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Coronavirus Cádiz: ¿Qué se podría hacer con los niños en la playa?

El uso, aún no confirmado, de estos espacios abiertos en municipios costeros debe conjugar el bienestar de los menores con la responsabilidad de los adultos

Una portería semienterrada en la estos días desértica playa Victoria de la capital gaditana. / Lourdes De Vicente

Cádiz/La salida de los niños a la calle a partir de este domingo y la incertidumbre que se mantiene respecto a las playas como espacio abierto al que se pueda o no ir en los municipios costeros está dando paso a todo tipo de opiniones en las horas previas al desconfinamiento progresivo de los más pequeños, en realidad la apertura de la segunda fase de la crisis del coronavirus.

En principio, si los residentes de núcleos rurales tendrán la posibilidad de disfrutar del campo o el bosque para los paseos, la lógica, por analogía, apunta a la franja litoral de arena y agua de mar como un lugar propicio para idéntica finalidad. En el caso de localidades como Cádiz capital, además, se da la circunstancia de que por las características de la ciudad apenas hay otros espacios al aire libre que reúnan las condiciones necesarias para que se respete el distanciamiento social imprescindible en la lucha contra la pandemia.

Si no se establecen expresamente límites, la pìcaresca puede dar lugar a situaciones surrealistas

La playa, por tanto, se presenta a los ojos del normal de los mortales como un sitio perfectamente válido para que se suavice el obligado encierro de los niños, siempre respetando las normas generales impuestas desde el decreto del estado de alarma, el pasado 15 de marzo, y las específicas que regularán la salida de los mismos: menores de 14 años que no presenten síntomas compatibles con el Covid-19, una hora al día, de 9:00 a 21:00, a no más de un kilómetro de distancia del domicilio y junto a un mayor de edad que puede ir acompañado hasta por tres pequeños, siempre y cuando todos vivan bajo el mismo techo.

La polémica de la inminente salida de los niños está servida por varias razones. Primero porque el anuncio nació torcido cuando este martes el Gobierno rectificó su inicial intención de que en vez de a espacios abiertos se llevara a los niños a supermercados, farmacias y bancos o cajeros. Segundo, porque cuando el jueves el vicepresidente segundo, Pablo Iglesias, compareció para aclarar, al final no hizo sino generar más dudas. Y tercero, por la picaresca inherente a la propia condición humana.

A la espera de que en las próximas horas las autoridades precisen con todo detalle qué se puede hacer y qué no, a dónde se puede ir y a dónde no desde el domingo con los niños, todos tiran de una muy cuestionable sabiduría para responder a cualquier interrogante. Pero nadie lleva la razón al 100%. Como mucho, el sentido común, la concienciación, la solidaridad y, en suma, la capacidad de los adultos para actuar de forma responsable se traducirá en el bienestar de los más pequeños.

Al igual que sucede con las zonas comunes, para las que los administradores de fincas ya han solicitado a los rectores políticos concreción sobre las normas a fijar para no dejarlas en manos de los vecinos y de criterios subjetivos, convendría que expresamente se establecieran límites sobre la utilización de espacios públicos como la playa, que por motivos obvios dan lugar a una inmensa casuística.

De lo contrario, este mismo fin de semana podemos encontrarnos ya con situaciones surrealistas en la playa, con gente haciendo footing, pescando o incluso mariscando y que justifiquen su actividad en la presencia de algún menor a su cargo. Sin duda, no es lo mismo bajar a la playa con uno, dos o tres niños y participar en algún juego con ellos que sacar provecho de la situación para darse un bañito y tomar los primeros rayos de sol de la temporada.

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