Notas al margen: 'Las corrientes ocultas de Susana'
LA imagen de mujer de Estado carismática y clarividente que proyectó Susana Díaz tras su fulgurante aparición en la escena nacional se desdibujó tras el debate y anoche se confirmaron sus peores augurios... Muchos cronistas, politólogos y tertulianos de salón frenaron en seco y tuvieron que dar marcha atrás en el recuento cuando afilaban los lápices para ajustarle las cuentas a la líder del PSOE por desafiar al destino.
Las encuestas instalaron un cierto aire de inseguridad que enrareció el ambiente. Los nervios se impusieron al sentido del humor en la recta final de campaña. Falsa alarma: a la líder socialista la jugada le salió casi perfecta porque ganó por primera vez unas elecciones y lo hizo con claridad. A pesar de la terrible depresión económica, no cedió un solo escaño -aunque tampoco lo ganó- y convirtió la sede del PP en un funeral de tercera. Los cabreados señalaron a Rajoy con claridad como nefasto gestor de la crisis. Y por si no fuera suficiente, Susana neutralizó el ascenso meteórico de Podemos y certificó el hundimiento de IU. Sus detractores dirán que el PSOE se dejó 120.000 votos con 2012, que nunca su porcentaje de votos fue menor y que no ganó estabilidad para gobernar, como se propuso. Vale, pero tampoco la perdió, y lo que ya nadie discutirá es su olfato para dar un zarpazo a sus adversarios.
Susana Díaz pudo esperar a ver qué pasaba con el voto de castigo en municipales y generales en lugar de exponerse sin red. Pudo verlas venir y dejar que el tiempo retratara a Podemos con sus posibles defectos durante varios meses, antes de convocar elecciones. Pero alguna comunicación celeste -o celestial, que nunca se sabe- le empujó a tomar la iniciativa. La Niña del Tardón, sin vacilar, se la jugó a una carta con la marca PSOE por los suelos y dando la cara en los carteles: Andalucía soy yo. Puerta grande o enfermería. Hoy, aún con el café humeante, los analistas se preguntan qué fuertes corrientes ocultas la guiaron hasta el triunfo.
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