Tosantos y Hallowe'en: trucos y tratos contra el mal
Aunque en apariencia contrapuestas, ambas festividades guardan un núcleo en común: protegerse de la oscuridad
Alberto del Campo: “El ciclo de transformación y disfraz comienza ahora y termina en Carnaval”
Guía para no perderse nada de Hallowe´en en San Fernando
Cuando no había, queridos niños, luz al alcance de un chasquido o agua que pudieras beber al darle a una llave, la llegada de los meses de invierno era, digamos, complicada. Los peligros parecían innumerables, acechaban, surgían del propio aire, y se traducían simbólicamente: fantasmas, diablos, las ánimas benditas, la cacería salvaje. “Es el tiempo de la zozobra, la oscuridad y la muerte. Para digerir ese miedo –cuenta el antropólogo de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla, Alberto del Campo–, se crean contextos de risa, fiesta y mascarada. La idea es pillar de improviso al mal, minimizarlo. Muy frecuentemente, se ven historias en las que parece que el mal va a ganar, pero al final se le domina, ya sea vía humana o vía divina. Evidentemente, cuando la gente moría más fácilmente, más falta le hacía ridiculizar al diablo y decirse a sí mismo que iba a sobrevivir al invierno, hasta que llegaran los rituales de primavera, el tiempo seguro, en Semana Santa y mayo”. El primer día de noviembre, en las culturas celtas y otras, era el que marcaba el inicio de “ese momento ambivalente, del comienzo de ese reino de oscuridad. Poco después da inicio, también el ciclo del adviento instaurado por la Iglesia: el comienzo de algo esperanzador”.
“El origen de Hallowe'en no es una fiesta americana, sino una fiesta celta pagana –abunda el escritor Rafael Marín–. La gente se disfrazaba y hacía trucos para espantar al mal, a la muerte, a los fantasmas con deudas que habían dejado atrás”. Incluso el tema de las calabazas, tan definitivo, no es más que un trasunto de las sempiternas candelas. En un principio, las luminarias se encendían “para asustar a los muertos”. Y , con sentido distinto, seguimos diciendo: una vela por los muertos. Para los muertos. Esas preposiciones dejan abierta la interpretación. Con el tiempo, la luz pasó a ser una guía: ese es el significado que tienen, por ejemplo, las velas del Día de Muertos en México Día de Muertos–una forma iluminar el camino de regreso pero, también, de vuelta–.
“Hoy día –continúa el antropólogo–, en estas fechas ya no existe prácticamente la parte del miedo y ha quedado la parte jocosa de la diversión, así que todo lo relacionado con el recogimiento ha ido quedando un poco desgajado”.
Hace un puñado de años, lo que no existía era Hallowe'en. No tenía ni nombre, “aunque ha estado entre nosotros durante mucho tiempo, sin que nos demos cuenta –apunta Marín–. Arsénico por compasión pasa en Hallowe'en, y Matar a un ruiseñor, también, pero ni lo reconocíamos”. Recuerda, de hecho, algunos dibujos de Disney o de Carlitos y Snoopy, en que lo llamaban –a falta de algo mejor para designar un palabro tan extraterrestre– “la noche de espantos y brujas”.
Para el antropólogo, el éxito de lo que hoy día es Hallowe'en va más allá de la novelería y de su condición de fiesta infantil definitiva. La clave radica en que se ha ido insertando en la “temposensitividad”: el concepto desarrollado por el también antropólogo Antonio Mandly que señala cómo nos sentimos de distinta manera según la época del año, aunque ya estemos muy separados del cielo y los ciclos agrarios. “A pesar de eso –prosigue Del Campo–, esas ideas de lo que hay que hacer permanecen. La luz frente a la oscuridad, el ruido y la fiesta como formas de ahuyentar el mal y la transformación para manipular la realidad”. En esa transformación entran, de forma directa, los disfraces: “El uno de noviembre hemos instaurado el primer disfraz, en un ciclo que continúa en Navidad y termina en Carnavales: durante todos los meses oscuros. Pero es que incluso hasta el protagonismo de los niños está vigente: desde antiguo, en las fiestas de Navidad, por ejemplo, pero también ahora con Hallowe'en: es por la ilusión de los críos, decimos. Frente a la muerte que nos rodea, ellos son los protagonistas”.
El arraigo, además, ha sido tan rápido por esa temposensitividad, “Menéndez Pidal lo decía del lenguaje, pero se puede aplicar también a las costumbres: hay tradiciones e inercias que quedan subterráneas, como una brasa, y luego enseguida prenden. De hecho, la mayoría de las tradiciones siempre mezclan lo que manda la sociedad hegemónica pero con un sustrato previo: aunque la manifestación concreta sea diferente, los sentimientos son muy similares. Pienso también en los rituales de adivinación, que comienza ya la compra de lotería (la suerte)... Muchas de estas cosas implican enterrar o tirar algo y empezar de nuevo. La siembra y el subsuelo. En la Alpujarra, por ejemplo, no hay mucho Hallowe´en, pero se siguen celebrando fiestas por las ánimas benditas”.
Alberto del Campo recuerda que las hermandades y cofradías más importantes y ricas eran las que velaban (y recaudaban, y celebraban) por las ánimas benditas: “Yo voy con los instrumentos, me disfrazo, canto y bebo y el dinero va una hermandad, a misas, viudas, entierros... Pero en el siglo XVIII, las prohibieron”.
Hay, desde luego, tradiciones asociadas a la fecha que parecen destinadas a perderse. Rafael Marín ha escrito una novela sobre el Tenorio, pero tampoco entiende muy bien, por ejemplo, que la obra se asocie con los muertos: “Sí, salen difuntos al final, pero bueno... Además, ya no hay montajes de Don Juan, sólo lecturas, y retocadas, porque la obra dura tres horas. Más grave me parece que los panellets hayan desplazado a los huesos de santo". Y a la espera estamos de los puestos de castañas.
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