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"Según noticias oficiales recibidas en este ministerio ha sido apresado (...) el falucho Annibal uno de los buques guardacostas de la empresa Ors y García, otro falucho contrabandista, procedente de Gibraltar, con nueve fardos de ropa y setenta de tabaco de cigarros ordinarios con un peso de 383 arrobas y 17 libras." El Eco del Comercio. 22 de abril de 1839.
Gibraltar y el contrabando son términos asociados desde que la corona británica se hizo soberana en la Roca a través del Tratado de Utrecht sólo nueve años después de haber tomado la plaza y siete después de declararlo puerto franco. De hecho, no hay duda de que el contrabando siempre ha sido la principal industria del Estrecho.
La mística le llegaría tras la Guerra de Independencia, cuando los guerrilleros que lucharon contra los franceses se hicieron bandoleros y, a la vez que bandoleros, contrabandistas en La Trocha, el peligroso camino que unía Gibraltar con Conil, una zona sin apenas ley. Eran conocidos como matuteros, un término que viene de 'matutino' por ser la primera hora de la mañana el momento del día en el que se pasaba la mercancía sin control. Por eso cuando Paco Alba montó en las Fiestas Típicas de Cádiz de 1962 una agrupaciçón con el tipo de los matuteros los vistió de bandoleros.
El escritor y periodista Juan José Téllez cita en su libro Yanitos al profesor algecireño de Literatura de la Universidad de Sevilla Alberto González Troyano para explicar cómo los antecesores de los actuales contrabandistas de tabaco no estaban en absoluto mal vistos: "En aquella época la idea de Estado resultaba un tanto ajena, así que no parecía que el contrabandista estuviera transgrediendo ninguna ley, sino que utilizaba un recurso al margen de los controles oficiales para hacer más asequibles a la gente determinados artículos. Más que estar mal visto, era un luchador contra la opresión del estado". En poco difiere esta idea de la visión que muchos linenses tienen de los centenares de sus vecinos que se dedican a esta actividad. "Mientras se decretan amnistías fiscales, el Gobierno español persigue con saña a los robagallinas. Al menos eso es lo que piensan muchos linenses y campogibraltareños", afirma Téllez en este apasionante libro que se adentra en el corazón de Gibraltar.
Pero lo cierto es que históricamente el contrabando llegaba a todos los estratos. Un blog de la Línea que recupera viejas historias de la localidad rememora la historia del capellán castrense que en 1784 fue sorprendido pasando matute más allá de La Banqueta, límite fijado como prohibido de traspasar por el Reino de España. Fue expulsado de la comarca por haber traspasado "todas las leyes de la decencia y decoro (…) y por dar un ejemplo pernicioso de desobediencia con el hecho de anteponer el vil interés a las más esenciales obligaciones del Estado".
Concepción Anguita, profesora de Relaciones Internacionales de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense, realizó su tesis sobre La cuestión de Gibraltar y en ella asegura que "durante los siglos XVIII y XIX el contrabando fue tolerado y estimulado por los británicos, que lo usaron como instrumento de presión en momentos en los que las relaciones anglo-españolas se encrespaban por los aspectos jurídicos". Y es que la historia de las relaciones entre la colonia y La Línea se escribe sobre picos de contrabando y asedios intentando cerrar un boquete imposible.
La edad de oro del comercio ilícito se vivió a partir de 1830, cuando una Carta otorga a Gibraltar la condición de colonia y no de fortaleza, como era hasta entonces. Si el contrabando ya existía, al otorgarse a Gibraltar su propia policía, jueces y Gobierno, éste se disparó. Esta nueva autonomía escandalizó al gobernador de la plaza, Robert Gardiner, al frente de las tropas británicas. Gardiner dibujaba una tropa continuamente tentada por los sobornos de los contrabandistas "poniendo en riesgo la seguridad de la plaza".
Por supuesto, Gardiner no impidió que siguiera floreciendo el mercado libre en esta tierra de comerciantes y Gibraltar siguió siendo uno de los grandes agujeros de la hacienda pública española durante el XIX y en el siglo XX tampoco cambiarían mucho las cosas. Recordaba desde su exilio en México el filósofo marxista, algecireño de nacimiento, Adolfo Sánchez Vázquez que en su juventud -nació en 1915- en el Campo de Gibraltar sólo existían dos bandos posibles, el de contrabandista o el de carabinero, sin que fuera descartable que los segundos se pasaran al bando de los primeros.
Juan March, empresario mallorquín que amasó una fortuna bajo el lema de "cada día nace un tonto, sólo hay que buscarlo", vio las tradicionales posibilidades del contrabando en Gibraltar y empezó allí su imperio. Con el dinero ganado de su comercio ilícito con Gibraltar pudo acceder al monopolio del tabaco en Marruecos. El resto es historia. Como se sabe, sin Juan March, que financió el levantamiento militar contra la República, el signo de nuestro siglo XX podría haber sido distinto.
Pero los millonarios del contrabando eran los menos y menos aún después de la Guerra Civil, en los años de la hambruna, en la que el contrabando era la única alternativa. "Los matuteros transportaban tabaco en morrales o mochilas tejidas con sacos de yute que colgaban de sus espaldas, con pesos no menos de tres arrobas y apoyándose en una vara de acebuche a la que solían llamar la chivata", escribe Fernando Soto en su blog Cádiz: 3.000 historias no contadas.
Café, medias, mantequilla y tabaco americano eran matutes muy apreciados y algunos nombres se hicieron leyenda. A ellos canta el poeta jerezano Manuel Ríos Ruiz en Evocación de los mochileros:
"Eran El Nene, Chirrubia, Maleni, El Cojo, Pepe El Largo, Maera,/Gonzalito El Viejo, Blanquillo, El Tano, El Pistola, Simón/El Portugués, braceros de Setenil y Grazalema,/ matuteros de San Roque, sidonios de Medina y Benalup, cabreros de Paterna,/vejeriegos, mozos de Alcalá de los Gazules, Algodonales y Zahara,/rebeldes gañanes de Olvera y Los Barrios, jornaleros despedidos/y fustigados, aventureros de un camino, titánicos infantes monte a monte..."
Y luego estaban las mujeres, la matutera. Esta canción de la posguerra muestra hasta qué punto estaba asumida la actividad:
Tres cosas no hay en España
Azúcar, café y jabón
El que tenga algunas de ellas
Es que lo trae del Peñón.
El tránsito era constante en el 'tren corto', el que salía al amanecer de Ronda y volvía de noche de Algeciras repleto de mujeres rebosándoles la mercancía en las enaguas y los grandes bultos por los que pagaban precios extra a los revisores y a la Guardia Civil, una tarea de la que se encargaban en la estación de Gaucín dos hermanas mediadoras llamadas Las Iguales, tal y como homenajea el cronista de Cortes Diego Gutiérrez.
La decisión franquista de 1969 de cerrar la verja que había construido el ejército británico 60 años se pensó que aislaría el contrabando. Se consiguió a medias al tiempo que condenaba a familias a la separación, el desempleo y la emigración. Fueron trece años que transformaron la comarca, ya que la medida se compensó con la instalación de industria pesada en la comarca como experimento de una nueva Andalucía industrial.
Hoy el ciclista de bronce que mira a Gibraltar desde La Línea, ese homenaje al trabajador de la frontera -y también, de algún modo, al contrabandista-, observa otro tipo de matuteros. En La Línea, la ciudad sin estancos, el tránsito de tabaco supone un gran agujero para el Estado, pero la nueva mística contrabandista no pasa necesariamente por la Roca, donde viven una decena de las mayores fortunas del Reino Unido, casi todas relacionadas con el juego. Hoy esas nuevas leyendas pilotan semirígidas a 60 nudos con fardos de hachís. El niño, la exitosa película de Daniel Monzón, es el canto al nuevo contrabando.
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