Sicarios en Cádiz: La mano dura del narco
Sucesos
La aparición esta semana de un hombre asesinado en Chiclana de un tiro en la cabeza ha vuelto a poner de manifiesto los implacables métodos de castigo de los clanes de la droga
El hombre que apareció con un tiro en la cabeza el pasado sábado en Chiclana fue ejecutado. Le obligaron a ponerse de rodillas y le dispararon sin compasión. Un trabajo de profesionales. Es la cara más dura de una provincia donde cada vez es más patente que las reglas del juego se han vuelto más despiadadas si cabe. La Policía Judicial de la Guardia Civil de la Comandancia de Cádiz que investiga la muerte de esta persona –que sigue sin ser identificada y cuyo cuerpo espera en el depósito de cadáveres del Instituto de Medicina Legal de Cádiz– cada vez parece más convencida de que están ante otro ajuste de cuentas entre clanes del narcotráfico. No es la primera vez que en la provincia se producen hechos similares, aunque en esta ocasión el crimen ha sido, podríamos decir, más limpio. Aparentemente el cuerpo no presenta signos de tortura y lo más relevante es ese disparo certero y mortal en la cabeza que acabó con su vida de forma instantánea.
Otro aspecto importante son los rasgos magrebíes del finado. Porque la provincia en general, y algunas de sus comarcas en particular, se están poblando cada vez más de narcos de origen árabe llegados desde el norte de África pero también desde países de la UE como Francia. En muchos casos son bandas organizadas, en otras auténticos sicarios contratados para matar en misiones relámpagos que vuelven a su lugar de origen una vez completado el trabajo.
La cuestión principal, tal y como ya ha contado este diario en alguna ocasión, es que el narcotráfico ha cambiado las reglas del juego. Los dueños del hachís, los marroquíes, ostentan cada vez más poder y tienen mayor presencia en el negocio. Son nuevos tiempos, más duros, donde la vida vale menos, con miembros de sus organizaciones en cada estamento de esa gran cadena de montaje que se necesita para que la droga pase desde las plantaciones de cáñamo de las montañas marroquíes hasta los consumidores europeos. Si antes les bastaba con colocar miles de toneladas de hachís al año para que los clanes del Estrecho los distribuyeran por la península y el resto del continente, ahora son los grandes señores del hachís africano los que mandan, los que deciden las reglas del negocio.
No obstante, los ajustes de cuentas y los vuelcos entre bandas rivales no son nuevos en el negocio. En los últimos años han sido varios los crímenes cometidos en tierras gaditanas con el inconfundible sello de estos grupos violentos. Uno de los más recordados, por su crueldad, fue el que en el verano de 2014 acabó con la vida del chiclanero David Muñoz, conocido como El Pelón, un supuesto narco de Chiclana dedicado, principalmente a controlar a los busquimanos (personas que buscan en las playas el hachís que cae al mar en alijos fallidos). Según se aseguró en el juicio contra Ismael El Ojos y su banda, a El Pelón lo mató tras tener conocimiento de un supuesto botín de 400.000 euros. Tras horas de tortura y un infructuoso asalto a un chalet de Sanlúcar en cuyo jardín se suponía que estaban escondidos los billetes, todos sus esfuerzos resultaron baldíos. El cadáver del Pelón apareció en los alrededores del Hospital Clínico de Puerto Real con evidentes señales de tortura. De hecho, durante el juicio celebrado en la Audiencia y que acabó condenando al Ojos a 63 años de prisión, el Ministerio Fiscal sostuvo que su banda secuestró a David Muñoz para apoderarse de una importante cantidad de dinero procedente, supuestamente, del tráfico de drogas. Para intentar saber el lugar donde David escondía ese montante, lo torturaron. Los miembros de la organización advirtieron a los amigos de Muñoz que lo iban a matar “como a un perro”. Con un arma blanca, señaló la Fiscalía, le propinaron numerosos cortes, causándole un total de 14 heridas que alcanzaron órganos vitales. Le levantaron la cabeza y, tirando hacia atrás de un cordón que le habían atado al cuello, le asestaron dos puñaladas seccionando la arteria carótida. Después, abandonaron su cadáver en Puerto Real.
Otro ajuste de cuentas muy sonado tuvo lugar en Chipiona en 2019. Un hombre murió y otros dos resultaron gravemente heridos después de que fueran lanzados desde una furgoneta en la autovía A-480. Los supuestos agresores fueron detenidos posteriormente gracias a la información aportada por un guardia civil que estaba fuera de servicio y que les persiguió con su vehículo durante su huida. Una llamada anónima alertó a la Policía Nacional del suceso, pero no pudo precisar si en ese momento los tres varones arrojados a la autovía estaban vivos o muertos. La Policía Nacional avisó a la Guardia Civil, ya que era a este cuerpo a quien le correspondía la investigación de los hechos, y la Benemérita organizó el dispositivo de interceptación tanto de la referida furgoneta como de otro turismo en el que viajaban otros supuestos implicados en el suceso. La información más valiosa que permitió las posteriores detenciones partió de un guardia civil fuera de servicio y que estaba destinado en la Comandancia de Cádiz. Este agente iba en ese momento en su vehículo en dirección hacia Sevilla cuando recibió la descripción de los vehículos implicados. Poco después los dos vehículos le adelantaron a gran velocidad en dirección a Sevilla. El agente aceleró el turismo en el que viajaba con su hijo y alcanzó a la furgoneta y al otro coche, comunicando la posición y siendo en todo momento los ojos de la central para organizar la interceptación de los mismos. Fruto de la acción de este guardia civil se procedió luego a la intercepción del turismo en la carretera A-66 (Ruta de la Plata) por parte de patrullas de la Comandancia de Sevilla, deteniendo a cuatro varones de nacionalidad francesa.
Tras llegar hasta Sevilla la Policía Nacional interceptó a la furgoneta en la que viajaba un quinto implicado en los hechos investigados, portando un arma larga en el vehículo y tratando de huir a pie. La Policía Local sevillana se vio obligada a efectuar disparos al aire para reducirlo en las inmediaciones de la plaza de Cuba. Entonces los investigadores relacionaron la muerte de este joven con un problema por un presunto alijo perdido.
El tercero de los crímenes relacionados con drogas de los últimos años en la provincia se produjo en la pedanía jerezana de Cuartillos. Corría el mes de mayo de 2015 cuando el cadáver de José María Mesa fue hallado por un cabrero en una cuneta de la autovía Jerez-Los Barrios, a la altura de Medina Sidonia. Desde el primer momento se barajó el ajuste de cuentas como el móvil más probable del crimen. Menos de un mes después, la investigación puesta en marcha por la Guardia Civil dio sus frutos y se detuvo a siete personas, seis varones y una mujer, como presuntos autores del asesinato de este hombre que contaba con 46 años de edad cuando fue asesinado.
José María Mesa murió por asfixia. Desde un primer momento se pensó que su muerte tenía que ver con el mundo del narcotráfico. El fallecido llegó a estar en prisión por transportar un alijo de hachís, aunque tanto él como su familia siempre defendieron su inocencia en su pedanía, alegando que no había tenido nada que ver y que se trató de un malentendido en el que se llevó la peor parte. Desde ese momento, José María, conocido en Cuartillos como El Moro, no volvió a verse involucrado en ningún suceso turbio. Hasta ese mes de mayo.
Porque, según contaron fuentes de la propia Guardia Civil, todo se inició con la pérdida de un cargamento de hachís. 120 kilos repartidos en cuatro fardos. Un buen dinero. Sus legítimos propietarios empezaron a mover cielo y tierra para conocer quién se había podido quedar con la droga y hacerle pagar con billetes o con sangre.
Sus investigaciones les llevaron hasta Cuartillos, una pedanía jerezana donde vivía El Moro. Según informó este diario en su momento, José María no habría participado en el robo del hachís, pero sus propietarios debieron pensar que podría conocer a las personas que se habrían llevado esos cuatro fardos. Por eso lo secuestraron e intentaron hacerle cantar. Pero lo que podría haberse quedado en una paliza acabó de forma trágica cuando se pasaron de la raya. Posteriormente llegó el abandono del cuerpo en la cuneta de esa autovía y su posterior descubrimiento.
La Guardia Civil ha puesto en marcha en múltiples ocasiones operaciones como las denominadas Toante o Jacaranda en las que han desarticulado bandas de narcos que secuestraban y torturaban a otros compañeros de profesión que se habían quedado con un alijo que no era suyo.
Antes, durante años, la pérdida de un alijo era entendida como gajes del oficio, por eso era más habitual ver a los ocupantes de las gomas lanzar sus cargas al mar cuando se veían acorralados. Ahora esa práctica no es que esté en desuso pero se intenta por todos los medios escapar para no tener que pagar, a veces con la vida, un cargamento que vale muchos cientos de miles de euros.
En la muerte de Chiclana de esta pasada semana aún están abierta todas las hipótesis. Nadie duda ya que el narcotráfico está detrás de ese disparo en la cabeza a uno de sus posibles integrantes, pero hasta que no haya una identificación del fallecido no se podrá completar las piezas del puzzle.
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