necesitaran, me apunté como voluntario”.
“Me encuentro de todo. Señoras que están encamadas, personas que tienen que usar un andador, y otras no tan mayores que tienen problemas económicos. Esta mañana acudió al centro de recogida una persona que no tiene para comer, se dedica a la limpieza en bares y como han cerrado todos, no se puede ganar la vida”.
“Son tremendamente agradecidos. Porque no me pueden dar un abrazo... Les dejamos el pedido en la misma puerta. Alguno hasta nos quiere da una propina, que no cogemos, claro. Les pregunto qué tal están, si necesitan algo...”.
“Me siento muy a gusto. Estaba estos días perdiendo el tiempo y poder ayudar a estas personas es muy gratificante”.
“Mi padre tiene 93 años y patologías importantes; lo tenemos enclaustrado pero protegido; somos siete hermanos, algunos sanitarios. Esa es la suerte que tenemos nosotros. La parte opuesta de esta situación es lo que me estoy encontrando yo todos los días. Hay muchas personas como mi padre que no tienen esa suerte. Que están solas. Hay que echarles un cable”.
“Es muy emocionante ver el trabajo que desempeña la Cruz Roja. Me ha sorprendido muy gratamente”.
Xenia, voluntaria Cruz Roja
Psicóloga en paro a causa de la crisis del coronavirus, Xenia Casanova también se ha sumado como voluntaria en la Cruz Roja.
“Me dan un listado de personas que o bien hay que llevarles comida a su domicilio o que vienen a recogerla. A estas las llamo y les confirmo que ya la tienen. Me dicen a qué hora van a venir. También hay un listado de personas mayores a las que se les llama para preguntarles que cómo están, si necesitan que alguien vaya a buscarles medicamentos, a hacerles la compra...”.
“Hay muchas personas mayores ahora que se han ido a vivir con sus hijos o ellos con sus padres. Porque en el listado aparecen como que viven solas y llamas y te cuentan: que estos días del coronavirus se ha venido mi hijo...”.
“Me van a poner en el programa de atención telefónica a mujeres maltratadas. Su situación es muy dura ahora”.
“Está todo muy bien organizado, con muchos protocolos”.
“Las personas mayores a las que llamamos son muy agradecidas. Yo estoy muy bien, me dice una mujer, ¿y vosotros cómo estáis? ¿estáis trabajando mucho, verdad? En vez de preocuparse por ella, me pregunta a mí que cómo estamos nosotros. Cuando ella está ahí solita, sin poder moverse”.
“Hay cada dramón... Hoy he hablado con una mujer que lleva dos años sin trabajar, sin cobrar el paro, el hijo es drogadicto, y encima se ha caído, se ha roto un tobillo, no se puede mover, y claro, necesita comida y ayuda... Un señor mayor que necesitó una silla de ruedas, me decía que ya no le hacía falta, que por favor fuesen a recogerla por si alguien la necesitaba. Otra mujer que está atendiendo a su hermana con alzheimer me decía: necesito detergente pero si alguien lo necesita más que yo, me aguanto; si llega para mí, vale; que sabemos que hay gente que está peor que nosotras... Colaboran un montón. Es una experiencia muy bonita. Muy reconfortante”.
Oliva, ayuda a domicilio
Oliva Gilibert, auxiliar de ayuda a domicilio, trabaja en la comarca de La Janda.
“Lo más gratificante para nosotras son las caras de ellos cuando vamos a trabajar. Solemos, sin serlo, ser de las familias que atendemos. No somos de su familia pero somos parte de su día a día. Hacemos labores de compañía también. Cuando esto pase, volveremos a hacerlas. Nos sentamos con ellos, hablamos de sus cosas. Nos cuentan sus historias, sus batallitas. De cuando eran jóvenes, de cómo iban al baile, de lo que han tenido que trabajar para sacar adelante a su familia, de cuando eran pequeñitas y ayudaban a su madre a lavar la ropa..., otro te cuenta cómo iba a trabajar al campo siendo un crío”.
“Yo ahora estoy apartada porque soy asmática y decidieron que quienes tenían factor de alto riesgo no debían hacer el trabajo. A mí me está costando la propia vida. Hablo con alguna compañera, pregunto por ellos. Son días sin verlos y los echas de menos a ellos y al trabajo. Porque esto es muy vocacional. Y me ofrecí voluntaria para ir a trabajar pero me dicen que ahora no. Lo que no quita que mañana tenga que hacerlo, porque si van cayendo...”.
“Estamos muy mal las auxiliares de ayuda a domicilio. ¿Por qué nuestro sector va a la cola de todo? La sensación que tienen todas las trabajadoras es que los usuarios de la ley de dependencia y las trabajadoras no le importan a nadie. Sólo a los usuarios, que ven el día a día y nuestro trabajo con sus familiares”.
También te puede interesar