Visto y Oído
Broncano
Conflicto bélico
Cádiz/“¿Cuándo acabará?”. Es la pregunta que se hacen muchos ucranianos que hace justo un año se vieron obligados a abandondar su tierra, su vida y sus pertenencias ante la invasión rusa. Algunos de ellos recalaron en la provincia de Cádiz, donde hallaron una balsa de paz relativa, porque tienen familiares y amigos que aún continúan allí, inmersos en un clima de terror y violencia. Hoy, 365 días después de que estallase la guerra, los ucranianos refugiados en Cádiz siguen teniendo el mismo deseo: la paz.
Cuando estalló la guerra, Verónica Zelenchuk ya llevaba casi tres años en España. Concretamente en la barriada Río San Pedro de Puerto Real, donde vivía su abuela. Llegó con su madre y su hermano dejando atrás un país en el que la guerra no era ni tan siquiera un tema de conversación. “Poco antes de que empezase la invasión rusa sí que hubo algunos rumores, pero nadie creía que fuesen serios”, dice la joven.
Esta estudiante de 22 años, que ahora reside en Sevilla, tiene marcado a fuego el 24 de febrero de 2022, el día que la vida de su familia cambió para siempre. “Ese jueves no tenía clase y me quedé en la cama un poco más de lo habitual”, recuerda. Fue una llamada de su madre la que la alertó de lo que estaba sucediendo. En ese momento, ya tenía el móvil llevo de mensajes con fotos y vídeos de la ciudad en la que se había criado bombardeada.
“En esos primeros momentos estuve en shock, muy preocupada por mi familia porque allí seguía viviendo mi hermano, mi cuñada y mi ahijado con solo tres años. Además, coincidió que mi hermano pequeño había viajado a Ucrania para visitar a su pareja”.
Intentar sacar a su familia del horror de la guerra fue el objetivo principal de la familia de Verónica Zelenchuk, ya que sus hermanos no podían salir del país porque podían ser llamados a filas en cualquier momento. “Mi hermano pequeño si ha podido dejar Ucrania porque ya llevaba varios años en España y es residente español, pero ha sido necesaria mucha documentación del departamento de inmigración español”, explica la joven. Para poder cruzar la frontera tuvo que esperar casi 10 meses, que se vivieron con mucho miedo.
Esa tensión en la familia Zelenchuk no se ha rebajado. En el país sigue el hermano mayor de Verónica junto a su familia. “Él no puede cruzar la frontera, pero tampoco quiere. Le hemos pedido muchas veces que intente salir, pero quiere quedarse para ayudar a los suyos. Siente que su hogar está allí y no está dispuesto a abandonarlo”, dice Verónica en un tono que se mueve entre la resignación y el orgullo.
Si en los primeros compases de la guerra en Ucrania todo era un caos, en la cabeza de Verónica tampoco había ningún orden. “No sabía qué hacer. Sentía que tenía que ayudar a los míos, pero no sabía cómo”. Recibía mensajes de sus amigos de siempre, narrando los horrores de una guerra en la que la ayuda humanitaria era primordial.
Un amigo se ofreció a ayudarle. Le propuso organizar una recogida de productos básicos y medicamentos a través de la Hermandad del Medinaceli en la parroquia María Auxiliadora de Puerto Real. Era la primera semana de marzo cuando cientos de kilos de alimentos, productos infantiles, mantas, gasas… se acumulaban en los salones parroquiales gracias al aluvión de ayuda que recibieron. También se volcaron con ella en el instituto Salesianos de Cádiz, donde entonces estudiaba.
“El problema era hacer llegar toda esta ayuda hasta mi país”, recuerda la joven. Fue posible gracias a la intermediación del padre Yurii Barrkio, ortodoxo católico, que lleva casi una década en El Puerto. Él les ayudó a trasladar el material a la frontera con Polonia, donde se entregó a voluntarios de Ucrania que lo fueron repartiendo.
“Todo el mundo se volcó, y constantemente me preguntan cómo se puede ayudar. Es lo más positivo que he sacado de todo esto. Estoy muy agradecida porque en cuanto que alguien sabe que soy ucraniana, se solidarizan con mi país. Es un orgullo que, en España, desde el principio, se haya entendido quienes son los buenos y quienes lo malos en todo esto”, relata Verónica.
Ahora, la ayuda que se necesita es de otro tipo. “Hay organizaciones trabajando sobre el terreno y gestionando esta ayuda. Mi pueblo necesita ahora ayuda armamentística que nosotros no podemos enviar”, lamenta. “Hace poco un amigo me dijo que lo habían llamado a filas, que se unía al frente y que necesitaba ayuda. Me pidió que le enviase unas gafas de visión nocturna, porque el material que tienen es muy escaso, y he podido hacérselas llegar. La situación sigue siendo terrible”.
Verónica trabaja ahora como voluntaria de Cruz Roja Española, donde presta servicios como intérprete gracias a su perfecto dominio del castellano. “No sabemos cuándo va a acabar esta guerra. Cuando se inició pensábamos que sería unos días, que enseguida se pararía todo. Luego creímos que igual eran unas semanas y, por último, que quizás acabaría en el verano. Ahora no se habla del fin, aunque esperemos que sea muy pronto y no cause más daño. Yo estoy convencida de que vamos a ganar y a recuperar nuestra tierra”, señala esperanzada la joven
Aunque intenta seguir con su vida y con sus estudios, no pude evitar estar pegada a cada paso que se da en su país, en su tierra. Le preocupa el destino de su hermano, de sus primos, de sus tíos, de los amigos que dejó atrás. De una tierra que espera volver a visitar, más pronto que tarde, en paz.
“Todo continúa muy complicado en mi país. Cada vez peor, porque la situación es crítica. Los bombardeos siguen, esta gente no sabe hacer otra cosa”. Slavik Kyrylenko, un ucraniano afincando en San Fernando desde hace 14 años, describe así cómo sufre la gente en su tierra. Donde aún continúa su madre. Es la incertidumbre y la preocupación de quien vive los acontecimientos bélicos desde la distancia. La misma que le hizo hace un año fundar Ucranianos Unidos.
Slavik creó la entidad en marzo de 2022 con la intención de recabar toda la ayuda posible para enviar a Ucrania, en concreto a la frontera con Polonia, por donde miles de compatriotas huían de la guerra. En los medios de transporte que enviaban planteaba traer a refugiados. Precisamente, la ayuda a estas personas y a las familias que las acogían era otra línea de su solidaridad. Esa que se mantiene en la actualidad.
“Ayudamos a unas 117 personas, que son unas 60 familias aproximadamente”, detalla. Residen en el entorno de la Bahía de Cádiz, en Cádiz, San Fernando, El Puerto, Jerez o Chiclana. En La Isla viven unas 10 familias, concreta. Algunas están acogidas por familias de la zona, otras están alojadas en pisos cedidos por españoles de manera desinteresada y en algunos casos pagan un alquiler.
La situación es difícil, porque no pueden trabajar y la ayuda que reciben es poca. “Con 400 euros, con lo caro que está todo no tienen para nada”, admite Kyrylenko, que sigue esforzándose por que Ucranianos Unidos siga prestando la ayuda que pueden. “Los fondos cada vez son menos”, advierte.
La solidaridad que en su momento era inmensa, que casi desbordó sus previsiones y sus posibilidades de organizar la logística, ahora ha menguado considerablemente. “La colaboración llega mucho menos que antes, la gente piensa que ya ha acabado todo, y no es así”, deja claro. Eso sí, cuentan con la colaboración constante del Banco de Alimentos de Cádiz. De hecho, en noviembre, Ucranianos Unidos formó parte de los voluntarios que se implicaron en la gran recogida.
Desde San Fernando, Slavik Kyrylenko y su familia hacen todo lo que pueden para ayudar a los compatriotas que han tenido que dejar su país por la invasión de Rusia. Desde La Isla siguen pendientes de cómo afrontan la vida quienes resisten allí. “La gente aguanta, y quien puede sale. Nosotros intentamos ayudar a quienes vienen aquí hasta donde podemos. Nuestros recursos se acaban”, insiste, y hace un llamamiento para que entidades y ciudadanos colaboren. Para el 23 de abril organizan la II Macha Solidaria Todos con Ucrania en San Fernando para recaudar fondos.
Más de la mitad de los ucranianos que llegaron a la provincia de Cádiz hace un año han regresado a su país. Esos son los datos que maneja la asociación Familias Solidarias de Chiclana, que cuando estalló la guerra recaudó fondos para desplazar hasta Andalucía a 223 refugiados, la mayoría mujeres y niñas. Unas 190 se alojaron en distintos municipios gaditanos, aunque actualmente quedan unos 70.
“Los demás han retornado a su país o a terceros países como Alemania, Bélgica, Inglaterra o Francia”, explica Juan Molina, presidente de la entidad, quien agradece a las familias de acogida la “labor impresionante” que han llevado a cabo durante estos meses. La asociación destaca que “no ha habido importantes problemas de convivencia” ni de salud, salvo una refugiada que llegó con un cáncer avanzado y falleció en España.
“Se ha notado muchísimo el proceso de duelo echando de menos las pérdidas que han tenido en su país”, explica Molina, quien ha tenido que lidiar desde las primeras semanas con algunas familias que querían volver a su país. Ahora, algunas de las que consiguieron regresar a una Ucrania en guerra quieren retornar a España de nuevo, por lo que la asociación “pondrá puentes para que no se queden en una situación de abandono”. No hay visos de que la guerra con Rusia vaya a terminar a corto plazo.
Hasta 36 mujeres han encontrado trabajo en distintos ámbitos, entre los que destacan los restaurantes y hoteles. Molina destaca la respuesta de empresarios a la hora de facilitar oportunidades, así como la colaboración de asociaciones y colectivos como Arrabal, que ha ofrecido dos clases de español a la semana a los acogidos por familias chiclaneras.
No ha sido la única muestra de solidaridad: los dentistas han ofrecido sesiones gratis; el puesto del Mercado municipal ha donado una “cantidad importante” de carnes, pescados, verduras o pan; las peluquerías han ofrecido sus servicios; y el Ayuntamiento ha facilitado tickets para comidas o atracciones de la Feria. Además, los menores se han incorporado a los distintos centros educativos, donde han recibido el apoyo del profesorado.
“Lo que no ha habido hasta hace poco han sido ayudas económicas, que no llegaron a tiempo para los que se han ido y han aparecido ahora para los que sí están”, explica Molina.
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