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“En ese bloque vivía yo”. Manuel Torres señala un edificio desde el monumento a los trabajadores de la Bazán en el corazón de la barriada homónima de San Fernando. Hijo y padre de Bazaneros, su vida discurre de la mano del astillero público. Creció en una de esas 700 viviendas que la empresa levantó hace seis décadas para sus trabajadores. Siendo apenas un adolescente, ingresó en la escuela de aprendices un 10 de octubre de 1975, y ahora forma parte del contingente de 650 trabajadores de Navantia con más de 61 años de edad que se prejubilan en la Bahía a partir del próximo miércoles, aunque muchos ya han abandonado de facto su puesto de trabajo al coger con antelación las vacaciones acumuladas.
Antonio Mejías es compañero de Torres. Se incorporó algo más tarde a la sala de electricidad, en 1979, y aún debe esperar un par de años para la prejubilación. “Recuerdo cuando desayunaba con gente mayor que decía que ya les llegaba y me reía. Pero cuando llegas a una edad, uno ya siente que está deseando irse”, confiesa.
Manuel Cantero también tiene ganas de decir adiós, aunque en su caso es cuestión de horas. Él es operario, “gente de mono”, y el trabajo duro le ha pasado factura física. Ingresó en la Bazán hace 45 años como chapista calderero. En 2008 pasó a un puesto de oficina en Ingeniería de Producción como consecuencia de una lesión en la espalda. “Entré con 17 años en la escuela de aprendices. La empresa ha cambiado mucho. Antes era como una gran familia en la que nos conocíamos todos y en la que se hacía desde el primer tornillo hasta la hélice. El barco era made in San Fernando”, recuerda.
Enrique Rodríguez se prejubila en la oficina de Ingeniería, la misma sección donde comenzó a trabajar en 1979, y se marcha preocupado por la falta de relevo generacional. “Me da pena irme, porque pienso que no he tenido opción de transmitir todo lo que he aprendido a lo largo de 40 años para que alguien lo mejore. No me ha dado tiempo, o la empresa no ha querido”, se lamenta.
“Yo no sé qué hacía allí con 17 años. Era mucha responsabilidad”, confiesa Justo Rodríguez, que ha entrado en el ERE por los pelos ya que cumplió 61 años en marzo. Han pasado casi 44 años desde que comenzó a trabajar como aprendiz en la sala de maquinaria, “o Ingeniería Mecánica, como lo llaman ahora”, matiza jocosamente.
La empresa que abandonan es muy diferente de aquel astillero en el que prácticamente todos se conocían de vista y muchos tenían lazos familiares. “En Delineación de Electricidad coincidimos tres hijos con sus padres de compañeros”, relata Antonio Mejías.
Eran otros tiempos en los que el mismo astillero disponía de una escuela de aprendices en los que futuros trabajadores debían formarse durante tres años. “Y después se los llevaban otras empresas. Astilleros de Huelva o Elcano de Sevilla era gente formada en San Fernando”, señala Manuel Torres.
“Cuando yo entré, pensé que ya me podía echar una trampa y comprar una casa. Pero hoy, con las subcontrataciones, ¿quién no se atreve a decir que dentro de dos años no está en el paro?”, agrega Justo Rodríguez, que recuerda que ellos sí han visto cómo han mejorado notablemente las condiciones económicas.
“La empresa le ofrecía a mi padre un piso, transporte, economato o el autobús porque ganaba poco. La misma ropa del trabajo se usaba para ir a la calle. Y para comprar unos zapatos había que llamar a un ditero”, sostiene. “La empresa daba ayudas sociales, pero es que era un sueldo justo para vivir”, apunta por su parte Enrique Rodríguez.
La situación cambió radicalmente con la democracia. En los años ochenta hubo subidas salariales por encima del 17%, fruto también de la movilización sindical. “Los comités de empresa han hecho una labor muy buena”, sostiene Enrique Rodríguez. “Hemos tenido sindicalistas muy buenos”, remacha Antonio Mejías.
“Pero el pueblo de San Fernando no nos ha entendido. En Ferrol el pueblo sale a la calle por la Bazán. Aquí no”, replica Manuel Torres, que incide mirando al periodista en que “ni la prensa nos ha comprendido”.
Sus cuatro compañeros asienten.“Las protestas que hemos hecho en los últimos veinte años han sido para pedir trabajo. Y eso era por nosotros, por los jefes, que nunca participaban y por la misma ciudad de San Fernando que se beneficiaba”, subraya Manuel Cantero.
“Nosotros somos conscientes de que la Bazán pierde dinero, pero lo que pierde lo gana la gente de alrededor. Hay muchas empresas auxiliares que viven de la Bazán”, zanja Manuel Torres.
Todos coinciden en apuntar varios momentos muy difíciles a lo largo de su trayectoria laboral, desde huelgas a cierres patronales pasando por la amenaza de cancelación del contrato de las corbetas de Arabia. Justo Rodríguez recuerda especialmente el paro del verano de 1977, en plena Transición, por el que los trabajadores se negaron a reparar el Esmeralda, el buque escuela de Chile gemelo del Juan Sebastián de Elcano, por ser un lugar donde se produjeron torturas.
Manuel Torres se remonta a un momento más reciente, 2004, cuando la amenaza del cierre se cernió sobre el astillero de San Fernando. “Nunca lo vimos tan cerca como entonces. Tuvimos que salir muchos días para cortar la carretera”, agrega Antonio Mejías.
También ha cambiado radicalmente la política de riesgos laborales. “Somos una empresa pionera en seguridad laboral. No hace tanto tiempo no había cascos sino boinas, y la gente trabajaba con alpargatas”, señala Manuel Cantero. “La gente moría, y nos quitaban dinero de la nómina para la viuda. Ahora lo primero que se hace es revisar la seguridad de la obra”, comenta Enrique Rodríguez.
La introducción de la informática ha transformado la labor en las oficinas. “El técnico se ha convertido ahora en gestor”, incide Enrique Rodríguez. A renglón seguido, su compañero Justo Rodríguez relata que ellos fueron “los jóvenes del ordenador”. “Teníamos compañeros que decían que no lo querían y que nos dejaban el trabajo para nosotros”, asevera.
Entre todos los proyectos en los que han participado, los cinco trabajadores escogen como uno de sus preferidos la fabricación de barcos en aluminio, tanto ferris de alta velocidad como el yate Fortuna del Rey, que podía alcanzar hasta 65 nudos de velocidad máxima.
En cuanto al futuro, hay división de opiniones. “Desde hace diez años, hemos dejado de ser una empresa naval para ser una empresa política, que ha perdido el papel de formar a su gente”, critica Enrique Rodríguez. Justo Rodríguez le matiza: “soy positivo. Nosotros entramos con un bolígrafo en la mano. Hoy se contrata a profesionales con titulación que habla inglés que puede llevar la empresa hacia delante”.
Aunque ahora se encuadra bajo el paraguas de Navantia, todos confían en que la Bazán se mantenga como astillero de referencia para construir barcos. “Somos la empresa que ha construido más tipos diferentes de barcos. Tenemos la esperanza de que se mantengan nuestras raíces y que no se pierda nunca el orgullo de ser bazanero”, asegura Enrique Rodríguez.
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