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"Estoy orgullosa de vivir en el pueblo que vivo. No estoy orgullosa de lo que pasó, porque fue una masacre, pero ya que sucedió aquello, tenemos la oportunidad y el deber de hacer un homenaje a las víctimas que lucharon por un pueblo mejor". La reflexión de Noemí Ruiz Mateos, una joven veinteañera que regenta un bar de tapas en Benalup-Casas Viejas, resume sin duda el sentir general de una localidad que ahora, 75 años después de los famosos sucesos que aniquilaron con fuego y armas la rebelión de unos campesinos que tan sólo se alzaban contra la miseria, ha comenzado a quitarse la mordaza. A reivindicar a voz en grito su historia, recuperando una memoria que sigue latente en sus calles, en las viejas fotos en sepia que pueblan buena parte de los hogares de los benalupenses.
Ella es una de los 41 vecinos que durante este fin de semana van a representar los trágicos sucesos de Casas Viejas, esas 48 horas transcurridas entre las jornadas del 11 y el 12 de enero de 1933 que han marcado para siempre a los habitantes de un pueblo cuya radiografía, pese al tiempo transcurrido, son muchos los que creen que no ha cambiado tanto.
En 1933 Benalup tenía 3.000 habitantes. El campo era el principal medio de vida, aunque únicamente había sembradas 1.300 hectáreas de las 6.000 cultivables. La choza era la vivienda habitual, sin ningún tipo de condiciones de habitabilidad. En 2008, el campo ha sido sustituido por el ladrillo, ahora en plena crisis. La principal ocupación de la población (que el Ayuntamiento cifra en 7.200 empadronados) es la construcción. Pero no allí. Madrugan y trabajan en el tajo sobre todo en localidades de la cercana Costa del Sol. Porque en Benalup no hay fábricas ni fuentes de gran riqueza.
"La historia no ha cambiado tanto. En Benalup no hay prosperidad. El campo de golf parecía que iba a ser la panacea pero no ha sido así. Sólo ha servido para encarecerlo todo", lamenta Paco Sánchez Moya, otro de los actores que va a intervenir en la representación de la obra, que el Ayuntamiento encargó a los integrantes de la asociación cultural Hijo de la Luna, dentro de los actos organizados para festejar el 75 aniversario de los sucesos de Casas Viejas. Él, junto a la directora de la obra, María Orellana Rodríguez y su compañero Manuel Ruiz Mateos (autores ambos, junto a Manuel Mateos Morillo, del libreto de la obra, basado en el relato de los hechos que Jerome Mintz realizara en el libro Los anarquistas de Casas Viejas, que consideran el más objetivo) y otros vecinos que van a escenificar los dramáticos sucesos de la brutal represión de la sublevación anarquista que se produjo durante la Segunda República, mantuvo ayer un encuentro con este diario en el que todos ellos desgranaron los entresijos de lo que conciben como un homenaje a los 28 muertos oficiales de Casas Viejas. Un homenaje que, a la postre, se revela como una terapia de grupo, una "catarsis colectiva y necesaria", sostiene Salus Rodríguez, el director del IES Casas Viejas, que ha prestado su colaboración para que la obra pueda ver la luz. Aunque a él le va a coger fuera, en Marruecos, en un intercambio cultural.
Son muchos los vecinos por no decir todos los que han arrimado el hombro para que los sucesos se representen lo más fielmente posible. Han colaborado todos los estamentos. El guardia civil en la reserva Ayuso, que ha prestado tricornios y todo lo que ha hecho falta. También el militar retirado Enrique Carabaza, con el asesoramiento pertinente.
El casting fue casi un aquí te pillo aquí te mato, cuenta divertida María. Al final, por la calle hubo que ir fichando a unos voluntarios que en los últimos tres meses y medio le han robado más horas de las debidas al necesario descanso tras los quehaceres cotidianos para, entre todos, rendir tributo a los hoy míticos Invencibles, las víctimas de la cruenta represión cuyas historias han conseguido al fin zafarse del silencio al que se vieron condenadas por el temor y el miedo que se adueñaron de los habitantes de la oprimida localidad.
A Antonio Fernández, Pipi, informático de 35 años, le ha tocado bailar con la más fea. Él es quien hace del Capitán Rojas, el que estaba al mando de Guardia de Asalto y de los guardias civiles y que ordenó la matanza. "Era un chorizo", suelta Pipi, quien, no obstante, resume su visión de los sucesos de forma salomónica: "Pienso que se equivocaron por las dos partes".
Ese convencimiento sin duda subyace en la memoria colectiva que todos recuperan ahora sin rencillas, sin rencor. Salen a escena vecinos de todas las ideologías (actúan los números 1 y 3 del PP de Benalup, Vicente Peña y Roberto ríos, y Estela Herrera Estudillo, hija de la concejala de Cultura, la socialista María José Estudillo) y clases sociales. Como el albañil Diego Romero, el barrendero a punto de jubilarse Manuel Gallardo, El Chispa, la ama de casa María Rojas, el ya retirado taxista Juan Sánchez, a quien un principio de alzheimer le ha obligado a hacer esfuerzos titánicos para recordar sus frases, ... La identificación ha sido tal que el dueño de la posada Casas Viejas, Cristóbal Sánchez, llega a decir "el que hace de mí", refiriéndose al personaje que interpreta, el guardia civil Salvo.
Lo curioso del asunto es que no pocos creen que algo parecido puede volver a ocurrir. Como el panadero Antonio Casas Macías, que hace de Villarubia, el único sindicalista que se echó atrás cuando se fraguó la rebelión y dijo que era una locura. "Podría pasar en cualquier sitio, hasta en el más insospechado e intocable". Antonio, cantaor flamenco por afición que en la obra canta una desgarradora toná, cuya letra ha compuesto con aportaciones de su novia y su madre, que también se suben a las tablas, y de su padre, reafirma su premonición, como no podía ser de otra manera, con la letra de un fandango que él ha compuesto: "Que no tiene sentimiento, el hombre es un animal que no tiene sentimiento, to nos lo vamos a cagar, con el maldito dinero".
Tras la charla, se imponía un recorrido por los escenarios de los sucesos, empezando por la ahora plaza del antiguo cementerio, donde amontonaron a los cadáveres carbonizados y acribillados para las autopsias, junto a una pared en la que hoy en día lucen unas reproducciones de las pinturas rupestres halladas en Benalup. Pasando por el antiguo local de la CNT, donde hoy se alza el bar el Resbalón, la casa de la calle San Juan donde estaba el cuartel de la Guardia Civil, y al final, el solar donde se alzaba la choza del legendario Seisdedos, donde comenzó a fraguarse la matanza. Cerca, en la impresionante finca de una de las dos familias de señoritos de la época, los Vela, el biznieto de Seisdedos, Antonio Gutiérrez Prieto, atendía el huerto al mediodía de ayer.
"No ha cambiado tanto la cosa", resume Manuel Ruiz, quien confiesa que se le ponen los vellos de punta al recorrer todos estos lugares de los sucesos.
Aunque allí no hay nada que los recuerde. Ni placas ni monumentos. El proceso de recuperación de la memoria ha ido demasiado lento en la reprimida Casas Viejas. Aunque ahora, superados los traumas, todos quieren que la historia siga viva. "Que no se olvide nunca lo que ocurrió", clama Cristóbal .
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