Un Madrugador sonámbulo
Formación en Turismo
Los 17 millones invertidos en el complejo de El Puerto duermen el frustrado sueño de un campus de excelencia turístico. La Fundación del Cádiz CF empieza a dar uso al edificio que se iba a dedicar a residencia
El 28 de marzo de 2019 la entonces presidenta de Diputación, la socialista Irene García, estrenaba el auditorio con capacidad para 250 personas del futuro campus de excelencia turística de El Madrugador, situado en un complejo entre pinares de titularidad pública a los pies de la sierra de San Cristóbal. Con la pompa propia de las grandes jornadas, con la pompa de quien después de trece años ve el resultado de 17,5 millones de euros gastados de fondos europeos principalmente, García solemnizó el acontecimiento con esta frase: “El objetivo general de este Campus de Excelencia Profesional es la formación especializada en investigación, desarrollo e innovación para los sectores turístico y hostelero de la provincia de Cádiz, mediante una oferta formativa de calidad que lo convierta en un centro referente de todo el país”.
Ese día se habló de todo lo que iba a acoger este nuevo complejo en sus más de 9.000 metros cuadrados: desarrollo de seminarios de formación culinaria impartidos por chefs de relevancia; un proyecto deportivo centrado en la investigación y desarrollo de la nutrición de deportistas de alto rendimiento; instalación de estudios de Administración y Dirección de Empresas de Turismo, por parte de una universidad privada; el desarrollo de cursos especializados de Escuelas de Hostelería nacionales e internacionales.
Aquel auditorio no se ha utilizado muchas más veces en estos cinco años y ni una sola de esas iniciativas se ha hecho realidad. Eso sí, luce como en su inauguración, incluso sigue oliendo a nuevo. En el ‘gallinero’ del auditorio observo que hay butacas a las que no han retirado los plásticos que las protegían cuando las instalaron.
Origen del complejo: el psiquiátrico
Uno de los primeros acuerdos adoptados por el Parlamento andaluz al poco de constituirse, en los primeros años 80, fue la aprobación de la reforma psiquiátrica. Siguiendo su mandato, los ocho manicomios dependientes de las correspondientes diputaciones tendrían que cerrar las puertas. Los enfermos mentales necesitaban otro cuidado que no fuera algo parecido a un presidio. En aquellos ‘loqueros’ se mezclaban todo tipo de patologías y taras. Los alcohólicos convivían con los oligofrénicos, los oligofrénicos con los esquizofrénicos… Hubo mucho debate. ¿Qué harían ahora los familiares con ellos?
En Cádiz este psiquiátrico se encontraba en un rincón idílico rodeado de pinos. Por eso nadie lo conocía como El Madrugador, sino como Los Pinitos. En ese lugar situado en la frontera entre Jerez y El Puerto no era extraño ver de vez en cuando a algún usuario del hospital, todos entrañables, caminando en pijama por el borde la carretera de El Portal. Durante diez años más el psiquiátrico se mantuvo abierto sin que Diputación supiera muy bien qué hacer hasta que a principios de los 90 Los Pinitos se hizo historia.
Al complejo se le dieron diferentes usos. Hubo una residencia de ancianos y después se le ofreció una cesión a la Fundación Construyendo Futuro para que llevara a cabo un programa de reinserción de presos y de rehabilitación de ex toxicómanos.
En 2006 fue cuando surgió la idea de utilizar uno de los amplios espacios de la finca para instalar allí un centro de excelencia profesional que mirara a la principal industria de la provincia, el turismo. Se incluyó dentro de un programa llamado Marco Estratégico Provincial de Desarrollo Económico de 2012-2015 para Cádiz que se empaquetó y se envió a Europa. Y Europa dijo que sí. Los fondos Feder daban luz verde al proyecto.
En un vídeo se describía un complejo de tres edificios conectados entre sí (en realidad, es uno solo) identificados con colores. El edificio naranja sería la residencia de los futuros estudiantes del campus y contaría con 39 habitaciones y 60 plazas; el azul sería el dedicado a oficinas del centro; el verde acogería un completo aulario para las más distintas materias. Y como la base del turismo es la hostelería, los sótanos se equiparían con modernas cocinas industriales.
Con los edificios de colores entregados, la pandemia paralizó cualquier actuación y no fue hasta octubre de 2022 cuando volvió a abrirse el auditorio para reinaugurar el campus, no cualquier campus, sino el Campus de Hostelería de España. En esta ocasión fue la diputada socialista Ana Carrera la que se encargó del discurso para decir que “es una satisfacción que el campus de Hostelería de España se instale en Cádiz y que la provincia se convierta en referencia nacional para la formación de calidad y la innovación en el sector turístico y hostelero. Cádiz cuenta con las materias primas necesarias para destacar en sectores tan competitivos y estamos convencidos de que la excelencia debe ser el matiz entre lo bueno y lo mejor”.
Pero, de nuevo, nada pasó. En su edificio azul se instalaron algunas oficinas de organismos que nada tenían que ver con los carteles que se anunciaban en la puerta principal del complejo y en Diputación, como en el edificio, también cambiaron de color. Ahora gobernaba el PP y el nuevo hombre fuerte de la institución, al frente de los principales patronatos e institutos inversores, Turismo y Empleo, sería el alcalde de El Puerto, Germán Beardo. El también tenía su propio plan para El Madrugador. En noviembre de 2023 declaró a La Voz del Sur: “Creemos que la provincia de Cádiz necesita un hotel escuela que, evidentemente, sirva de formación, pero formación ya con práctica real, alojando a perfiles colegiales, universitarios, deportivos... Son unas instalaciones extraordinarias que no pueden quedarse solo como escuela”.
Y se armó la marimorena porque en ese plan Beardo incluía el traslado de Cádiz a El Puerto de la Escuela de Hostelería Fernando Quiñones, actualmente de alquiler en un edificio de la Zona Franca. La oposición del Ayuntamiento de Cádiz clamó: aquello era una afrenta, una más, a la capital. Pero la marimorena iba a ser poca en comparación a la que se montó el pasado febrero, cuando se conoció que el propio Beardo había cedido a la Fundación del Cádiz Club de Fútbol el uso de uno de los edificios, el naranja, para la academia de la cantera. Allí se instalarían unos treinta chavales de la provincia que estudian y entrenan en las instalaciones del equipo gaditano y, más adelante, se haría hueco a los usuarios de su proyecto de internacionalización, una suerte de turismo deportivo, salud y nutrición que pretende crear una fuente de ingresos paralela a la propia actividad futbolística. También tiene aquí proyectado arrancar sus proyecto formativo de inteligencia artificial en estos campos.
Izquierda Unida no salía de su asombro y se preguntaba que cómo era posible que se le “regalaran” unas instalaciones pagadas con dinero público a una empresa privada y qué narices pasaba ahora con el famoso campus de excelencia. También el PSOE, más comedido, mostró sus dudas y aunque apoyaba el proyecto del Cádiz consideraba que El Madrugador no era el lugar más adecuado para su desarrollo. Beardo explicó que no se estaba regalando nada, sino que simplemente se estaba cediendo y que la presencia del Cádiz en el edificio naranja no era óbice para que el proyecto de excelencia turística se desarrollara en los edificios azul y verde. Pero es que en el naranja era donde estaban las habitaciones de la residencia, con lo que lo que quedaba para el campus era el azul, con sus oficinas y sus cocinas, y el verde con sus aulas.
El Madrugador, hoy
Pero qué es realmente el Madrugador hoy. Me planto allí y lo primero que llama la atención es el gran número de coches aparcados en los alrededores. Ocupan el aparcamiento entero y una zona del pinar. Ante tanto coche me supongo que me encontraré un gran bullicio en el vestíbulo, situado en el edificio azul (uno lo sabe por el color de las paredes, ya que por fuera es un concepto de cubo color crema arquitectónicamente bastante feo y homogéneo). Qué va, el silencio es absoluto. No hay nadie en la recepción y, de hecho, a simple vista, no hay nadie en ninguna parte. Me adentro por los pasillos.
En las aulas del edificio verde hay un grupo de personas concentrada en las pantallas de sus ordenadores. Me cuentan que forman parte de un programa de formación del SEPE. Nada que ver con el campus de excelencia. En los pisos de arriba del edificio azul también hay gente. Allí se ha instalado, por ejemplo, Tugasa y algunos otros organismos, pero no tienen nada que ver con los planes previstos para el complejo. También me cruzo con asesores del famoso Campus de Hostelería de España, que están viendo cómo se puede poner en marcha todo esto, si es que se puede.
Me cruzo con un grupo de jóvenes que cargan con la comida en un grandísimo tupper que contiene macarrones en tomate. Son los internos de la Academia del Cádiz. Se dirigen al office. Lo digo porque no es un comedor propiamente; es un office. Hay un self service con bandejas, pero no hay nadie detrás que ponga nada en las bandejas. La comida tienen que traerla de fuera porque las cocinas no se encuentran en uso. Junto al office hay una reluciente barra de aluminio perfectamente equipada donde se alerta con carteles que está prohibido utilizar los electrodomésticos. También hay una cafetera de cafetería bien grande y bien nueva. Tiene otro cartel: prohibido utilizar la cafetera. En este salón hay decenas de sillas vacías. Por tanto, es como una cafetería durante un ensayo de alarma nuclear.
Continúo mi camino guiándome por los carteles. En uno de ellos se anuncia un gimnasio, pero el gimnasio no es un gimnasio. Es una sala alargada con columnas, poco apta para gimnasio, que no tiene máquinas gimnásticas, sino sillas y una mesa. Diputación utiliza el ‘gimnasio’ para exámenes de oposiciones.
Si desciendes las escaleras del edificio azul te encontrarás las cocinas y la lavandería. No falta un detalle. Hay fogones industriales, una docena de robots de cocina y varias salas frigoríficas. Todo sin utilizar. Los robots incluso tienen el plástico de embalado cubriéndolos. En algunos de los frigoríficos se ve el moho en las juntas de goma de las puertas. También el Madrugador está dotado para clases de repostería. El sueño de cualquier goloso. Nadie ha utilizado en años estos sofisticados aparatos. La lavandería está equipada con dos grandes lavadoras, una secadora y una planchadora industrial. En las puertas de las lavadoras están aún las etiquetas del fabricante. Hay miles y miles de euros enterrados aquí.
Un aledaño almacén es todavía más impactante. Más de un centenar de focos completamente nuevos están amontonados sin ton ni son, otros artefactos que no sé lo que son los acompañan, al lado de decenas de marcos de ventanas, porque nadie los ha sacado de sus embalajes. Pero la mayor parte del espacio, a saber por qué, lo ocupan cientos y cientos de cajas con libros infantiles usados y otras tantas cajas con raquetas y palas de playa de otro siglo. ¿Por qué lo de las raquetas?
Saliendo de este laberinto fantasmal paso del edificio azul al naranja, el residencial, donde se encuentran ya instalados los chavales de la academia del Cádiz. Unos operarios de mantenimiento del Cádiz están arreglando la mampara de una ducha, por la que se filtra el agua y empapa toda la habitación. La habitación, que tiene la puerta combada y no cierra bien, es austera. Tiene una cama, que han comprado los de la Fundación del Cádiz, igual que la mesa de Ikea para el estudio. La ventana tiene vistas a algo que podría ser un minigolf, o eso se pretendía, y que ahora está cubierto de maleza. Al fondo, una desangelada pista de futbito con las vallas herrumbrosas indica que hace mucho que nadie ha echado allí un partido de futbito.
Ha resultado que el ‘regalo’ de la Diputación de Cádiz a la Fundación tiene sus trampas. Cuando la Fundación entró allí hace dos meses las condiciones de habitabilidad eran precarias. Todas las habitaciones eran eso, habitaciones, sin nada, sin un mueble. Un montón de cajas de Ikea atestiguan que ahora se están dedicando a montar mesas y armarios. También me entero de que lo de las mamparas de las duchas era un problema menor en comparación con el agua helada que salía de ellas. Las calderas, por el desuso, no estaban en condiciones de calentar nada. Del mismo modo, las tuberías tuvieron que ser limpiadas cuando se hizo la correspondiente revisión por riesgo de salmonella. Los cortes de luz son continuos por un problema estructural de la instalación, lo que ya fue comunicado cuando se entregó la obra. La coqueta piscina cubierta que formaba parte del complejo se ha convertido con los años en una escombrera, por lo que habrá que limpiarla y rehabilitarla para su uso.
La Fundación del Cádiz ha llegado al acuerdo de correr con todos los gastos para acondicionar el edificio naranja y quiere llegar a nuevos acuerdos con Diputación para el uso de los otros edificios y poder compaginar ambos proyectos, el suyo y el original de Diputación.
Son ya 18 años desde que se presentó la idea de crear un campus de excelencia turística en El Madrugador y son casi 18 millones de euros los que se han invertido aquí, pero casi se podría hacer esa broma viral de cuando lo pides a Ali Expres y cuando te llega.
Vicaíno: “Eran unas instalaciones que estaban abandonadas”
El presidente del Cádiz, Manuel Vizcaíno, en una entrevista concedida al Café del Correo, de 7TV, habló el pasado miércoles de la cesión de El Madrugador. Vizcaíno afirmó que “estamos en negociaciones con el Ayuntamiento de El Puerto para gestionar El Madrugador y sigue el proceso de todo lo que queremos hacer alrededor de allí”, lo que parecía contradecirse con las palabras de Beardo que ha asegurado que Diputación seguirá controlando el resto del espacio del complejo. El interés de la Fundación del Cádiz es desarrollar allí su proyecto de “internacionalización de la cantera”. Señaló que “estamos hablando de unas instalaciones abandonadas por quien fuera. La parte que se ha reformado con fondos europeos me hubiera gustado que alguien lo hubiera visto antes de llegar el Cádiz porque aquí se hacen los proyectos, pero luego los proyectos hay que arrancarlos porque el Madrugador tiene un coste anual de mantenimiento brutal”
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