El administrador de la finca dio las indicaciones para la detención de Clavero: "La droga está bajo el asiento"
Visto para sentencia, siete años después, el juicio contra los supuestos autores de tender una trampa al histórico ecologista
“La droga era mía y para mi consumo. La compré con una vaquita de amigos”
Jerez/ Una de las consecuencias que suele tener celebrar un juicio siete años después de que se hayan producido los hechos es que la contestación más habitual entre los testigos sea “no me acuerdo”. En el juicio por la supuesta trampa en forma de cocaína colocada en el coche del histórico dirigente ecologista Juan Clavero no hubo forma de saber siquiera si la bolsa que contenía las papelinas era blanca o transparente, si tenía o no tenía un nudo. Como para entrar en detalles sobre a qué hora exacta uno de los acusados entregó en el restaurante Calvillo de El Bosque unas monedas a otro de los acusados para que llamara a la Guardia Civil desde una cabina. Si, para colmo, hay una errata en el atestado y a la hora que pone que se produjo este hecho ya no había nadie en el restaurante pues no hay forma de aclararse. Y sí, siete años dan para mucho, incluso para que se extravíen grabaciones con las que se podría saber si la voz que se escucha es de un tal Óscar González u otro Óscar que ha salido a relucir en el juicio, Óscar el Sordo o algo así, que no se sabe muy bien qué pintaba en todo esto y al que no conoce nadie.
Lo único que ha quedado claro, una vez visto para sentencia este lamentable suceso, es que el 26 de septiembre de 2017 Manuel Alcaide se plantó en la Venta Julián, se presentó a Juan Clavero y a otro defensor de los caminos públicos, Gaspar, con 47 gramos de cocaína en los bolsillos y que esos 47 gramos, por lo que sea, acabaron en el coche de Clavero. También ha quedado claro que a los guardias civiles le dieron el soplo y estuvieron en el lugar justo en el momento justo para encontrarlos.
Entonces lo que tienen que resolver los magistrados tras estos dos días de juicio es si el apoderado de la finca, José Miguel Herrera, cuyo traje y porte empresarial contrastaba con la modesta indumentaria sport de los otros tres acusados, ordenó a Alcaide o no colocar esa cocaína debajo del asiento delantero de la furgoneta de Clavero, ya que también ha quedado demostrado que si Alcaide estaba allí era porque Herrera había tenido la ocurrencia de infiltrarle en la marcha, al igual que ha quedado demostrado que Alcaide, por entonces drogadicto, no tenía forma física para mucha marcha.
Los secundarios
Porque los otros dos acusados, Óscar y Juan Luis, tampoco se sabía muy bien qué hacían en el banquillo. El primero es el que, según la Fiscalía, realizó la llamada a la Guardia Civil desde una cabina, pero tampoco ha quedado muy claro que fuera él. El oficial de la Benemérita que instruyó el caso reconoció por videoconferencia en la sesión que no existía “certeza absoluta”. La camarera del bar La Estación, del que era asiduo Óscar, reconoció sin dudarlo la voz de una grabación… que ya no existe. Además, Óscar había sido despedido días antes por Herrera, por lo que no parece muy normal que tuviera ganas de hacerle ningún favor a su ex patrón. O al menos así lo veía su abogado defensor. En contra de Óscar está el detalle de que él fue el que presentó a su amigo Alcaide a Herrera.
En cuanto al cuarto, Juan Luis Pérez, su delito fue estar en el restaurante El Calvillo junto a su jefe, Herrera, mientras éste daba instrucciones a un cabo del Seprona para que localizara la cocaína de Alcaide. Ese café con el jefe le puede llegar a costar 12.000 euros si la sentencia hace suyo el escrito fiscal. Por lo demás nadie ha dicho una mala palabra contra Juan Luis. Casi ni mala ni buena. De él apenas se ha hablado.
Han declarado en la segunda sesión los dos agentes de Prado del Rey que llevaron a cabo el registro de la furgoneta. No tenían gran cosa que aportar. Fueron allí porque se lo mandaron desde la central, no tuvieron que esperar a que llegara el vehículo sospechoso. En su testimonio afearon a Clavero lo sucia que tenía la furgoneta porque empezaron a buscar por la parte de atrás y eso estaba lleno de sacos con mucha arena y mucha leña, pero nada de cocaína. Entonces el cabo del Seprona, que les acompañaba en la actuación, hizo una consulta telefónica (“¿por sms, por whatsapp, por llamada?”, “no me acuerdo”) y les dijo que la bolsa estaba en debajo del asiento delantero. Luego le enseñaron la bolsa a Clavero y Clavero se quedó estupefacto y dijo que aquello no era suyo, “pero lo normal cuando le encuentras a alguien droga es que diga que eso no es suyo”.
En ese momento, según declararon los agentes, Clavero no tuvo los reflejos de decir que acababa de dejar doscientos metros atrás a un tipo al que realmente no conocía de nada. Clavero, sencillamente, se quedó estupefacto. Negaron, como dijo Clavero en la sesión anterior, que el trato fuera cuando menos hosco. “En todo momento tuvimos un trato correcto como el que siempre tenemos”.
El cabo
A ellos les siguió la declaración del cabo del Seprona del que tanto se ha hablado y que a los ecologistas les hubiera gustado sentar en el banquillo porque siempre han sospechado que algo tuvo que ver en todo esto. La Fiscalía piensa que no. La cuestión es que el cabo admitió conocer a Herrera y a Óscar, aunque no consideró que a su relación cercana se la pudiera considerar amistad. Sabía que se iba a realizar la marcha porque se lo había dicho el día anterior Herrera, pero no le dio mayor relevancia. A eso de las tres de la tarde, con la marcha ya finalizada, Herrera le llamó para que se acercara al restaurante Calvillo y allí el apoderado de la finca se mostró algo remolón a la hora de hacerle una confidencia “porque es una cosa que no es de tu competencia”. Al final se lo dijo: droga. Esta gente lleva droga. El cabo le dijo que no tenía nada de raro que este tipo de gente llevara algo de droga para fumarse unos porros. No, le dijo Herrera, mucha droga.
Según la llamada telefónica que había hecho desde la cabina uno de los dos Óscar, el del banquillo o el que nadie sabe quién es, o quizá otro que no se llame Óscar, la droga estaba destinada a amenizar la verbena que esa noche se iba a celebrar el Coto de Bornos. No ha quedado muy claro por qué se incluyó en toda esta historia esta nota festiva. La cuestión es que el cabo dijo ah, si es mucha droga sí es mi competencia. Entonces Herrera, que le pidió al cabo confidencialidad y que no quería que su nombre apareciera por ninguna parte, le contó que tenía un infiltrado y que se lo iba a poner sencillo. El cabo consiguió la patrulla, los antes mencionados de Prado del Rey, y se colocó en el camino de las truchas que le había indicado Herrera. Y sucedió lo ya narrado, que aparece la furgoneta, que buscan pero no encuentran, que el cabo le escribe a Herrera que la información que le habían dado no era buena, que Clavero va limpio y entonces Herrera le dice que espere un minuto. Llama a Alcaide, éste le dice dónde está la bolsa y Herrera escribe. “Mirad debajo de los asientos delanteros. Borra este mensaje”.
En el atestado que posteriormente redacta el cabo omite todo esto. Herrera no aparece por ninguna parte. Sólo será unos días después cuando ya cuente lo sucedido en otro informe. “¿Por qué no aparece Herrera en su primer escrito?”, le preguntaron las acusaciones. “Porque, como dije, me había pedido confidencialidad. Él temía que hubiera represalias o que hicieran algo en la finca”. Ahí la presidenta de la sala se puso seria y recordó a las acusaciones que el cabo era un testigo, no un acusado. Aunque lo cierto es que el nombre de Herrera, que era el que había conducido a los agentes a la detención de Clavero, no apareció en el primer atestado.
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