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Rico o muerto. El tatuaje que luce orgulloso en uno de sus brazos Francisco Javier Ramos Flores, alias El Patrón, el nuevo jefe del clan de Los Piños de Puerto Serrano, detenido el pasado martes en una operación de la Guardia Civil, es toda una declaración de intenciones. Los cachorros del narco vienen pisando fuerte. Son jóvenes que han crecido recreándose en series como la mítica que narra la vida y milagros de Pablo Escobar primero y de algunos de los clanes más sanguinarios de Méjico después. El capo del cártel de Medellín es su referente, hasta el punto de que su rostro aparece incluso en las tabletas que hachís que esconden en los cajones de su casa como si fueran golosinas. El Patrón no es el primero que tiene en Escobar su ídolo. El Doro, detenido por la Guardia Civil el pasado 30 de noviembre en Sanlúcar, también sentía predilección por el colombiano, hasta el punto que había viajado hasta Medellín para recorrer los santos lugares de ese héroe narco que, no hay que olvidar, mató a decenas de personas y sembró el terror en el país americano durante una década antes de morir tiroteado en una azotea por la que intentaba una huida agónica.
En la cultura del narcotráfico las existencias son de sierra de cuchillo, un día estás en tu mansión viviendo a cuerpo de rey y al siguiente en una celda de Puerto II. “No les importa. Están acostumbrados a esa vida, lo han visto en sus padres en muchos casos y tienen poco respeto, o ninguno, por la autoridad. Son incorregibles”, cuenta un agente policial de la lucha antidroga.
La operación de la pasada semana en Puerto Serrano no vino sino a demostrar que la cultura del narco se extiende por todos los rincones de la provincia: cocaína, marihuana, hachís y hasta heroína, aunque el caballo, en sus diferentes formas, principalmente el rebujito (mezcla con cocaína que la convierte en un cóctel súper adictivo), no se estila tanto. Obviamente, y por más que alguno lo insinúe, en Cádiz no estamos ni mucho menos cerca de los métodos de los cárteles sudamericanos, pero sí que están creciendo los ajustes de cuentas con resultado cada vez más cruel. Hace dos semanas ya contamos la aparición del cadáver de un holandés de origen marroquí ejecutado en Chiclana. Un tiro en la cabeza y fin de la historia. La investigación ha determinado que se trataba de un hombre afincado en Mijas (Málaga) que había llegado a Chiclana días antes. Había alquilado un coche –el mismo que apareció quemado junto a su cadáver–, y un chalet. Las hipótesis de los investigadores consideran que esta persona vino a cerrar un negocio relacionado con el narcotráfico pero que algo se torció con el peor de los resultados.
La cultura del narco tiene su propia estética. Mucho oro, mucha ostentación. Coches caros de motores rugientes, anillos, collares, modelos exclusivos de ropa de marca, televisores inmensos que a duras penas caben en sus salones de sofás con cheslongs para poder ver Netflix hasta las tantas de la madrugada. En sus casas muchos videojuegos, mucha música, cine y series en streaming, cuartos de baño con jacuzzis… y ausencia de libros, como si la letra impresa en papel rompiera el conjuro. El único negro sobre blanco que se intuye es el del hachís sobre la cocaína.
Además, en los últimos años se ha incrementado exponencialmente el cultivo de marihuana en viviendas. Antes de que la Guardia Civil decidiera poner pie en pared a los desmanes de El Patrón con una investigación patrimonial para destapar el presunto blanqueo de capitales, ya había llevado a cabo una redada en la misma calle Guadalete donde se localizaron 22 plantaciones de marihuana. En diferentes comarcas de la provincia, sobre todo la Sierra, la Costa Noroeste y la campiña jerezana, el cultivo de marihuana ha atraído al negocio a nuevos narcos. Algunos, los más veteranos, vienen rebotados del tráfico de hachís. Han entendido que la maría tiene numerosas ventajas, sin ir más lejos supone un menor gasto de logística, no hay que traerla de Marruecos y te ahorras el dinero que cobra el piloto, la goma, los puntos para vigilar los movimientos policiales, los porteadores, los conductores de los todoterrenos y los encargados de vigilar las guarderías. Con la maría todo se reduce a un buen puñado de aparatos de aire acondicionado y lámparas para conseguir hasta cuatro cultivos al año en plantas que llegan a superar el metro y medio de altura. Pero es que, además, las penas por traficar con marihuana son menores que por hacerlo con hachís. Digamos que el código penal, aunque cada vez va imponiendo sanciones más graves, se muestra más benévolo. Y eso que los narcos de la maría no dejan de ser violentos ni de defender su territorio con uñas y dientes. Les va la vida, su estilo de vida, en ello. Que se lo digan a los agentes de la Benemérita tiroteados en el Coto de Bornos cuando fueron a inspeccionar un terreno cercano al pantano donde intuían que se estaba cultivando cannabis.
Ese rico o muerto que luce El Patrón es un aviso a navegantes, quiere decir que nada lo va a parar, y que está dispuesto a lo que sea por conseguir crear un imperio que le permita, como mínimo, situarse a los mandos de un Porsche Panamera. No es el primero ni será el último en un mundo de extremos.
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