La Policía Autonómica tuvo que retirar 55 niños en 2015

Protección a la infancia

Historias del complejo trabajo de las unidades que arrebatan hijos desamparados a sus padres. 562 niños en la provincia se encuentran bajo seguimiento, en estado de "riesgo".

La Policía Autonómica tuvo que retirar 55 niños en 2015
Pedro Ingelmo

11 de abril 2016 - 06:00

"¿Ves esto? -dice señalando el escudo policial de la Junta de Andalucía- Somos los quitaniños". Puede sonar cruel, pero pocas veces resultó una frase tan efectiva. La pronunció un agente de la recién creada policía autonómica, ya hace 19 años, en uno de los campamentos itinerantes que se montaban en los alrededores de la feria de Jerez. De allí salía cada mañana un ejército de pequeñajos colgados de los brazos de sus madres como reclamo para vender claveles y tabaco. Era una imagen habitual en las ferias de la provincia. Ya no existe. Hace mucho que no existe. Porque, al día siguiente de ser advertidos, la policía autonómica actuó y arrebató a una mujer el hijo que estaba destinado a llevar colgado durante horas de los brazos de su madre. "Un clavelito"... El asunto no quedó ahí. Los acampados acudieron a rescatar al muchacho de la custodia de la autoridad, acordonaron el centro. Se les explicó. No más explotación infantil. Tenían la autoridad, tenían las competencias. El menor que fuera utilizado para la mendicidad sería retirado. Lo que no consiguieron durante años centenaresde policías locales, lo lograron ellos con unas pocas unidades.

Desde entonces, la Policía Autonómica se convierte en el último órgano ejecutor de la protección de la infancia. Hay una máxima: "El niño mejor con la familia que en un centro, excepto cuando sea mejor un centro que una familia". Con ese criterio, durante el pasado 2015 la Policía Autonómica fue requerida para llegar a la última instancia, a los "quitaniños", término que ellos aborrecen, en 55 ocasiones. Además, realizan el seguimiento sobre 563 menores en riesgo de abandono.

"Es una tarea muy dura -explica uno de sus inspectores-. Yo tuve a una agente magnífica que acababa de ser madre y me pidió el traslado a lo que fuera, a lo peor si hacía falta, pero no soportaba llevarse a los niños de los brazos de su madre". Y es que esto es de por sí muy duro como podría ilustrar un reciente caso en el Campo de Gibraltar en el que los agentes negociaron un total de ocho horas con la madre para hacerle comprender que su hija de cuatro años necesitaba un centro, que ella no podía hacerse cargo de ella. Se trataba de una joven politoxicómana y alcohólica. Ella imploró, prometió que se metería en tratamienmtos de metadona, que quería a su hija por encima de todas las cosas. Los agentes no dudaron ni un segundo del amor de esa madre por su hija ni tampoco de que en ese estado era imposible que sacara a esa nilña, ya casi desnutrida, adelante. Ocho horas emplearon los agentes en hacerle comprender que primero era lo uno -desintoxicarse- y segundo lo otro -poder cuidar de su hija-.

Pero pueden encontrarse con el caso contrario. Sucedió en la Costa Noroeste. Se trata de una denuncia anónima. La Policía Autonómica recibe una llamada en la que unos vecinos afirman que hay un niño secuestrado, casi un bebé, no tendrá más de un año. Los agentes van al lugar. Primero observan. Se trata de una pareja con cuatro niños. Tres están escolarizados normalmente. Preguntan por el cuarto. La madre dice que no hay problema, que está en su cuarto. Los agentes entran y en un cuarto oscuro observan la silueta del pequeñito encaramado a la cuna. No habla, no hace ruido. Bueno, en principio parece todo correcto. De regreso a la oficina los agentes comentan que hay algo que no les cuadra, hay algo que no funciona. Deciden regresar a los pocos días. Ven a la madre salir con los tres niños montados en un ciclomotor, camino del colegio. El cuarto hijo no va. ¿Estará solo? Siguen a la madre, que, suponen, volverá a casa para cuidar del pequeño, pero no vuelve. Enfila con el ciclomotor la carrtera en dirección opuesta a su casa. Los agentes, a medio camino, le piden que se pare. La mujer explica que va a ver a su marido, que está ingresado en el hospital. ¿Y el niño? Regresan a la casa con la madre. Efectivamente, el niño sigue solo, en el mismo lugar que hace dos días, con la habitación a oscuras, encarmado a la cuna.

Los agentes se sorprenden al ver en la partida de nacimiento que el niño tiene dos años, parece más pqueño. Está muy delgadito. No dice ni una palabra. Lo llevan a una exploración médica. Ante el estetoscopio no responde. Está absolutamente ausente. Se recomienda que se retire su custodia. Con las investigaciones sale todo a colación. Es un hijo extramarital, el padre no quiere saber nada de él, la madre lo mantiene en esa habitación oscura. No recibe ningún tipo de cariño ni de estimulación,. Debió llorar mucho hace tiempo y ya sabe que no le servirá de nada , por lo que se ha refugiado en el silencio. El niño, desconocedor del mundo y del cariño, como si eso no hubiera existido nunca, decidió sumirse en la nada, levantado sobre los barrotes de su cuna, dejando el tiempo pasar, sin expresar nada.

Volvemos a girar al lado contrario para encontrarnos una historia de una mujer que huye de los servicios sociales. Es una madre sobreprotectora natural de Huelva, sin pareja. No quiere que su hija tenga contacto con el mundo exterior, apenas acude al colegio, y escapa porque en Huelva los servicios sociales están ya demasiado cerca, son demasiado insistentes. Se busca una casa en otra localidad del Campo de Gibraltar y es localizada porque la madre lleva a su hija a urgencias una vez al día por indicios imaginarios de enfermedad. Es una conducta obsesiva. Es imposible explicárselo a la madre, pero no puede seguir teniendo la custodia de su niña. El caso amenazaba con derivar al conocido como síndrome de Munchaussen, en el que la sobreprotección acaba incluso con lesiones al menor.

Uno de los casos más extraños se produce hace un año en Chiclana, donde existe, según dicen todos los expertos, el mejor protocolo contra el absentismo, posiblemente, de toda Andalucía. Pues tuvo que ser ahí, ante la estupefacción de de la delegación de Educación, donde saltara el caso de una niña de 11 años que jamás había ido al colegio. Los padres, que vivían en el diseminado, perdidos en el campo, analfabetos, jamás habían llevado a la niña, analfabeta al igual que ellos, a la escuela. Los padres no supieron explicar la negligencia. No sabían. Una historia de la España profunda del 2015. Aún suceden. Es un caso extremo, conocido en Educación por su absoluta rareza.

Como raro es el caso de la extraña familia de una pedanía de La Jand, una pareja con seis hijos. Todos están escolarizados, pero van al colegio con harapos y largas melenas. Jamás se relacionan con el resto de los niños, los hermanos sólo hablan con los hermanos. A los docentes les llama la atención su comportamiento de clan y un conocimiento extraño para sus edades de lo que son las relaciones sexuales. La visita a la casa de los padres deja alucinados a los agentes. La casa sólo tiene un puerta, la de entrada, el resto de la casa carece de lugares de intimidad. Descubren que los padres mantienen sus relaciones sexuales delante de los niños. Las entrevistas con los padres arrojan un cuadro de dominio del cabeza de familia, un hombre que parece sacado de una comuna jipi de los 70. Las madre sufre un sometimiento absoluto al hombre, que ha inculcado a sus hijos la doctrina de que el mundo exterior es hostil y la única seguridad se encuentra dentro de esa casa sin puertas. En la negociación para llevarse a los niños a un centro de protección, el padre acaba cediendo, pero pide a los agentes un único favor. Los agentes le escuchan: ¿qué favor? "Por favor, no les corten el pelo a los niños..."

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