Y Lele encontró la muerte cuando sólo buscaba la paz
Galería del Crimen | Capítulo 6
Esta británica de 74 años que llegó a Cádiz en 2004 junto a su marido fue estrangulada por el hombre que cuidaba de su finca por una disputa económica
"Yo no quería hacerle daño, me llevaba bien con ella, fue un impulso. Estoy muy arrepentido”, dijo Javi ante el juez.
Capítulo 5: María, la portuguesa
Lesley Pearson y su marido se enamoraron de la Sierra de Cádiz a primera vista. Fue uno de esos flechazos que atraviesa el corazón de guiris que comprenden, pasado el medio siglo de vida, que son más gaditanos que las tortillitas de camarones. Los Pearson sintieron la llamada de lo salvaje en el interior de la provincia y frente a uno de sus enclaves más espectaculares: el Tajo del Águila. El silencio y la paz les conquistaron. Querían eso cada día. Así que levantaron el vuelo desde las islas británicas y en 2004 compraron una propiedad en el término municipal de Algar a la que bautizaron como Casa Lele. Desde ese momento Leslie pasó a ser Lele para todos. La mujer menuda y dinámica se mimetizó con el paisaje y con el paisanaje. Daba clases de pilates, yoga y masajes en el Hogar del Pensionista del pueblo y vivía en paz con el entorno y con quienes la rodeaban. Era un alma pura que predicaba el mandamiento supremo de los dioses: vive y deja vivir.
Pero en esa búsqueda de claridad Lele se topó con la oscuridad. Porque es precisamente cerca de las sombras donde más brillan las personas luminosas. Y Lele lo era. Sacó fuerzas de flaquezas para sobreponerse a la pérdida del señor Pearson, mayor que ella y que falleció en 2015. Lo intentó pero desde entonces vivir en ese enclave soñado sin él se le hacía demasiado duro. Por ello decidió comprarse un apartamento en Gibraltar, desde donde volaba varias veces al año a su país para ver a su hermano, y además pasaba largas temporadas en Estepona, donde residía una buena amiga inglesa que, como ella, había enviudado.
Lele quería desprenderse de la finca de 500 metros cuadrados, pero no llegaba una buena oferta. No soportaba vivir allí sola pero tampoco ver sus plantas y su hermosa casa deteriorándose por su ausencia. Así que contrató a Francisco Javier Becerra, Javi para todos en el pueblo, un chicarrón de 45 años, para que hiciera de jardinero y guardés durante sus ausencias.
Y ahí empezaron a crecer las sombras. Javi no había tenido una vida fácil. Su madre abandonó a la familia cuando él y sus hermanos tenían pocos años y desde entonces se criaron con su padre, hasta que este perdió la vida en un desgraciado accidente de moto ocurrido en el término municipal de San José del Valle. Curiosamente esta localidad cercana a Algar sí que vivió en la década de los 70 un suceso terrible, el conocido como Crimen del Granjero, cuando un hombre mató a su mujer y a sus tres hijas. En Algar, sin embargo, nunca se había escrito una página de la crónica negra de la provincia. Hasta que Javi mató a Lele.
Lele dejó de dar señales de vida tras volver de uno de sus viajes a Estepona. Era julio de 2019 y tenía cita en la peluquería de una amiga que la arreglaba para mantener ese punto coqueto. Esta informalidad la extrañó. Eso, y el hecho de que no devolviera el coche de alquiler que apareció en su garaje varios días después a la fecha fijada para su entrega, el día 11, el mismo en que Lele murió, puso en alerta a los agentes de la Guardia Civil.
Las sospechas recayeron rápidamente en su empleado. Más aún cuando se le citó a declarar y los agentes comprobaron que presentaba unos profundos arañazos en un costado. ¿Y esas heridas Javi? “Me las ha hecho un perro grande. Me atacó y he tenido que sacrificarlo”. ¿Y dónde está el perro? “Lo he enterrado en el campo”, contestó Javi.
Pero Javi, un hombretón callado y servicial que, además de para Lele, realizaba puntuales trabajos para el Ayuntamiento ayudando a limpiar las calles y que no había dado nunca problemas en el pueblo, no había enterrado un mastín sino el menudo cuerpo de Lele.
Porque, aunque les costó, los guardias dieron con el cadáver en la propia finca, a apenas 12 metros de la casa. “Yo no quería hacerle daño, me llevaba bien con ella, fue un impulso. Estoy muy arrepentido”, dijo Javi ante el juez.
Y eso que al principio se mostró reacio a reconocer los hechos y a llevar a los agentes hasta el lugar en el que Lele, la mujer menuda que buscaba la paz en Algar, estaba enterrada en cal viva.
El problema entre ambos fue económico. Javi cuidaba de un tío enfermo de Alzheimer y necesitaba dinero. Parece que Lele le debía una pequeña suma y le dio permiso para ganarse unos euros vendiendo algunos muebles de la finca. Pero Javi se excedió y esto no gustó a Lele. Tampoco es que la deuda fuera excesiva. De hecho, Javi sólo trabajaba un par de horas al día, de nueve a once de la mañana, por lo que cobraba unos diez euros por jornal. Cuando Lele llegó de Estepona y vio que faltaba buena parte del mobiliario de su hacienda tuvo una gran discusión con Javi y este se cegó.
Según relató posteriormente, “yo llegué desde la casa al garaje y ella ya estaba aquí. Empezamos a discutir, tuvimos una pelea fuerte y en un impulso la cogí por el cuello, la derribé y ya está. Todo pasó aquí mismo. Muy rápido”, dijo señalando el lugar en el suelo en que dejó el cadáver de Lele.
Posteriormente, el hombre fornido cargó el cuerpo de la mujer menuda y lo subió hasta la primera planta de la vivienda, dejándolo tumbado en la cama del dormitorio principal. Tras esto, abandonó el lugar a toda prisa consciente de lo que había hecho, no sin antes coger el dinero que la víctima guardaba en su cartera y cuya cuantía ascendía a 335 libras esterlinas (371,85 euros al cambio).
A la mañana siguiente volvió a la casa, como hacia de manera regular, y tras subir al lugar donde se encontraba el cuerpo lo envolvió en sábanas, le introdujo un pañuelo en la boca, lo cubrió con una colcha y lo ató para ocultarlo de la vista de cualquiera. Luego lo bajó hasta la zona trasera de la finca. Allí lo depositó en una carretilla de manos en la que lo desplazó hasta el lugar en que la Guardia Civil acabaría encontrándolo.
Javi comentó que desde el primer momento pensó en entregarse, pero que quería dejar todo arreglado para que a su tío, el hombre que más pendiente estuvo de él y de sus hermanos después de que su madre se marchara del pueblo y su padre falleciera, no le faltara de nada.
El crimen de Algar llegó hasta la prensa inglesa y rotativos como The Sun o Daily Mirror localizaron al hermano de Lele y le entrevistaron.
Casi dos años después, en mayo de 2021, el jurado encargado de juzgar a Javi Becerra por el crimen de Lele emitió un veredicto de culpabilidad.
Una vez que el acusado confesó el crimen, la fiscal del caso y la defensa llegaron a un pacto para pedir para el procesado la pena mínima de la mitad superior por el delito de homicidio: 12 años, seis meses y un día de prisión.
Aquel 11 de julio Lele dejó de brillar y Algar perdió parte de esa luz que refulge en sus casas encaladas. Las mismas casas entre las que creció su asesino.
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