El Día de los Muertos: asumir la muerte celebrando la vida

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Frente al rechazo que llega a provocar el Hallowe´en anglosajón, la fiesta mexicana se está haciendo cada vez más popular

La Casa de Iberoamérica acoge un Altar de Muertos que puede visitarse hasta el 6 de noviembre

El centro del Altar de Muertos de la Casa de Iberoamérica, observado desde el arco del Árbol de la Vida.
El centro del Altar de Muertos de la Casa de Iberoamérica, observado desde el arco del Árbol de la Vida. / Jesús Marín

Cuando era niña, Gabriela comenzaba el Día de los Muertos desayunando atole caliente (una bebida de maíz), con Pan de Muerto (un bollito especiado) y sus calaveritas de azúcar o de chocolate. Y luego, como tantas veces antes y después de ella, se ponía con el Altar de los Antepasados: colocando las cosas que les hubieran gustado, alguna catrina, fotos antiguas. El 1 de noviembre estaba reservado a los más jóvenes y el día 2, la fiesta grande, a los antepasados. "Y todos los mexicanos de aquí, por supuesto, han seguido y seguimos montando los altares en las casas", señala Gabriela Alejo, una de las integrantes de la Asociación de Méxicanos en la provincia. La plataforma se constituyó para conmemorar las fiestas más importantes de México –El Grito, el 15 de septiembre, el Día de los Muertos– entre sus ciudadanos aquí. Pero "la idea tuvo tanta acogida que murió de éxito. Hubo que empezar a pedir permisos para hacer el pasacalles y demás".

En 2014, comenzaron su colaboración con la Casa de Iberoamérica, donde desde entonces celebran la fiesta mexicana más conocida. Las celebraciones del 2012, comenta, fueron cruciales a la hora de poner a los mexicanos de la provincia en contacto y conformar una iniciativa que también organiza eventos para el Ayuntamiento de Algar y Diputación.

Así, la antigua Cárcel Real acoge, desde el pasado viernes y hasta el próximo día seis, un nuevo Altar de Muertos, que quiere recordar esta vez los 500 años de la caída del primer imperio azteca. La pandemia ha dejado a la iniciativa con aforos más pequeños y "muy poco tiempo para trabajar con las entidades que colaboran (Escuela Espacio de Paz, Instituto Columela...), porque desde luego que hacemos esto como una convocatoria abierta a toda la comunidad", señala Gabriela Alejo.

Su fuerza icónica, la riqueza de sus tradiciones –mantiene en gran medida rastros de cultos prehispánicos– y su potente sincretismo auparon el Día de los Muertos a convertirse en Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. "Los cultos aztecas se mezclaron con los cristianos –explica Gabriela–, pero toda la festividad mantiene su raíz, que es básicamente honrar a la madre tierra y a los cuatro elementos". En ella se celebra también, como en otras fiestas en la misma fecha en el hemisferio norte, el fin del cosecha, "aunque en el mundo prehispánico esto se daba en julio, y lo hicieron cambiar en el calendario para coincidir con la simbología de la espiga que renace".

La fiesta mezcla elementos aztecas y cristianos, pero mantiene de forma importante su raíz

Para los aztecas, el señor de los muertos era Mictlantecutli . Donde estuvo su templo de culto, la iglesia católica edificó una ídem. Nunca hubo mejor forma de asegurarse feligreses. "Se ponía una cruz, pero luego en el lugar se cubría con flores", explica Gabriela.

En el culto azteca, el ritual de limpiar los huesos de los antepasados recibe el nombre de tzompantli. Cada año, había permiso para realizar una exhumación y limpiar los huesos de los difuntos, que se decoraban durante el Día de los Muertos "y se les ponían flores, recuerdos, su bebida favorita... ", continúa la portavoz. Desde entonces, la familia se reúne para la celebración, y en la mesa se deja un sitio para el muerto, al que también se coloca un cubierto y se le sirve. Se cree que, en esas fechas, las almas bajan al mundo de los vivos, "a compartir con ellos y ver que aún los recuerdan. En algunos sitios, todavía se los viste y se les cambia la ropa". Al finalizar el día, todas las cosas se recogen y se guardan y los muertos vuelven a su lugar.

Todo en el desarrollo del tzompantli y de la ofrenda a los muertos tiene un significado. En la puesta en escena de la Casa de Iberoamérica hay un arco, que divide el mundo real del de los difuntos. Bajo él, custodiándolo, dos enormes cabezas de piedra. Parecen pumas o perros, pero son serpientes, "una maya y y otra azteca". Las serpientes bajaban el rayo de vida del cielo para fertilizar la semilla que descansa en la tierra. Sobre ellas, está el árbol de la vida, que nace de la semilla. "A través del arco, pasan las almas para regresar a nuestro mundo, siguiendo el camino de flores y velas hasta donde se encuentran los restos, recuerdos y cosas del finado", prosigue Gabriela. Las guirnaldas de colorido papel picado que cuelgan del techo sirven "para avisarnos de que ya vienen", cuando el viento las mueve. Las ristras de papel son el aire; las flores y semillas, la tierra; está el agua, “para calmar la sed de las almas, y la sal, como alimento". La luz de las velas llevan al difunto, ya en el territorio de Mictlantecutli, "el San Pedro prehispánico". En las visitas guiadas, se invita a los visitantes a dejar sus recuerdos si lo desean.

La emblemática Catrina era una caritutura de los "hidalgos" españoles que plasmó Diego Rivera

Otro papel importante en la simbología lo juegan las mariposas monarca, la especie que atraviesa en su migración todo el continente americano, y que llega a México durante el mes de octubre, su fecha de reproducción: su llegada se asocia con el renacimiento y la venida de las almas. "El año pasado, decidimos que simbolizarían a las víctimas de covid –apunta Gabriela Alejo–, y por eso están también aquí este año”.

El objetivo de la famosa calavera de azúcar es "endulzar" la muerte: "Te la comes y aceptas la muerte como parte de la vida. Al comerla, la vences, y cuando te toque morir, pides una muerte dulce".

Desde luego, la más emblemática de las imágenes del Día de los Muertos mexicano es la Catrina: "Es una figura bastante contemporánea, y su creador fue Diego Rivera, que pintó una catrina en el Paseo Dominicano. Representa a los que se vestían de ricos pero no tenían un dinero", desarrolla Gabriela Alejo. Un hidalgo a lo mesoamericano. Y tan española es la hidalguía, que las catrinas también lo eran: "De hecho, las llamábamos catrinas garbanceras porque eran los españoles los que comían garbanzos; allí se comen habichuelas".

La celebración del Día de los Muertos vive, año tras año, un incremento de su popularidad. Ha ello ha contribuido, y no poco, la película Coco, "que recoge muy bien la tradición", subraya Gabriela. Frente a la resistencia que quizá siempre encontrará el Hallowe´en anglosajón, el Día del os Muertos va penetrando como un cuchillo en mantequilla. En el mismo México, tan bajo la sombra del gigante del norte, Hallowe´en se celebra en discotecas y demás, pero las celebraciones del Día de los Muertos (desfiles incluidos) siguen gozando de muy buena salud, sobre todo, de puertas para adentro, ya que la fiesta tiene un lado de culto doméstico muy importante: "Yo creo que porque no es sólo folclor, sino que cuando las cosas son auténticas, te captan enseguida –reflexiona Gabriela–. Hallowe´en también tiene un sentido religioso, de fin de la cosecha. Pero lo que hacemos nosotros es un reencuentro con los seres que se han ido. Es una forma de hacer el duelo cada año".

Para Ray Bradbury, Ray Bradbury de todas las épocas y culturas, eran los mexicanos los que realmente le habían cogido la medida a la muerte, porque no hay nada mejor para asumirla que celebrar la vida: "Vuelve sobre la idea de que sigues vivo mientras te recuerdan –asiente Gabriela–. Durante un momento, todos los años, parece que quienes ya no están no se han ido del todo. Así puedes asumir mucho mejor las despedidas”.

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