Galería del crimen | Capítulo 22
Por el honor de nuestra vecina
A menudo se reúnen en el Museo y puede que no haya sitio más adecuado para ellos porque son parte de la mejor historia de La Isla. Manolo, Sebastián, Tomás y Francisco conocieron en la extinta Fábrica de San Carlos la grandeza industrial de San Fernando, punta de lanza y orgullo de un sector que daba miles de puestos de trabajo y que hacía que San Fernando no fuera una ciudad cualquiera. También presenciaron su ocaso y su lenta agonía. Su dramático cierre. La tragedia, como se refieren a esos últimos años en los que la popular Constructora fue expirando poco a poco hasta morir del todo. "Aquello fue el principio del final", afirman. Porque lo que pasó en Fábrica de San Carlos no fue un hecho aislado. Tan solo fue -advierten-el primer episodio de un drama sin desenlance que todavía hoy sigue abierto en La Isla.
Han pasado ya 16 años del cierre. Y, de hecho, el solar en el que se levantaba aquella factoría en el antiguo olivar de Rebolledo acaba de ser recalificado para cambiar su uso en una operación urbanística promovida por el Ayuntamiento. Los terrenos ya no son industriales sino residenciales. Allí, donde se ubicaban talleres y maquinaria, está prevista la construcción de medio millar de viviendas. Fue el acuerdo al que en su día se llegó para conseguir al menos que los trabajadores que se habían quedado en la calle pudieran acceder a unas indemnizaciones.
El tiempo, sin embargo, no les ha hecho olvidar. Al contrario, quieren que se recuerde, que la Fábrica de San Carlos no se borre de la memoria como se ha desvanecido del mapa, que las nuevas generaciones tengan presente qué significó la Constructora y qué fueron aquellos años para la ciudad.
Empeñados en hacer memoria, comentando recuerdos y vivencias, anécdotas e historias, este grupo de antiguos operarios decidió dar forma a un libro que resumiera los 90 años de historia de la factoría: desde 1909 hasta 1999. "Es que tiene que quedar algo de San Carlos. Es importante que permanezca, que se sepa, que La Isla no se olvide", advierten.
No son historiadores ni escritores. Y hace años que colgaron el mono de trabajo y guardaron las herramientas. Pero son -seguro- las personas más legitimadas para contar la historia de esta factoría que llegó a ser mítica en la ciudad. "Lo decimos en el prólogo. Puede que alguno diga que lo que viene en el libro no fue así o que no es verdad pero es, en todo caso, nuestra verdad", apuntan. La verdad de los operarios que entraron en los talleres siendo tan solo unos niños y que trabajaron durante más de cuarenta años. Los que, sin duda, mejor conocieron San Carlos.
Pero no hay rencores ni resentimientos por la tragedia final. Lo pasado -reconocen-, pasado está. Y el tiempo transcurrido ha dado perspectiva para mirar a aquellos dramáticos años con serenidad, aunque su testimonio no puede ocultar su decepción y desencanto. "No olvidamos, aunque los trabajadores, los que estuvimos allí, tenemos muy claro lo que ocurrió. La tragedia vino orquestada desde arriba. Pero no es la intención del libro señalar culpables ni centrarse solo en los últimos años", advierten. Se trata de contar la historia de San Carlos en una obra colectiva "hecha de mutuo acuerdo".
El libro, titulado Fábrica de San Carlos. Esplendor y tragedia, está ahora en imprenta. Se presentará en cuanto esté listo para salir a la calle. Los detalles prefieren guardárselos, porque -por lo que dejan entrever- la obra se reserva alguna que otra sorpresa y algún dato inédito. En la publicación se habla de todo. De su origen en el Arsenal de La Carraca, de los años de la República, la Guerra Civil, de la jornada laboral, de los sueldos, de una cuidada formación que fue santo y seña de la fábrica... En total, 294 páginas y 94 fotografías que marcaron un hito en su historia . El libro -señalan- no se ha editado para ganar dinero. De hecho, se pondrá a la venta a precio de costo, para pagar los costes de impresión. No hay otro interés salvo hacer memoria. "Resumir 90 años de historia en casi 300 páginas es complicado. Esto da para mucho más. Nuestra intención es también esa, apuntar cosas, ciertas líneas para el que quiera explorarlas".
"La Fábrica de San Carlos significó muchísimo para La Isla. Y le dio muchísima vida", apunta Manuel Roldán Jiménez. Es el mayor de todos. Tiene 84 años y entró en la Constructora con tan solo doce, en 1944. "A las seis de la mañana, La Isla era una feria. En serio. Había tantísima gente yendo a trabajar. Y mucha gente comía gracias a eso: güichis, panaderías...". Hasta 2.500 personas llegaron a trabajar en los mejores años de la Constructora. En Bazán -apuntan- la cifra se duplicaba. Así que el espectáculo que cada mañana se veía en la calle, con miles de operarios acudiendo a su puesto, era algo digno de ver. Y La Isla era un hervidero, bullía de actividad. "Todos comían", insiste Manuel.
El libro, además de sintetizar nueve décadas de historia, lanza también un mensaje bien claro a los lectores: "Que lo mejor que la Fábrica de San Carlos ha tenido siempre ha sido su gente, su capital humano", advierte Paco Sánchez Reyes, otro de los artífices de esta obra colectiva. Se refiere a un rasgo distintivo de los operarios de la Constructora, algo que los hizo conocidos y respetados en todas partes: su profesionalidad y alta cualificación. "Un trabajador de San Carlos era una persona normal, pero muy seria y muy, muy responsable. Era algo que se le inculcaba desde chico", apunta Tomás Otero, otro de los operarios que ha participado en la aventura del libro.
Eran operarios dotados de una sólida formación, disciplinados a base de años de aprendizaje y de una cultura de amor por el trabajo bien hecho, perfeccionistas hasta extremos inimaginables -tenía que ser así dado el trabajo que hacían a mano ajustadores, torneros...- pacientes, capaces de llevarse días enteros con una sola pieza. "Un trabajador de San Carlos era el número uno siempre", comenta Sebastián Gómez. "En la escuela de aprendices llegó a haber en su día 300 personas. Y era la mejor de España", apunta por su parte Manuel Roldán. Él, que llegó en los años 40, accedió de la calle. Aunque el sistema se fue perfeccionando posteriormente. Primero, en LosHermanitos (La Salle) y luego en la escuela de Puerto Real, donde ya empezaban a aprender el oficio que luego continuarían como aprendices. Los maestros -recuerdan- eran pieza esencial de ese proceso de formación heredero del sistema gremial. "Llevaban años trabajando y eran los encargados de enseñarte", explica. "Pero también como aprendices se trabajaba en el taller". El resultado, tras varios años de formación, era un operario perfecto. "Se decía que con tres trabajadores de San Carlos se montaba una factoría", bromea Tomás al recordar los viejos tiempos. Hoy se duda incluso que en aquellos años se trabajara "a la milésima y a mano". "Hay gente que no se lo cree", dice. "Si allí (en La Isla) solo había hortelanos y salineros, me dicen".
Familias enteras trabajaron en la fábrica. "Pero no se regalaba nada", advierten. Había que examinarse, pasar por la escuela de aprendices, superar los ejercicios. "Entraban niños y se hacían directamente hombres", admiten. Pero la factoría fue su vida. La quisieron siempre. Y la tragedia final les dolió como a nadie. "Hay una historia de amor en este libro", reconocen. La prueba más evidente es que hoy, 16 años después de que echara el cierre, ese sentimiento de pertenencia hacia la Fábrica de San Carlos sigue igual de vivo.
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