Réquiem por un quijote

obituario Adiós a un gran naturalista

Fallece en el olvido el científico Claes Linden, pionero de teorías del cambio climático, que vivía desde hace 20 años como un eremita en una chabola de La Almoraima

Claes Linden en su micromundo, en una imagen tomada en marzo de 2007.
Pedro Ingelmo /Cádiz

21 de agosto 2011 - 05:01

"Hoy, en todas las selvas del mundo, se escucha un lamento, un grito, un adiós a un hombre bueno, a un científico olvidado y hundido en la indigencia, a un amigo de los animales. Se quedaba sin comer por dar de comer a sus perros que lo acompañaban en todo momento, se quedaba sin beber, antes que le faltara agua a sus plantas... amaba cada araña, cada pájaro de su micromundo". Esta entrada en el blog del naturalista Pedro Pozas anunciaba el pasado 10 de agosto la muerte de Claes Linden , un científico e ingeniero sueco que pasó la primera parte de su vida como hombre de acción trabajando para la FAO en las selvas del Congo y Brasil y sus últimos años recluido en una microselva creada por él mismo en un lugar recóndito del término municipal de Castellar, dentro de la finca de La Almoraima. Congo y Brasil son las mismas selvas que visita Vargas Llosa en su libro El sueño del celta para relatar la historia de Roger Casement y su batalla para acabar con la explotación de los indígenas a manos de las grandes compañías del caucho. Ni Casement ni Linden, voces en el vacío, quijotes contra los molinos de viento, lograron acabar con la destrucción de las selvas, pero debe permanecer su legado.

Linden recibió a este peridódico en marzo de 2007 sosteniendo sus piernas quebradas sobre dos palos de zoletas. Ya estaba apartado del mundo académico, pero nunca dejó de reflexionar. Nos dijo: "No vale nada, no vale la selva, no valen los animales. Sólo vale el hombre que consume. La tierra depende de la energía del sol, es lo que nos da la vida y podría seguir dándonos vida otros 4.000 años, quizá más, pero nosotros, en 2.000 años, hemos destrozado los plazos del planeta. Todos los chinos quieren un coche. No hay hierro en el mundo para que cada chino tenga un cochce. Y todo va más rápido. Viajamos en un tren a a toda velocidad, pero lo que no sabemos es que ese tren no lleva maquinista. Amigos, en este tren no hay maquinista".

"Vivía apartado del mundo, pero estaba mucho más dentro del mundo que todos nosotros", afirma Manuel Barcell. Barcell conoció a Linden en la época que dirigía el zoo botánico de Jerez. Linden había iniciado su proyecto de defensa de los simios. En su particular ecosistema tenía chimpancés. Se trajo cinco de África, un gesto para denunciar el tráfico de animales para circos y zoos. Uno de ellos, de sus amados chimpancés, se volvió loco y le atacó, le arrancó un dedo de un mordisco. Linden tuvo que refugiarse en un coche hasta que el chimpancé se calmara. Pero en la conversación que mantuvimos con él a lo largo de toda una jornada se negó a culpar al simio de nada. Lo más que le sacamos fue un "lo drogaron". Y perdió a sus chimpancés.

Hace apenas unas semanas, poco antes de la muerte de Linden, Barcell escribió un atípico obituario: el obituario de un mono, Guillermo, que durante veinte años vivió en el zoo de Jerez. Había llegado allí gracias a que los biólogos del zoo lo localizaron en una mugrienta casa de fieras donde los animales vivían hacinados en jaulas. Guillermo no fue el único. También otro chimpancé del zoo, Lulú, pudo ser rescatada de las mafias del tráfico de animales salvajes. Y en ese escrito Barcell tenía unas palabras para Linden: "Un día dejó todo por intentar que los europeos tomáramos conciencia del aceleramiento que en el cambio climático tenía la destrucción de los bosques tropicales ecuatoriales. Desde Castellar prosigue una heroica, anónima y titánica lucha a favor de las selvas y sus habitantes más humanos; los chimpancés. Hoy en día, con la crisis, las convulsiones políticas del Norte de África, los conflictos armados olvidados del mundo, Linden nos diría que todo ello es un castigo a la soberbia humana".

Barcell y Mercedes Mateos,Yeye, relaciones públicas del Zoo, se convirtieron en samaritanos. Cada cierto tiempo acudían a llevarle alimentos o material para que pudiera seguir trabajando. Había que hacerlo de forma muy disimulada, casi casual, porque Linden no era un mendigo. Era un hombre orgulloso, pero muy consciente de su condición. Discutiendo con él sobre sus tesis contrarias a la teoría del CO2, que es la teoría de cambio climático aceptada popularmente, le dije "¿qué pasa Linden?, ¿usted nunca se equivoca?" y él sacó a pasear su tibia sonrisa irónica, se ajustó sus Rayban y contestó: "Sí me equivoco. Mire donde vivo".

A principios de agosto empezó a sentirse mal, los pulmones le fallaban. Se lo llevaron de su selva, pero él quiso regresar. Sólo duró unos días allí. Fue ingresado otra vez en el hospital, ya sabiendo que nunca regresaría, y se dejó ir. Murió. Pero no murió su pensamiento. Para quien lo quiera consultar puede adentrarse en la web de la fundación Planeta Vivo, que él presidía. Es una carta de amor a la naturaleza. No una carta de amor al Hombre, sino a la naturaleza. Sólo así se explica esa soledad que él definía como "la de un pájaro tropical en un casquete polar". Al fin y al cabo, el Hombre no ha hecho nada para que sea de fiar. Fue el Hombre el que envenenó a once de sus perros, es el Hombre el que está destruyendo su querida selva: "El Hombre viene de la naturaleza, pero abomina de ella. Lo pagaremos". Linden ya lo ha avisado, su misión ha finalizado.

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