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"Creo en Dios, pero él no ha venido a curar a mi hijo"

Javier fue bautizado el 19 de abril en Los Pastores. Los padres no entienden la oposición a "salvar la vida de mi hijo". Andrés se recupera a muy buen ritmo

Toda la familía sonríe en una imagen en la que Javier, el pequeño, es observado atentamente por su hermano Andrés en el salón de su casa, en Algeciras.
Francis Mena / Algeciras

17 de mayo 2009 - 05:01

Andrés Mariscal, la primera persona curada de la grave enfermedad congénita beta-Talasemia mayor gracias a las células madre del cordón umbilical de su hermano, recibe a este diario en el portal de su casa algecireña. Corretea con otros dos niños. "¿Qué van a hacernos preguntas?", cuestiona a su padre, también Andrés. Ellos ya están acostumbrados. Dentro, la madre, Soledad Puertas, sostiene en sus brazos a Javier Mariscal -nada de bebé medicamento-, un hito terapéutico muy simpático; no para de sonreír.

El pasado 19 de abril Javier, con seis meses, fue bautizado en la iglesia de Los Pastores. El padre Pedro no puso ningún impedimento según cuentan sus padres. "Que va, no hubo ningún problema, el cura es muy simpático, además estaba con una expectación... esperando que llegáramos nosotros", relata la madre. Hasta donde ella sabe el cura no ha tenido que pedir ningún tipo de permiso a sus superiores. Y es que la Iglesia se situó desde el primer momento frente a este avance científico y terapéutico al que calificó de "práctica horrenda, que es inaceptable". Argumenta que para obtener a un ser compatible con su hermano se han desechado otros también sanos. Al final la Iglesia ha abierto las puertas a Javier.

"Las personas que están en contra no las entiendo, por que hay que ponerse en su piel", expone. Soledad, que afirma que cree "en un Dios pero no en un cura", cierra de un portazo el tema con una frase demoledora: "¿ha venido Dios en estos seis años a curar a mi hijo?".

"Lo importante es que él está bien", dice el padre poniendo su mano sobre la ya más peluda cabeza de un Andrés concentrado en marcar goles en la Play Station.

Soledad y Andrés, los padres de los pequeños, explican como eran antes los días de su hijo y como son ahora. La anemia congénita que padecía desde que nació hace siete años sólo le otorgaba unos 35 años de vida. Ahora, una vez sano, no sólo ha ganado tiempo de sino calidad de la misma.

Desde que le realizaron el transplante en el hospital sevillano Virgen del Rocío el 23 de enero apenas han pasado un centenar de días y ya Andrés es otro. "Él está muy bien, la vida le ha cambiado radicalmente", dicen sus padres. "Aunque para hacer una vida normal, como cualquier niño, tendrá que esperar aún un año", advierte el padre. Los niveles en sangre tienen que normalizarse y tendrán que volverlo a vacunar como si fuese un bebé, su sangre efectivamente es la de un bebé.

Antes de su cura milagrosa iba cada tres semanas y desde los tres meses y medio al Punta Europa para las duras transfusiones vía gotero que, a veces, le reaccionaba mal y ya ese día tenía que quedarse ingresado. Además esas transfusiones eran algo que le ayudaba a vivir pero a la larga era dañino para sus órganos. Tenía que estar ocho horas con una válvula en la barriga durante toda la noche para ayudarle a expulsar el hierro. Ahora va cada quince días, para hacerse los controles. "Pero va muy bien, toma los tratamientos, que lleva antirechazo, y le hacen análisis", cuenta su madre.

Su enfermedad provocaba además en él problemas en su organismo para fabricar la hemoglobina, el componente de los glóbulos rojos encargados de transportar el oxígeno. "El ya juega y no se cansa como se cansaba antes. Yo misma me daba cuenta que le hacía falta las transfusiones por que se le cambiaba la cara -recuerda la madre-, ahora se tira toda la tarde para arriba y para abajo y ahí está". Ahí está, sin parar de meter goles al videojuego. "Otro, ocho van ya", dice eufórico Andrés.

La visible felicidad de esta familia se debe a algo con extraño nombre: Diagnóstico Genético Pleimplantatorio. Mediante la reproducción asistida se le implantó a la madre embriones seleccionados genéticamente en un laboratorio y que eran compatibles con los de Andrés. Se obtiene entonces a Javier, un hermano sano -que de otra manera era imposible al ser una enfermedad hereditaria- y cien por cien compatible. Que le da la vida. Ambos se han dado la vida el uno al otro.

Soledad asegura que "nunca hemos perdido la esperanza en los médicos, nunca". Reconoce que "se pasa mal, pero nunca hemos tirado la toalla" y eso recomienda a los padres que están ahora a mitad de camino. La televisión les dió la pista con las células madres. Durante dos años fue ese su clavo ardiendo.

"Javier cuando se entere de todo se sentirá orgulloso", dice la madre. "Yo, yo se lo voy a decir", responde Andrés. El centro médico de San José Artesano llevará el nombre de tan especial pareja.

Andrés quita a su hermano la grabadora y dice: "hola buenos días soy Andrés Mariscal, y Javier, un besito, a todos".

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