"La Semana Santa del presente me hace reencontrarme siempre con las del pasado"
Fernando Mósig Pérez | Historiador cofrade y genealogista
El prestigioso historiador isleño recuerda que las hermandades nacieron tras el Concilio de Trento de mediados del siglo XVI pero asegura que nunca tuvieron tanta aceptación popular como en los tiempos actuales
"La historia de las hermandades es como un pozo sin fondo porque siempre hay algo por descubrir”
Siempre se ha dicho, y es verdad, que una de las Semanas Santas más importantes de las que se celebran en la provincia de Cádiz es la de San Fernando. Por la masiva participación ciudadana, por la importancia artística de sus imágenes y por la rica historia de sus hermandes, La Isla siempre se vuelca en su Semana de Pasión y presume de ella. De todo esto sabe mucho Fernando Mósig Pérez (Cádiz, 1962), licenciado en Geografía e Historia (especialidad en Historia Medieval) por la Universidad Complutense de Madrid, con tres másteres universitarios, autor de 14 libros publicados sobre temas históricos isleños y todo un referente de la historia cofrade de La Isla y de otra de sus pasiones, como es la genealogía.
—Llega un nuevo Domingo de Ramos, uno de los días más importantes del año para el cristianismo pero ¿lo es también para un historiador cofrade? Es decir, ¿a un historiador que se dedica a investigar el pasado de las hermandades le sirve o le aporta algo una Semana Santa del presente?
—Ya lo creo. Por un lado, como católico, la conmemoración de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor siempre me sirve para renovar o, siquiera, reflexionar sobre mis creencias. Por otro lado, la Semana Santa del presente siempre me hace reencontrarme al mismo tiempo con las del pasado, con la historia viva que encarnan las hermandades isleñas, y también, cada año que pasa me doy más cuenta, me hace reencontrarme con mi propia historia.
—¿Se puede hacer un cálculo aproximado de cuántos historiadores investigan el pasado de las hermandades por ejemplo en el marco de la Bahía de Cádiz?
—Cuando yo empecé a investigar las de San Fernando, hace más de veinte años, ya había bastantes, tanto en Cádiz capital (por ejemplo Mozo Polo, Ruiz Nieto, Lorenzo Alonso, entre otros), como en las ciudades de la Bahía (en San Fernando, Molina; en Chiclana, Bohórquez; en Puerto Real, Espinosa; podríamos incluir a Jerez, con el Padre Repetto, etc.). Eso sin hablar de los numerosos que se dedicaban y se dedican a investigar el arte cofrade, y no tanto las instituciones en sí. Luego se sumaron otros que ampliaron o matizaron las grandes aportaciones de los anteriores. Hoy día creo que en todas las ciudades de nuestro marco geográfico hay muchos historiadores especializados en esta materia, incluido el ámbito universitario. ¿Cuántos? No sabría decirle. En todo caso creo que debe ser más importante el aspecto cualitativo que el cuantitativo.
—¿Cuándo y cómo empieza a investigar usted el mundo de las cofradías de San Fernando?
—Empecé en 1997, gracias al hallazgo casual de un valioso documento hasta entonces desconocido, referente a la cofradía del Santo Entierro, mientras investigaba genealogías en el Archivo Histórico Provincial. Me di cuenta de su ignorada importancia y publiqué un trabajo al respecto en la prensa local dándolo a conocer. Y desde entonces.
—¿Y se ha centrado exclusivamente en San Fernando o ha investigado también las hermandades de otras ciudades del entorno?
—Con vistas a publicar, sólo me he centrado en las de San Fernando. He investigado algo las antiguas de Cádiz en archivos eclesiásticos para buscar analogías y concomitancias con las isleñas. Y necesariamente he leído bastante bibliografía sobre las de ciudades próximas y capitales andaluzas para así poder aplicar el método comparativo.
—¿Qué es lo que busca una hermandad cuando le hace a usted el encargo de preparar un trabajo historiográfico sobre esa cofradía?
—Creo que lo mismo que una persona cuando busca su pasado o medita sobre él: sed de conocimiento propio, deseo de aclarar tiempos oscuros o de explicar momentos controvertidos, afán de asumir con honradez el pasado para llevarlo a gala en el presente y proyectarlo en el futuro, y, si me apura, una pequeña dosis de comprensible vanidad humana.
—¿Alguna vez ha dado usted con un descubrimiento que no ha gustado a una hermandad en cuestión?
—Las hermandades siempre han sido muy inteligentes, flexibles y elegantes a la hora de aceptar, asumir y asimilar su historia. Nunca he tenido problemas con ellas en este sentido. Más aún, normalmente quedan muy agradecidas por el desconocido pasado que se descubre ante ellas, sea cual sea.
—¿De cuál de sus hallazgos en las historias de las cofradías está usted más orgulloso?
—Es como si le preguntara a un padre cuál de sus hijos prefiere. Todos los hallazgos históricos o datos inéditos referidos a las hermandades que he tenido la dicha de encontrar me han dado siempre mucha satisfacción. No podría elegir. Tal vez alguna fecha fundacional, quizás alguna ratificación de autoría artística…
—¿Dónde enfoca usted su trabajo? ¿Qué archivos son los esenciales a la hora de bucear en la historia de las cofradías? Porque me imagino que serán archivos civiles pero también eclesiásticos, ¿no?
—Son de ambas clases, claro está. Además de los archivos conservados por las propias hermandades, le diría que son esenciales como fuentes primarias, entre aquellos que podríamos denominar ‘civiles’, el Archivo Municipal, el Histórico Provincial, el Histórico Nacional…;.y entre los eclesiásticos están los parroquiales, el Histórico Diocesano, el del Arzobispado… Además de los archivos, me parece que deben considerarse como fuentes primarias las hemerotecas, pues la prensa antigua, como la que conserva Diario de Cádiz desde su fundación, puede ser un inestimable testimonio directo de la vida de una hermandad cuando faltan sus papeles. Pero también hay que acudir a las fuentes secundarias, particularmente la bibliografía publicada al respecto. O al auxilio de disciplinas relacionadas, como la Historia del Arte. Es todo algo complejo, como ve.
—¿Y esos archivos son accesibles? ¿Las administraciones o instituciones de los que dependen les dan facilidades para realizar su trabajo o hay muchas trabas?
—Todos los que le he mencionado son accesibles. Sobre todo, los públicos, que lo son lógicamente por imperativo legal. En mi caso, nunca he encontrado trabas en ninguno de ellos, sino, al contrario, todo tipo de facilidades y mucha amabilidad por parte de sus responsables, por lo que siempre les estoy agradecido.
—¿Cómo han afectado estos dos años de pandemia al trabajo de los historiadores en general y de los historiadores cofrades en particular?
—Aparte de las medidas sanitarias generales que nos afectaron a todos como ciudadanos, los usuarios de archivos tuvimos que hacer frente a las inevitables y comprensibles restricciones impuestas en mayor o menor medida en ellos, tanto en los públicos como en los privados (limitación de horarios y aforos, citas previas, reducción de fondos consultables…) y al consiguiente descenso de los encargos. Ha sido un bienio nefasto.
—¿Cuándo y por qué surgen las primeras hermandades en la Bahía de Cádiz?
—A mediados del siglo XVI, como consecuencia de la valoración y fomento de la piedad popular que hizo el Concilio de Trento. Quizás algunas pudieron existir ya antes, como asociaciones devotas, hospitalarias, etc. Pero con naturaleza jurídica de hermandades o cofradías, tal como hoy las conocemos, son desde luego tridentinas, hijas de la Contrarreforma católica.
—¿Qué etapas históricas fueron claves para el nacimiento, resurgir o crecimiento de estas hermandades?
—En primer lugar, la época del Antiguo Régimen (siglos XVI-XVIII), que en el caso de la Real Isla de León se circunscribe sobre todo, por razones obvias, a la segunda mitad del XVIII. Luego fueron propicias aquellas épocas en las que hubo entendimiento (al menos) entre el Estado y la Iglesia, o en las que el poder utilizó a estas asociaciones impulsándolas por razones político-sociales o de identidad nacional. Finalmente, la época actual es, aunque pueda parecer paradójico, la de apogeo de estas instituciones, pues nunca antes en toda su larga historia habían tenido tanta pujanza, continuidad y aceptación popular, entremezclándose aquí las causas de orden religioso, político, regionalista, socioeconómico, turístico, cultural…
—Y desde el punto de vista contrario, ¿en qué etapas fue más duro para las hermandades subsistir?
—Pues justo a la inversa. Fue más dura la subsistencia en todas aquellas épocas en que hubo hostilidad entre el Estado y la Iglesia, o en las que predominaron situaciones políticas anticlericales. Pero también las épocas en las que, aún siendo ideológicamente favorables, se atravesaba una crisis económica general o particular. De hecho, muchas antiguas hermandades se extinguieron, o al menos cesaron su actividad, por motivos financieros más que religiosos, ideológicos o políticos.
—¿Queda mucho por descubrir del pasado de las hermandades? ¿Hay algún dato o hecho concreto que usted lleve persiguiendo desde hace tiempo y con el que no ha dado aún?
—Sí, claro, siempre queda mucho por descubrir. Esto es casi un pozo sin fondo. Tenga en cuenta que hay muy escasa documentación sobre los períodos históricos más antiguos de estas instituciones, por ejemplo la segunda mitad del siglo XVII y la primera del XVIII, en los que, sin embargo, consta que ya había algunas hermandades, y no sólo cofradías de penitencia, en la localidad. Pero de ellas se sabe muy poco. Luego hay hermandades que tienen enojosas lagunas documentales en épocas más o menos recientes, lagunas que es preciso colmatar. También hacen falta ya nuevos enfoques y distintos puntos de vista sobre la historia de las hermandades. Aquí entraría de lleno la labor de las nuevas generaciones de historiadores gaditanos e isleños en particular. En cuanto a la persecución de datos por mi parte a la que se refiere, hubo un tiempo que me hubiera gustado despejar las nieblas que ocultan aún alguna fecha fundacional o la autoría anónima de alguna de las sagradas imágenes más veneradas. Pero esta es ya, como decía antes, tarea para las nuevas generaciones.
—¿Hay algún elemento sustancial que diferencie el origen de las hermandades de la Bahía de Cádiz de, por ejemplo, las de Sevilla o las de Málaga?
—Yo creo que no. Salvo matices sociales o de plasmación estética de la religiosidad popular, el origen de las hermandades de penitencia, como tales, es el mismo en la Bahía de Cádiz que en Sevilla o en Málaga: la reforma católica tridentina de mediados del XVI. Otra cosa es que algunas de estas asociaciones quieran remontar su origen a épocas anteriores en las que eran instituciones de distinta naturaleza jurídica.
—Dejando a un lado el tema de las hermandades, publicó usted años atrás un libro sobre la historia del Castillo de San Romualdo que hay en La Isla. ¿Qué le aportó ese trabajo?
—Me aportó mucho, sin duda. Aparte de la satisfacción personal que produce cada trabajo investigado y publicado, me hizo ver la historia de mi ciudad a través del prisma de ese edificio emblemático; me hizo también conocer y admirar los trabajos serios sobre su historia que ya se venían publicando con anterioridad; y asimismo me hizo variar un poco de objeto de investigación. Esto último creo que también lo logré con el libro en dos volúmenes sobre la historia de la Parroquia Castrense publicado en 2017; o a través de los estudios sobre casas isleñas con interés histórico y artístico, que ya había publicado años antes en la prensa local y que, tal vez, me sirvieron de modelo para historiar precisamente ese otro inmueble ancestral de nuestra ciudad: el Castillo de San Romualdo.
—Hay mucha gente que piensa que San Fernando es una ciudad que tiene una historia muy corta pero muy importante. ¿Piensa usted igual?
—Pues según lo que entendamos por ‘San Fernando’. Aquí habría que traer a colación y precisar las diversas denominaciones que ha tenido nuestra localidad. Como Ciudad de San Fernando tiene sólo dos siglos de historia, algo ciertamente breve; como Real Isla de León (o como villa de esa denominación) tiene sólo casi un siglo más; pero como Isla de León, Isla de Suazo o Lugar de la Puente, nos adentramos en la Baja Edad Media, lo que es ya bastante respetable en cuanto a duración; y si la contemplamos como territorio por el que antes pasaron antiguas civilizaciones y culturas, su historia se pierde en la noche de los tiempos. Así que lo de “historia muy corta” es relativo. En cuanto a su importancia, la historia local siempre ha sido importante naturalmente para nosotros, los isleños. El hecho de que se estableciera aquí la Real Armada y su industria de construcción naval anexa a lo largo del XVIII aumentó sin duda su relevancia histórica. Y, en ocasiones, nuestra historia ha sido no ya importante sino incluso trascendental para el conjunto de la nación, como sucedió entre 1810 y 1812.
—Otra de las ramas de la historia que usted trabaja mucho es la genealogía. Ha publicado la historia de familias señeras de San Fernando como, por ejemplo, los Ristori, los Baturone, los Gener... ¿Qué buscan las familias cuando le hacen esos encargos?
—Y añado, si me lo permite, que están igualmente publicadas en libros la historia de los Valero y la de los Súnico, este último libro en coautoría con el historiador y amigo Francisco G. Conde y creo que hicimos aquí un muy buen trabajo. Pero, que no se hayan materializado en un libro, son decenas las historias de familias y estudios genealógicos que he llegado a realizar, ya sea por encargo particular de los interesados o por iniciativa propia movido sólo por la mera curiosidad histórica. La genealogía siempre fue una de mis pasiones. ¿Qué buscan las familias con ello? Supongo que muchas cosas: mero conocimiento del pasado familiar, estrechamiento de lazos y redes familiares, curiosidad por el hallazgo de parentescos ignorados, veneración y recuerdo a las personas queridas que les precedieron, enseñanza a los hijos y nietos para que éstos a su vez la transmitan al futuro, sentirse acogido como parte de un grupo, legítimo orgullo por los antecedentes familiares, y también, como las hermandades, un poco de comprensible y humana vanidad. Hay países, como China, donde el culto a los antepasados y el conocer la genealogía propia es algo fundamental, al menos lo era en tiempos históricos.
—Cuando se pone a investigar una familia entiendo que el tope a la hora de remontarse en el tiempo lo pone usted, ¿no? Porque supongo que será imposible dar con el momento exacto en el que surge un apellido en cuestión. Como se ponga a investigar los Pérez de su segundo apellido no acabaría usted nunca...
—(Risas) Pues lo mismo que si me pusiera a investigar los Sánchez de su primer apellido, ¿verdad? Bromas aparte, la investigación sobre cualquier apellido patronímico (Pérez, Sánchez, Rodríguez, López…) es muy complicada, por lo frecuentísimos que son. Pero hay que desechar la idea de que tienen un origen común, es decir que hubo un primer Pérez o un primer Sánchez del que descienden los demás. Nada de eso. Son apellidos que surgen en la Edad Media de forma simultánea y paralela, de los que parten multitud de linajes apellidados Pérez o Sánchez u otros patronímicos, sin relación familiar entre ellos ni mucho menos aunque se apelliden igual. En cuanto al tope, lo ponen los archivos, básicamente los parroquiales, ya que los más antiguos de ellos se remontan también por regla general a mediados del siglo XVI. Pero hay otros caminos para la investigación genealógica, tanto para llegar más lejos en el tiempo como para suplir o completar los archivos parroquiales cuando estos faltan o fueron destruidos.
—En la Bahía de Cádiz se han asentado apellidos italianos, franceses, británicos... y me imagino que eso vendrá dado por la importancia histórica del puerto de la capital y por los muchos enfrentamientos bélicos que ha habido en esta zona. Supongo que esta procedencia tan variopinta dificultará aún más el trabajo de investigación, ¿no?
—Más por la importancia del puerto de Cádiz en los siglos XVII y XVIII que por trasvases de población debido a conflictos bélicos, algo, por cierto, de rabiosa actualidad lamentablemente. En efecto, en esos dos siglos llegaron a la floreciente Cádiz, en busca de oportunidades y prosperidad, gentes no ya sólo del resto de España sino de muchos estados europeos, particularmente de Génova, Francia, Irlanda y de lo que fue el Flandes español. Quizás los irlandeses sí vinieron por motivos de conflictos políticos aparte de por motivos comerciales. Cádiz era entonces una ciudad cosmopolita, como diríamos hoy día. Cualquier gaditano que lo sea por generaciones, tiene entre sus antepasados algún extranjero, sobre todo de las naciones que he citado. Prueba de ello, por ejemplo, es la enorme cantidad de apellidos de origen genovés que aún se conservan en Cádiz y en las ciudades de la Bahía, aunque a veces ‘españolizados’. Esto, desde luego, dificulta una investigación genealógica, como bien supone, pero también la hace más apasionante y enriquecedora.
—¿El método a la hora de hacer un trabajo genealógico es el mismo que al estudiar el pasado de una hermandad? ¿Y los archivos son los mismos?
—El método histórico, en lo referente sobre todo a rigor en la investigación y crítica en la interpretación, debe ser el mismo. Lo que difiere es la forma de exposición. Un periodista, por ejemplo, también debe guiarse por un método riguroso y crítico, pero varía luego la forma de plasmar un reportaje municipal o una entrevista personal, ¿no? Pues es algo parecido. En cuanto a los archivos, pueden ser los mismos que he mencionado antes (parroquial, diocesano, municipal, provincial… etc.). Aunque la investigación genealógica tiene también sus archivos más específicos, por ejemplo, las reales chancillerías. Y hay actualmente portales de Internet que contienen documentación genealógica digitalizada. Pero sería tedioso explicar todo esto aquí y ahora.
—Sáquenos de dudas: ¿Qué procedencia tiene el apellido Mósig?
—(Risas). No es ningún secreto. Es de origen alemán. Mi abuelo paterno era de Berlín, aunque sus antepasados, hasta donde yo sé, procedían del que hoy es el estado federado (Land) de Sajonia, con capital en Dresden.
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