"No somos la España profunda"

Puerto Serrano, con el mayor índice de detenciones y altercados de la Sierra, se rebela contra su sambenito de población pendenciera y sin ley

"No somos la España profunda"
Pedro Ingelmo Puerto Serrano

25 de enero 2015 - 05:01

La calle Guadalete de Puerto Serrano es larga, no tiene ningún comercio, ningún bar y acaba en ninguna parte. Bueno, acaba en una escombrera junto al río, que es lo que conocemos como ninguna parte. Las casas se encuentran sólo un escalón por encima de la chabola, lo que eran cuando hace treinta años las habitaban jornaleros, y las mujeres pasean arriba y abajo en batas. Los niños no tienen buen aspecto. Los hombres esperan la llegada de la clientela. Porque que aquí no haya comercios no quiere decir que aquí no se comercie.

A esta calle se vinieron a vivir hace unos años unas cuantas familias de las tres mil viviendas de Sevilla y se aclimataron al instante. Mirando desde la escombrera, observamos la rutina del supermercado de la droga de la Sierra. Cocaína, heroína y marihuana, producto autóctono de Puerto Serrano que se cultiva en algunas azoteas, se encuentran entre esas paredes. Los distribuidores no son muchos, pero sí lo son los vendedores. Encontrar la droga para la Guardia Civil es jugar a los trileros. Un vecino de Guadalete baja con una carretilla y, a nuestro lado, tira cascotes sobre un montón de cascotes. Un quad deja una estela ensordecedora a nuestra espalda y asusta a un grupo de cabras que inspeccionan dónde hay pasto entre la basura. Todo parece tranquilo, quad aparte. Son las dos de la tarde del miércoles. Cuatro horas después dos de estos vecinos se enzarzarán en plena calle a navajazos. El peor parado acabará en el hospital de Villamartín con unos cuantos cortes. Son cosas que pasan.

Francisco Galvín, el alcalde de IU que hace unas semanas se encerró en el Ayuntamiento para protestar ante la bancarrota municipal, pelea contra el estigma de Puerto Serrano, pueblo sin ley. "Esto no es una ciudad sin ley, no es el Oeste". Y, desde luego, no es una ciudad sin ley. Con poco más de 7.000 habitantes, cuenta con una plantilla de doce policías locales, el doble que en cualquier otro pueblo de la Sierra de sus dimensiones e incluso de dimensiones mayores, que patrullan las 24 horas del día. El jefe de la policía local, tras la agresión que le costó el ojo a un compañero, reclama más policías porque el trabajo en Puerto Serrano no es el mismo que en otro pueblo. También hay un cuartel de la Guardia Civil, donde se encuentran los calabozos. Por ellos desfilan unos 90 detenidos al año, cuando la media de los pueblos de alrededor no llega a los cuarenta.

Como contraste, si uno pasea por el pueblo que no es la calle Guadalete observa puertas abiertas, una bombona en la calle, las puertas de los coches sin los seguros. No es esa la delincuencia de Puerto Serrano.

"Los vecinos confiamos los unos en los otros. Hay un puñado de individuos que se meten en líos, pero aquí parece que hacen más ruido que en otros sitios", explica una mujer que barre la acera. Hay un bando en el Ayuntamiento que pide a los vecinos que ayuden a limpiar las calles porque el Ayuntamiento no tiene dinero para pagar la limpieza. Los vecinos cumplen, el pueblo está limpio.

Incluso ahora que arranca la campaña de la fresa, que da jornales aunque ya no sea aquel oro rojo que rescató a Puerto Serrano de la miseria en los años 90 por la iniciativa de unos vecinos que habían trabajado en el cultivo en Huelva, el pueblo exhibe un aire tranquilo, con poca gente por las calles. Los problemas llegan con la noche.

"Lanzamiento de vaso en cabeza ajena". En cierto modo bromea el agente de la Guardia Civil, pero no tanto. "Hacemos pedagogía con algunos jóvenes del pueblo intentando explicar que las cosas se pueden discutir sin necesidad de pegarle un botellazo al otro. Ya menos, pero hasta no hace mucho parecía el deporte local". Los sucesos en la pasada Feria, con un altercado entre policías y jóvenes del pueblo que acabó con catorce detenidos, alimentó esa leyenda de Puerto Serrano como lugar pendenciero. Es cierto que hacía muchas ferias que no había incidentes, pero otros hechos se han acumulado hasta desembocar en el asalto a la comisaría por los hermanos Cachimba.

La respuesta del pueblo fue de unidad para condenar el hecho. Más de mil vecinos se reunieron frente al Ayuntamiento y se repartió un comunicado en el que un anónimo polichero, que es como se conocen entre sí los de Puerto Serrano, familiar de una víctima de un crimen acaecido hace veinte años en una venta de la localidad, redactaba que "no somos Puerto Hurraco, ni la España profunda. Somos gente trabajadora, honrada, cívica y normal. Lloramos, reímos, hacemos deporte, estudiamos (...) quien sea lo suficientemente racional comprenderá que este pueblo es normal, con gente honrada y orgullosa de lo que hace y que el hecho de que haya unas personas incívicas e irrespetuosas, no da lugar a generalizar ni justifica el ser y actuar de este pueblo". El 'actuar' de este pueblo es solidario. Lo demuestra la ayuda entre los vecinos cuando han venido muy mal dadas. O cuando regresó el asesino de la venta tras cumplir la condena y todos le hicieron el vacío. En ningún bar le servían ni una fanta, nadie le dirigía la palabra. Acabó marchándose. Esas cosas no se perdonan.

"No podemos pagar todos por el delito de unos cuantos. En este pueblo se pueden contar con los dedos de una mano los cafres", dice una mujer de 53 años, cansada, como todos los vecinos, del sambenito. Pero lo cierto es que Puerto Serrano tiene un problema. Y su problema es ése, el sambenito. "Si se produce un suceso en Puerto Serrano y otro parecido en otro pueblo, el nuestro irá a cuatro columnas y el del otro pueblo a una", se lamenta Galvín, que sólo puede explicar lo sucedido la pasada semana por "una chaladura". Pone el ejemplo de los maestros destinados al pueblo. "Vienen temerosos por la fama del lugar y luego se quedan sorprendidos de lo tranquilo que es, que los niños son nobles, no más conflictivos que en otras partes, que la gente de aquí es alegre y hospitalaria".

"Para venir a Puerto Serrano hay que querer venir, no es un lugar de paso. Esto produce, históricamente, una endogamia inevitable. Quiero decir primos que se casan con primos, se repiten constantemente los mismos apellidos. Si a esto añadimos que estamos en uno de los pueblos con la renta más baja de Europa, que la crisis ha traído más dificultades y más tiempo en el que no hacer nada, nos vamos a encontrar un cuadro de depresiones y de trastornos psicológicos algo superior a lo que debería ser la media", comenta una de esas pocas personas de fuera que trabaja en el pueblo y que es psicólogo, aunque prefiere que no aparezca su nombre.

No le falta la razón en una tradición de pobreza que venía reflejada en un estudio de hace unos años que situaba a Puerto Serrano como el pueblo más pobre de la comarca más pobre de la provincia más pobre de Europa. El enclave geográfico no ayuda mucho. Puerto Serrano perteneció al municpio de Morón, en Sevilla, hasta su independencia hace 400 años. Ahora se cumplen y también se prepara un enfrentamiento entre moros y visigodos dentro de unos meses para atraer turismo y recrear otra batalla del Guadalete, allí, una vez que se limpien los cascotes. Pertenece a la provincia de Cádiz de una manera artificial, ya que su término se adentra en la provincia de Sevilla. Hasta hace no demasiado mantenía el prefijo telefónico de Sevilla. Mamó todo el movimiento de obreros del campo protagonizado por el SOC y que se centraba en poblaciones sevillanas cercanas como El Coronil o Marinaleda. Para detener aquello Madrid inventó el PER y en el pueblo lo que quedó fue una conciencia de izquierdas y arrinconamiento.

Pertenecer a Cádiz resulta en Puerto Serrano algo relativo, en la frontera, gente trabajadora que no es ni de uno ni de otro lado, sino de donde haya un jornal o un esqueleto de andamios. Enfrente del Ayuntamiento se levanta el monumento a los policheros. Hacer el poliche, carbón, era la tarea más dura y peor pagada de las que se podían hacer en el campo. Ahí estaban los de Puerto Serrano para hacerlo. El alcalde, que dirige un Ayuntamiento muy social, que cada mes entrega medio centenar de ayudas para familias necesitadas, se siente orgulloso de su pasado y quiere ofrecer la apariencia de normalidad que el pueblo sabe que no es. Costará mucho olvidar la chaladura de los Cachimba. Y esta vez el detonante, el joven enloquecido que se creía el amo del pueblo, no tardará tanto en volver como el asesino de la venta. Cuando regrese, le espera el vacío de un pueblo harto de ser conocido como la ciudad sin ley.

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